Un siglo y cuarto de Borges: el mayor cuentista del orbe
El escritor argentino nació el 24 de agosto de 1899 en Buenos Aires
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Escribir sobre Jorge Luis Borges resulta un ejercicio abrumador, porque requiere hablar de la literatura universal, del universo en general resumido en un apellido. Así que, ¿por dónde empezar?
Quizás por el principio. Borges nació en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899, hace hoy 125 años. Con la adolescencia se traslada con su familia a Suiza, país donde por cierto concluye su vida a los 86 años, un 14 de junio de 1986.
Puede que para el público en general, para el lector medio, Jorge Luis Borges sea conocido por sus dos grandes libros o compendios de cuentos, 'Ficciones' y 'El Aleph', además de por su progresiva cegera (acabó sus días completamente ciego) y puede que por su mala leche.
Pero Borges, evidentemente, fue muchísimo más que eso: fue tantas cosas, hizo tanto, quiso abarcar tanto, que uno se desborda al escribir del maestro argentino.
A su paso por España en la juventud fundó la revista 'Grecia', en Sevilla, junto a los ultraístas (Adriano del Valle, Isaac del Vando y compañía). En nuestro país conoció a quien reconocería como maestro, el judío sevillano Rafael Cansinos Assens (muy recomendable sus 'Memorias de un literato', por cierto). Su hermana Norah, por su parte, que lo acompañó en su viaje iniciático, conoció al que sería su marido: el poeta madrileño Guillermo de Torre.
De regreso a la Argentina, Borges funda y se implica también en varias revistas de vanguardia. En 1923 publica su primer libro de poesía, 'Fervor de Buenos Aires'; y en 1935, debutó en el relato o el cuento con 'Historia universal de la infamia': recopilatorio donde se centra en el mundo de los gauchos y los malevos de la Pampa, en la senda del 'Martín Fierro'.
Colaboró con su amigo Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo para dar a luz la 'Antología de la literatura fantástica'. Con el propio Bioy compuso a cuatro manos su única novela, 'La invención de Morel'.
El autor de 'El Aleph' destacó además de en el ensayo y en la conferencia (es un gusto oírlo disertar horas y horas por ejemplo sobre la obra de Shakespeare o sobre la cábala) en la poesía. Muchos lo acusan de cerebral en su lírica, pero tiene Borges auténticos versos antológicos como aquel en el que declara su amor al idioma alemán comenzando con que "Mi destino es la lengua castellana / el bronce de Francisco de Quevedo / pero en la larga noche caminada / me asaltan otras músicas más íntimas".
Dicho poema continúa diciendo que algunas lenguas le vinieron por la sangre "Oh voz de Shakespeare y de las Escrituras", escribe en referencia a la Biblia, ya que su abuela inglesa le transmitió los valores cristianos; una religión que no profesaría (fue ateo convencido) hasta la hora de su muerte, en cuyo lecho dicen que se encomendó al Señor.
No era creyente (lo consideraba una superstición), pero sí era muy religioso en el sentido de que se interesó mucho por la historia y la cultura de las diferentes religiones para componer sus escritos, tanto de ficción como ensayos. Las referencias al Islam y el judaísmo están muy presentes en sus cuentos.
De ideología conservadora, se le acusó de ser cómplice de la dictadura argentina. Aunque lo único que sí está claro es que supo con mucha dignidad resistirse y combatir el peronismo, lo que le costó su plaza como director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires (luego sería repuesto en el cargo) para concederle una humillante función de revisor de aves en los mercados bonaerenses.
Sostenía, quizás en una de sus boutades, que la democracia era un abuso de la estadística. Otra de sus boutades, esas que soltaba con graciosa mala leche, fue cuando le preguntaron por Antonio Machado y respondió asegurando que no sabía que Manuel tenía un hermano.
Pese a su progresiva pérdida de visión siguió escribiendo porque tenía la biblioteca de Babel almacenada en la cabeza. "Dios, que con magnífica ironía me dio a la vez los libros y la noche", escribió en su poema de los Dones.
En los últimos años se apoyó, además de en su sempiterno bastón, en María Kodama, quien acabaría siendo su mujer, una joven estudiante que profesaba admiración al maestro argentino. A ella le dictó sus últimos libros de cuentos como 'El libro de arena' o 'La memoria de Shakespeare'.
La pérdida de la visión no privó a su portentosa imaginación de seguir fabulando con tigres rayados, espejos, cábalas, laberintos, casualidades, infinitos...
La Academia sueca le negó el Nobel, pero sus lectores le concedieron la eternidad.