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Los Juicios de Núremberg que evitaron los 50.000 fusilados de Stalin

El líder soviético tenía un sueño: acabar con los nazis a toda costa. Sin embargo, varios de los procesos judiciales sentaron a los responsables del Holocausto en el banquillo antes de que cumplieran sus respectivas condenas, dentro de prisión o en la horca
La Razón

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Fueron muchas las figuras nazis que jamás tuvieron el juicio que se merecieron. Hitler, sin ir más lejos. Para algunos de ellos, el suicidio fue el camino más rápido de curar sus pecados. Pero, al margen de todos esos gerifaltes que optaron por quitarse la vida, la élite de mandatarios del III Reich fue concentrada en los Juicios de Núremberg, hace ahora 75 años.
El proceso fue mediático como pocos y ejemplarizador. En él se reunieron a los personajes más conocidos de cada sector del poder, aunque “a veces, no los más importantes”, como ha reconocido en este mismo periódico y en más de una ocasión el divulgador y experto en la materia David Solar.
En total, 24 procesados que llegaron del partido nazi, la diplomacia, la economía, la industria y el Ejército para ser juzgados por cuatro tipos de delitos: “Conspiración para cometer crímenes de guerra o contra la paz o contra la humanidad; crímenes contra la paz: promover guerra vulnerando tratados internacionales, agresión a países...; crímenes de guerra: vulnerar las leyes y tratados internacionales, maltratar a la población civil y a los prisioneros, asesinato de rehenes, utilización de mano de obra esclava...; y crímenes contra la humanidad como esclavización y explotación de los civiles, genocidio, matanzas por razones religiosas o políticas...”.
No se extendió demasiado un juicio que se desarrolló entre el 20 de noviembre de 1945 y el 1 de octubre de 1946 y culminó con la condena a muerte de doce de ellos. Uno, Göring, logró esquivar la soga gracias al cianuro, y de Bormann se desconocía su muerte, acaecida en Berlín cuando trataba de huir. Por lo demás, tres fueron absueltos y el resto cumplió largas condenas en la cárcel de Spandau (en la parte británica de Berlín). Una prisión con actividad hasta 1987, cuando uno de sus más “ilustres” presidiarios, Rudolf Hess, ya con 93 años de edad, optó por suicidarse. Entonces, el centro fue demolido.
Mucho más desapercibidos pasaron los otros doce procesos organizados por Estados Unidos, “aunque fueron muy relevantes por las responsabilidades y la importancia de los encausados”, sostiene Solar. “En ellos se juzgó a los médicos que habían cometido atrocidades en los campos de exterminio o, siguiendo las directrices de Hitler, asesinando a enfermos incurables o esterilizando a quienes el nazismo juzgaba nocivos para la pureza racial”. Uno de los personajes más terribles encausado en esos procesos fue el Dr. Mengele, que realizaba atroces experimentos sobre genética con los prisioneros de Auschwitz. Fue condenado en rebeldía y constituye el más relevante de los criminales que logró escapar de la Justicia y vivió en Hispanoamérica hasta su muerte, en 1979, cuando se bañaba en una playa brasileña.
Especialmente “repugnantes”, califica el periodista, resultaron procesos como el de la pureza racial, en el que se juzgó a quienes cometieron todo tipo de crímenes contra las “razas inferiores”; el que encausó a los responsables del régimen o el de la administración de los campos de exterminio, con el caso paradigmático del organizador y director de Auschwitz, Rudolf Höss, que convirtió aquellas instalaciones en una eficaz fábrica de muerte. Detenido a finales de 1945, prestó declaración en el juicio de Núremberg; después fue extraditado a Polonia y juzgado en Cracovia, donde se le condenó a muerte. Fue ejecutado ante uno de los hornos crematorios de Auschwitz en un patíbulo que aún permanece en el lugar.
Complejísimo también fue el juicio que encausó a los responsables del trabajo esclavo, que afectó a todo tipo de cautivos: detenidos políticos alemanes, judíos, gitanos, testigos de Jehová, prisioneros de guerra y escandaloso el de las empresas se beneficiaron de él, con el caso esperpéntico de I.G. Farben, que utilizaba personal de los campos de trabajo y proporcionaba el Zyklon B para gasearlos cuando se agotaban y eran desechados.
Con la Segunda Guerra Mundial prácticamente perdida, Hitler y su camarilla se suicidaron y más de 10.000 nazis les imitaron, pero fueron muchos los que no se libraron de rendir cuentas. Pocos comparados con los sueños de Stalin, que, en Teherán, el 30 de noviembre de 1943, aseguró durante una cena con los otros dos grandes aliados (Franklin D. Roosevelt y Winston Churchill) el que era su objetivo: «Bebo por nuestra común decisión de fusilar a los criminales de guerra alemanes apenas sean capturados. Debemos hacerlo con todos, sin excepción. Serán aproximadamente 50.000».