Pascal Bruckner: «Hay una dulzura casi uterina de querer quedarnos en casa por miedo al exterior»
En «Vivir en zapatillas» el autor parisino retrata y renuncia a a una sociedad actual moderna y catastrofista
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Oblómov somos todos. Es un tipo de la Rusia del siglo XIX en el que a cualquier persona de esta centuria le debería resultar difícil no reconocerse. No por su «cuerpo fofo» y sus «manos regordetas», sino por ser una «auténtica persona veleidosa y agotada que se tortura solo con pensar en lo que tiene que hacer». Con estas descripciones de este «héroe del confinamiento y del posconfinamiento» introduce Pascal Bruckner su nuevo, impúdico y amargo libro. En «Vivir en zapatillas. Sobre la renuncia al mundo en la actualidad» (Siruela), el ensayista retrata la sociedad inconformista y catastrofista actual que ha resultado de los años pandémicos, a través de un Oblómov que bien podría servir de espejo: «Representa esa dulzura casi uterina de querer quedarnos en casa, un confort que acrecenta nuestro miedo al mundo exterior», explica el autor.
¿Se está perdiendo el carácter aventurero del ser humano?
El Covid ha resaltado el miedo al mundo. Para muchos fue una vuelta feliz y deseable a una autorreclusión, pero no es una situación que se mantenga en el tiempo, salvo en el caso de una patología grave.
¿Es hora de hablar abiertamente de lo sucedido en la pandemia?
Como todo traumatismo, hace falta una cierta distancia temporal para poder tomar consciencia de lo sucedido. De dos, tres o incluso diez años. Sin duda será un tema de discusión en un futuro cercano, donde se debatirá si fue un error ocurrido en un laboratorio de Wuhan o de un servicio secreto.
Se le olvidan los negacionistas.
La conjunción entre la aparición de una novedad absoluta como el Covid más la época de las redes sociales nos lleva a dinámicas muy distintas, en la que si dices algo se te acusa de ser el tonto útil o parte de los conspiradores.
Se ha potenciado el individualismo, cuando el ser humano siempre ha vivido en sociedad.
Llamaba la atención cómo se pasó rápidamente de aplaudir al personal médico todos los días a rechazarlos en las comunidades de vecinos. Fue una reacción primitiva, muy arcaica del ser humano, que no se guía por la sabiduría, como una especie de ganado.
¿Estamos regresando a la Caverna de Platón?
Podría ser, pero a una muy distinta, donde no hay dimensión espiritual y el verdadero vínculo con la realidad es la televisión.
En el ensayo describe la ceguedad de la juventud al acogerse a promesas del bienestar. ¿Ahí reside el germen de la cultura de la cancelación?
Hay dos cuestiones. Por una parte, ese imperio del consumismo, las ganas de comodidad y confort permanente, que es un riesgo que vivimos desde hace cien años. Luego, está la cultura de la cancelación, esa moda que llegó de EE UU, como todo a Europa, con diez años de retraso, y que considera a muchos colectivos como víctimas desde el nacimiento. Se ha llevado al extremo, especialmente en universidades norteamericanas, donde es una especie de religión. Hasta el punto de que demócratas como Kamala Harris la han rechazado por ser extremista.
El auge de los extremos son ya una realidad.
Eso no lo toco en el libro, pero lleva razón. El «wokismo», la cancelación, es en parte causante de la victoria anterior de Trump en las elecciones. Es una perversión del sueño tradicional del progresismo, que ha derivado en una especie de pesimismo de corte nihilista, en pensar permanentemente que las minorías, como los gays, las mujeres o las razas, van a estar perseguidas constantemente.
Escribe que la película de Truffaut «Besos robados» sería hoy rebautizada como «Tentativa de acoso».
El MeToo es un momento que celebro, porque es y ha sido bueno para muchas cosas. Pero uno de sus riesgos es transformar todas las etapas del cortejo amoroso en una posible violación final. Jerarquiza la gravedad de todo tipo de acto: una palabra patosa en un mal momento, un piropo, un beso robado... Hoy se tiende a pensar que todo es una potencial violación, y eso no es cierto, la justicia debe saber distinguir. Esto hace que el amor se vea muy golpeado por la continua sospecha. No todo hombre es violador ni es razonable pensarlo.
El fin del mundo está en la sociedad más presente que nunca, ¿debemos huir de esta modernidad pesimista?
Efectivamente, la verdadera catástrofe es ese catastrofismo imperante en todo momento. Vemos todos los días noticias de que nos quedan pocos días de vida por delante. Hay una especie de regocijo a la hora de hablar de las catástrofes naturales, sean climáticas o no. Al final, es una ideología que trata de meternos miedo, asustarnos. Es cierto que hay desafíos climáticos innegables que no se pueden ignorar. Pero el catastrofismo, desde luego, nunca será la herramienta para luchar contra ellas.
Si pudiera, ¿a qué época de la historia huiría?
Al siglo XVIII. Es la época de la iluminación, de las luces. Es el fin del Antiguo Régimen y el nacimiento de un nuevo orden. Surgen nuevas clases sociales, hay revueltas y libertinajes. Es el momento de la enciclopedia y de los filósofos, esa especie de periodo bisagra en el que una cosa muere y nace otra. Ahora, en cambio, me parece que estamos en una especie de transición permanente, porque somos conscientes de que algo está desapareciendo, pero no vemos llegar nunca el nuevo orden.