Carmen, la gitana que fue reina y libre gracias a su pasión
La mujer seductora, que dejó fascinado, entre otros muchos, al pueblo francés, aparecerá como mito moderno y universal de la mano de Prosper Mérimée
Creada:
Última actualización:
Uno de los mitos literarios más comúnmente asociados con España es el de Carmen, la cigarrera sevillana sometida a sus pasiones, pero reina y libre gracias a ellas. Es una mujer fascinante y fatal, en un viejo arquetipo que remonta a la antigüedad. Pensemos en las sirenas, siempre seductoras y peligrosas, en Fedra o Medea, heroínas de tragedias con final luctuoso.
En el caso de Carmen, un triángulo de amor, celos y muerte somete a los varones que la rodean y la devora a ella misma en una vorágine a ritmo de habanera. La gitana seductora, surgida del ambiente que, tras la Guerra de la Independencia, dejó fascinado al pueblo francés, por nuestro país, aparecerá como mito moderno y universal en la novela corta de Prosper Mérimée, fechada en 1845, y se populariza sobremanera con la ópera homónima de Bizet, datada 30 años más tarde.
Pero Mérimée no engendró de la nada a su espléndida criatura: Carmen estaba basada en un relato, entre lo popular y la crónica de sucesos, que María Manuela Kirkpatrick, la condesa de Montijo y parte de la camarilla de la reina Isabel II, había contado al escritor francés durante su visita a España en 1830. Y es que el propio Mérimée reconoce en una carta que había reelaborado el asunto, casi lo había mitificado, a partir del relato sobre aquel «valentón de Málaga que había matado a su querida». Luego el escritor acreció la leyenda convirtiendo a Carmen en una gitana y creó una figura artificiosa y arquetípica, inspirada por libros como el de Pushkin –al que había traducido– y el de George Borrow sobre los gitanos.
El arquetipo hispánico de Carmen es el de la mujer mítica que, merced a su poderío sexual, independencia económica –el trabajo en la fábrica de cigarros de Sevilla, en Bizet– y su anarquía vital, transgredía todas las convenciones sociales y desafiaba con sus ojos negro azabache y sus pasos de baile a la rígida Europa del XIX. Y es que España era el lugar adecuado para situar este mito literario, de pluma y compás centroeuropeo: nuestro país era el otro cercano, el Oriente en Occidente, desde Potocki y su Manuscrito hallado en Zaragoza, a las Noches de la Alhambra de Irving o los viajes evocadores de ingleses como el citado Borrow.
Gitanos, cuentos fantásticos, moriscos, inquisidores, bailadores, bandoleros de Sierra Morena y escenarios posrománticos. No es raro que todo esto haya sido perfilado por anglosajones y franceses fascinados por las aventuras hispánicas. Pero la novela original, además, tenía aire de tragedia griega –no en vano citaba a Fedra y Medea antes– pues Mérimée le pone una cita tremenda, para empezar, de un crudelísimo verso del poeta griego Páladas: «Toda mujer es hiel. Pero tiene dos buenas horas, / una en el lecho, la otra en la muerte».
Misoginia mítica, sexo y muerte, lo que se dirían indispensables elementos de la tragedia universal. A eso se le suma el ansia de libertad en el caso de la versión esta gitana que pronto pasa a la escena de la ópera, al teatro y al cine. Ya en 1915 hay una versión fílmica de Cecil B. DeMille, seguida al poco tiempo por la de Ernest Lubitsch, dos clásicos a los que siguieron varias versiones; en nuestro cine la versionaron Carlos Saura y Vicente Aranda.
En todo caso, tanto en la novela de Mérimée como en la ópera de Bizet, el drama pasional triangula su ciclo de celos y amores en torno a Carmen. El triángulo más conocido es entre don José, bandido por amor, y el torero. Pero, ¿qué hacemos con Carmen hoy? La trágica historia de la cigarrera libre, la amante gitana indomable e independiente cobra nuevos matices actuales, entre la última oleada feminista y la desgracia de la violencia contra las mujeres en nuestro mundo actual, desde el feminicidio mexicano a la violencia contagiosa por celos y malquerer en nuestra crónica cotidiana de tragedia social en los telediarios. No se puede evitar pensar en ello: pero Carmen, la leyenda, va mucho más allá de cualquier signo de cualquier tiempo, de cualquier actualización social o política.
Es pura cultura patrimonial, ligada a España, como una pasión indómita. Es España hecha mujer, por la ficción y el pueblo. Por eso es ya un mito, en parte gracias a sus muchas recreaciones, desde la habanera de Bizet –L’amour est un oiseau rebelle– y la marcha del triunfo del torero, de la voz de la Callas al cine de Saura.