La ópera «Los maestros cantores de Núremberg» («Die Meistersinger von Nürnberg»), ocupa un lugar especial en la obra de
Richard Wagner (1813-1883), es la única comedia entre sus óperas de madurez y una de las más largas, con alrededor de cuatro horas y media, su partitura ocupa más de 800 páginas, frente a las menos de 600 de «Parsifal», además de ser de las pocas basadas en un tiempo y espacio bien definidos históricamente, más que en un ambiente mítico, legendario o mitológico. La historia tiene lugar en
Núremberg a mediados del siglo XVI y uno de los principales personajes, el poeta-zapatero Sachs, se basa en una auténtica figura histórica:
Hans Sachs (1494–1576), el más famoso de los maestros cantores históricos. Fue estrenada en el Teatro de la Corte de Múnich el 21 de junio de 1868, y es el décimo título del catálogo operístico de Wagner, autor también del libreto. Al
Teatro Real llegó el 18 de marzo de 1893, a donde vuelve, tras 23 años desde su última representación, en una nueva producción en coproducción con la Royal Danish Opera de Copenhage y el Teatro Nacional de Brno. Entre el 24 de abril y el 25 de mayo ofrecerá 9 funciones al mando de dos directores muy queridos en este coliseo madrileño, Pablo Heras-Casado, principal director invitado del teatro, que
vuelve con otro «Wagner» tras haber abierto el festival de Bayreuth el verano pasado con «Parsifal» y el francés Laurent Pelly, un maestro de la comedia, en la dirección escénica.
«Nunca ha habido en Madrid un número tan importante de funciones de esta pieza, como las nueve que va a haber, nunca había liderado el Teatro Real una nueva producción de “Los maestros cantores de Núremberg”, por lo que el regreso de esta obra tan impresionante y descomunal va a ser un acontecimiento que perfectamente podemos calificar de extraordinario», afirma
Joan Matabosch, director artístico del teatro. El libreto se narra en tiempo presente en la ciudad de Núremberg, durante una sola jornada –la noche y el día de San Juan– en el siglo XVI,
coincidiendo con la vida real del poeta, músico y zapatero Hans Sachs. Los protagonistas son miembros de un gremio de artesanos burgueses que compaginan sus oficios con el arte de crear canciones bajo reglas muy estrictas. La llegada de un forastero, Walther von Stolzing, por amor a Eva, trata de participar en uno de sus severos concursos de canto porque el padre ha prometido su mano al ganador. Beckmesser, que también está enamorado de Eva, forma parte del jurado que debe señalar los fallos de los candidatos, y por celos hacia Stolzing lo rechaza. Finalmente, Hans Sachs ayudará a Stolzing a ganar el concurso, a pesar de estar también interesado en Eva y lo hace con una arrebatadora e inspirada canción fuera de todos los cánones establecidos, lo que genera entre los Maestros cantores
un encendido debate estético y filosófico entre lo transgresor y lo normativo en la creación artística. Beckmesser representaría la tradición académica que no admite novedades, y Hans Sachs el arte tradicional admirado por el pueblo, mientras que Walther Stolzing, «alter ego» del propio Wagner, sería el artista libre de reglas académicas que alcanza su propio lenguaje individual sin sujetarse a convenciones. Para Juan Lucas, musicólogo y director de la revista Scherzo «la obra es un autorretrato de Wagner, que se divide en estos dos personajes, por un lado, es el gran revolucionario que compone “Los maestros cantores” después de haber puesto patas arriba la tradición musical con “Tristan e Isolda”, la ópera que abre las puertas de la modernidad musical introduciendo el cromatismo como como parámetro fundamental, pero a su vez reivindica que la revolución y cualquier avance en el arte debe basarse en la tradición. Él era un revolucionario pero al mismo tiempo un absoluto defensor de la tradición secular de la mitología alemana, de la historia teutónica en la que se basan la mayoría de los poemas de los libretos de sus óperas y dramas musicales y esto pone aquí de manifiesto», afirma.
