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Johnny Burning: "Madrid es muy guapa, muy “molante”. La mejor ciudad del mundo"

El rostro y alma de Burning repasa los momentos cruciales de la legendaria banda, que este año celebra sus cinco décadas de existencia con gira y disco
Johnny Cifuentes@Gonzalo Pérez Mata
Johnny Cifuentes@Gonzalo Pérez Mata Gonzalo Pérez Mata PHOTOGRAPHERS
La Razón
  • Javier Menéndez Flores

    Javier Menéndez Flores

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Pese a que su deneí se obstine en que se llama Juan Antonio Cifuentes, hace ya medio siglo que se cambió el nombre por el de Johnny, y ha sido el peso de su trayectoria el que ha terminado por adjudicarle un nuevo apellido, Burning, que es el emblema de su empresa y aun de su vida. Nos citamos en un local de ensayo del madrileño barrio de Canillejas, donde saca brillo, junto a los seis músicos que lo acompañan, a las canciones de la gira «Algo está ardiendo», que arrancó el año pasado y con la que este flamante 2024 conmemoran las cinco décadas de existencia del grupo: «Se han cumplido 50 palos, pero parece que todo ha empezado hace poco y que los 3.000 conciertos que llevo han sido como un viaje espacial –afirma en un tono más reivindicativo que nostálgico–. Tengo una banda magnífica, muy sólida, que está yendo como un cañón. Somos una familia. Vamos a hacer un disco que hicimos en el 91, “Burning en directo”, en el que estuvieron Sabina, Antonio Vega, Rosendo, Miguel Ríos… Lo vamos a volver a grabar». En este punto, el músico declara su amor absoluto por Madrid: «Haremos un concierto en La Riviera, “La Rivi”, que es un sitio muy de Madrid, como nosotros. Si analizas los discos de Burning, siempre hay alguna canción en la que hablamos de Madrid. Es una ciudad muy especial, muy guapa, muy “molante”. Para mí, la mejor del mundo».
Burning conoció el éxito en 1978, y fue gracias al cine. Su canción «¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?» fue compuesta para incluirse en la película homónima de Fernando Colomo. Dos años después, Eloy de la Iglesia eligió varios de sus temas para la banda sonora de «Navajeros». «¿Que si aquello nos cambió la vida? Sí, sí, sin duda –concede–. Vino Jesús Ordovás [periodista especializado en música] y nos dijo que nos había conseguido una prueba para esa peli. Colomo ya tenía la música, que era de Aute, creo, pero Ordovás le debió de insistir e hicimos la canción. El caso es que la oyeron y les moló mucho. Era bastante jodido meter una frase tan larga, pero en aquellos días estábamos bajo la influencia de Lou Reed y eso nos ayudó. De hecho, es muy “loureediana”, muy terciopelo. Seguimos haciéndola en directo. Hay canciones que se convierten en inmortales sin que sepas bien por qué. Quizá estábamos tocados por una varita mágica. Y creo que lo mejor de esa peli es la canción».
"Pepe Risi murió entre mis brazos y fue un día muy triste"Johnny Burning
Otro momento fundamental en la historia de Burning fue cuando Toño Martín [muerto por una sobredosis de heroína en 1991] decidió abandonar la banda en 1983 y tuvieron que hacerse cargo de las voces José Casas Toledo, más conocido como Pepe Risi, también fallecido, y Johnny. «Aquello me rompió la cabeza –confiesa–, porque el “frontman” es un 90 % del grupo. Imagínate a los Stones sin Mick Jagger. A Toño se le nubló la vista; se vio triunfando en solitario. Y aunque al principio el Risi y yo nos quedamos descolocados, tardamos poco en reaccionar e hicimos uno de nuestros mejores álbumes, “Noches de rock & roll”. Luego nos enteramos de que Toño no iba bien… hasta que tuvo ese desenlace». ¿Habría muerto cuando lo hizo de haber seguido en el grupo? «Creo que no se habría sentido tan solo –reflexiona–. Dejó de tener el arrope de los cinco que éramos cuando empezamos. Es tan importante que cinco tíos con los mismos gustos y las mismas ganas vayan a por todas… Fue un animal del escenario. Y los cuatro discos que hizo con Burning ahí están, y tienen una connotación muy especial».
