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Los 25 dólares de Jack Kerouac que valen 22.500

En la misiva de Kerouac, éste le pide a su madre que le mande el dinero «a través de la oficina de Western Union en Brooklyn cuando salgas a trabajar»
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En la misiva de Kerouac, éste le pide a su madre que le mande el dinero «a través de la oficina de Western Union en Brooklyn cuando salgas a trabajar».
22.500 dólares. Ese es el precio de salida del germen de «En el camino». Se trata de una carta de 1947 en la que Jack Kerouac le suplica 25 dólares a su madre. La vende una librería especializada en libros de viejo, Whitmore, en California. Keroauc necesitaba el parné para viajar de Denver a San Francisco. Tenía 25 años. Su madre, Gabrielle-Ange Lévesque, con la que mantuvo una vehemente relación de amor/odio, 52. «Mis amigos han sido maravillosos», explica, «me han alimentado y cobijado, pero ahora quiero ir a San Francisco y ganar algo de dinero. No me queda ni un centavo y necesitaré 25 dólares para coger un autobús (...) Henri Cru [Remi Boncoeur en «En el camino»] me espera este lunes». También comenta que Allan Temko [legendario crítico de arquitectura, amigo de Keroauc, y retratado en el libro con el sobrenombre de Roland Major] le prestaría su máquina de escribir al día siguiente. «He tenido unas diez novias», prosigue «he subido a las montañas; he visto una ópera.
Comí mucha comida, carne de ciervo, en casa de Hal. El clima es agradable, y me quedo en un apartamento elegante con duchas, comida y todo. Pero quiero irme para ganar mucho dinero navegando en el Pacífico y regresar a casa en otoño para terminar mi libro». «Cielos, no puedes imaginarte cuánto te extraño», remata. Poco antes ha aclarado que no es posible hacer autoestop por el desierto. También echaba de menos «la casa, y escribir, y mi habitación. Pero estaré de vuelta en un par de meses y ahorraremos dinero». Por supuesto conocíamos el contenido de la carta desde que hace 23 años fue publicada por Ann Charters, biógrafa de Keroauc, que la incluyó en «Jack Kerouac: Selected letters, 1940-1956». Charters no es cualquiera en los estudios de la generación beat: su «Kerouac: a biography», de 1973, cuenta con testimonios directos del propio escritor, al que trató en los sesenta. En aquel volumen de correspondencias encontrábamos el andamiaje vital de una de las grandes novelas de viajes del siglo.
En otra, enviada 15 días antes, le escribió había comido pastel de manzana y helados por todo Iowa y Nebraska. «Estaré en Colorado esta noche, y te escribiré una carta desde Denver. Todo bien, el dinero resiste». Pero el dinero nunca aguantaba, las marinerías no fructificaron y había que pedirle dinero a mamá. Kerouac murió en el 69, infartado de alcoholismo. Gabrielle le sobrevivió 4 años. Neil había fallecido en el 68. De los años de gloria, de la escritura centelleante que se subía a la chola, de la carretera como credo existencial y la potencia de una novela/supernova que detonó la imaginación de varias generaciones, quedaba muy poco. Languideció ignorado por los mismos que lo habían encumbrado. Enganchado a la botella. Incapaz de promocionarse con la facilidad de un Truman Capote o el pasotismo psicótico de un William S. Burroughs. Los acusaron de mecanógrafo, de torpe, pero sus libros brillan incandescentes. Todavía hechizan.