Para
Heras–Casado, cada vez más vinculado al repertorio wagneriano, este será su sexto título de Wagner en el Real. “Esta es una ópera que sorprende muchísimo por su registro, no solo ya en lo musical, sino por el libreto, porque cuando te aproximas a su historia ves que no hay drama, ni tragedia, ni un personaje malvado, no hay dioses, espadas, anillos, acontecimientos sobrenaturales o leyendas míticas, sino que todo es profundamente humano, trata del papel del arte y de la cultura en cualquier sociedad y elige Núremberg, un pueblo en el centro de Alemania de tradición cultural y musical importante, donde el arte está presente en la burguesía, la sociedad y en los artesanos. Pero más allá de este sorprendente leitmotiv -prosigue el director-,
nos encontramos con un lenguaje musical que conecta con el contrapunto, sobre todo Bach, pero también con Mozart e incluso con la polifonía del XXVI y XVII».
Heras-Casado, «cada personaje tiene su lenguaje musical, el de Sachs, por ejemplo, es una música tremendamente honesta, noble, sincera, en contraposición con la música de Beckmesser, que es complejísima, intrincada, dificilísima, tortuosa y pretendidamente irregular». Pero además, sorprende el registro de comedia. “Es una ópera cómica, tanto que aunque no entendiera qué está pasando, su música nos lo dice porque es absolutamente cómica, con una orquestación muy articulada a la trama, sin los vuelos armónicos de otras óperas, pero que critica, parodia con sagacidad e ironía, se mofa y se divierte con los personajes, además de ser tierna y profundamente humana», apostilla.
Según confiesa Laurent Pelly «hacer esta obra ha sido toda una aventura, cuando Joan (Matabosch) me propuso hacerla me dio bastante miedo porque es un repertorio al que no estoy acostumbrado, pero descubrí cosas que no esperaba, primero que fuese una comedia tan humanista, y tampoco que la música contase tanto, porque siempre digo que ésta tiene que ir acompañando el cuerpo de los personajes y precisamente aquí la música no deja de contarnos cosas, texto y música van siempre de la mano, con lo cual es algo extremadamente teatral, cada segundo es teatro, y yo ante todo he trabajado siempre en él, entonces para mí ha sido un placer y también un juego -explica-. Hablamos de una obra de cuatro horas y media de música y eso es muchísimo tiempo, pero siempre mantiene esa tensión dramática, no hay tiempo muerto, todo tiene interés y sentido, cada cosa sucede por algo y eso es fascinante -manifiesta-, es una obra en la que uno nunca puede aburrirse, algo que quizá choque choca porque tradicionalmente se ha recibido de manera un poco falsa a lo que es realmente, una obra en la que hay continuamente emoción, risas y sentimientos», dice el director de escena, que ha creado un espacio simbólico de casas de cartón apiñadas como los retazos de una vida estructurada que se tambalea y se derrumba, abriéndose a un nuevo mundo más libre y verdadero a través de la sublimación del arte.
Los maestros cantores contarán con un único reparto encabezado por Gerald Finley (Hans Sachs), Leigh Melrose (Sixtus Beckmesser), Tomislav Mužek (Walther von Stolzing), Jongmin Park (Veit Pogner), Nicole Chevalier (Eva), Sebastian Kohlhepp (David) y Anna Lapkovskaja (Magdalene), junto al Coro Titular del Teatro Real, preparado y dirigido por José Luis Basso y la Orquesta Titular del Teatro Real.
La utilización política nazi
Hablando de «Los maestros cantores de Núremberg» es inevitable aludir a la tremenda utilización política que hizo de ella el nazismo. Su monólogo final, apropiado y distorsionado por el régimen nazi, propició un enfoque siniestro de la ópera, lejos de su defensa del arte como fundamento de la convivencia y la armonía de un pueblo. Según explica el musicólogo Juan Lucas, «esta era la ópera favorita de Hitler, que no entendía nada de Wagner ni de sus libretos, pero se apropió de ella porque le gustaba mucho y quiso ver una defensa nacionalista. Los maestros cantores no habla de política –afirma-, sino de arte, casualmente alemán porque Wagner lo era.
El problema es que el último monólogo de Sachs, que es el que dio pábulo a esas teorías de nacionalismo político o protonazi, es una tontería –asegura-, porque lo que hace es una defensa de la tradición alemana. El propio Wagner tenía muchas dudas sobre la conveniencia o no de terminar la obra con él, quería terminarlo con la canción del premio y la victoria de Walther, con su proclamación como maestro cantor y la aceptación de su noviazgo y compromiso con Eva. Aquí, la política y los personajes públicos están deliberadamente excluidos y eso no podía ser casual en alguien como Wagner, tan preocupado siempre por temas políticos».