Seis años después, curiosamente el mismo día en que murió Toño, un 9 de mayo, falleció Pepe Risi, otro de los pilares del grupo, a causa de una neumonía derivada de años de excesos estupefacientes. Aquello pudo haber significado el fin definitivo de Burning, pero Johnny, de nuevo, superó el bache y continuó: «Fue un tío superprolífico, genial. Conviví con él más tiempo que con mi mujer o mis hijos. Años juntos de ensayos, hoteles, sensaciones, miradas, noches, vino, rosas, infiernos… Él estaba delicado, pero cuando se colgaba la Gibson y se subía al escenario se convertía en un animal del rocanrol. En los últimos estertores, con la máscara, me decía: “Ni una gilipollez, Johnny. Para delante”, porque su deseo era que la banda siguiera. Murió entre mis brazos y fue un día muy triste. Una vez más, la vida te da un hostión y te deja patas arriba. Tuve que decidir qué hacía… y decidí seguir. Pero no hay día que toquemos, porque tocamos canciones de todas las épocas y las del Risi son muy importantes, que no venga a mi cabeza y a mi corazón».
"En estos 50 años ha pasado de todo: noches de comisaría, de peleas, que si la Guardia Civil… de todo"Johnny Burning
Burning coincidió con los más famosos grupos de la Movida. Aunque para los modernos ellos eran los marcianos, les tenían un gran respeto. Porque ¿cómo no vas a temer a Clint Eastwood? «[Ríe sonoramente]. La nueva hornada de grupos eran chavalitos y nosotros, que éramos cinco pájaros de barrio, ya teníamos pelos en los huevos. Entrábamos al Penta y oías que decían: “Joé, que están aquí los Burning”. Muchos eran hijos de papá, mientras que nosotros veníamos de talleres mecánicos, de descargar camiones… de la tormenta del extrarradio. Siempre fuimos a nuestra bola y nunca nos enterraron». ¿Le quedan a Johnny muchas cosas por hacer? «Respecto a mi vida personal he hecho lo que he querido, y con propina y bola extra. Soy un canto rodado, comulgo con esa historia. En estos 50 años ha pasado de todo: noches de comisaría, de peleas, que si la Guardia Civil… de todo. Arañar el cielo de noche, conocer a gente increíble. Lo único que lamento –sentencia con sonrisa de pirata– es no haber tenido un órgano Hammond B3 con su Leslie [altavoz]». Las risas cierran la charla.
A Johnny se le ha roto el sueño como si fuese de cristal. Sus ojos chocan contra un muro de oscuridad y, a tientas, torpemente, consigue sintonizar a los Stones. Un día más, lo sabe, la madrugada no acabará nunca. Pero el rock es una antorcha que aparece en tu mano cuando estás a punto de caer sombras abajo, hacia la garganta de quién sabe qué monstruo o abismo, y tira de ti para arriba, allá donde habita la luz.
No ha pasado tanto tiempo, hermano, tan sólo medio siglo, cinco décadas, diez lustros. Todo empezó con Marc Bolan –¿te acuerdas?–, Ícaro con los ojos pintados precipitándose al mar por culpa del sol. La belleza sin rival de la empresa imposible. Aquel guerrero eléctrico, aquel muchacho que cuando estaba triste se deslizaba –«me deslizo, me deslizo, me deslizo…»–, era como un tumulto que crecía en tu interior y te animaba a volar por encima de las nubes. De esa hoguera de acordes furiosos, ropa de manicomio y toda la sed del mundo brotasteis vosotros, igual que la llamarada que lleva consigo al demonio invocado por unos adolescentes con una litrona de más. Y en La Elipa hacía tremenda rasca y tocaba calentarse como fuera, por eso mueve tus caderas, cariño, y toda la pesca.
Sé que la otra noche viste a Toño y a Pepe Risi, como cada martes 13 desde que se marcharon con portazo de bomba, y que fueron terminantes: si se te ocurre parar, te matan. Y tus dedos recorren las teclas como si tocasen la piel amada, mientras gritas todas las canciones que hicieron e hicisteis con la rabia del tipo que acaba de salir del talego y se atraganta de aire puro. Porque vivir es, debería ser, excederse.
La caldera ha muerto. Arañas la cafetera en busca de una última gota. Vas lanzado hacia la cita de tu vida y el mundo entero se gripa en el monte Calvario de la M-30. Pero el rock es una aspirina capaz de curarlo todo. La pomada definitiva. Una ráfaga de notas que te acribilla y en lugar de matarte te pone a resguardo de cualquier adversidad.
Todos los héroes arrastran su propia leyenda. Érase una vez el hijo de un taxista cuyo futuro se estancaba en un taller de mecánica. Pero decidió retar al destino a los dados y, con todas las apuestas en contra, lo tumbó, y ya nunca más tuvo que rezongar «sí, señor». Y pese a «Como un huracán», Johnny rechaza la nostalgia porque no liquida las facturas y le devuelve siempre la condena de la peor resaca. Y el pop no, no, no, de ninguna de las maneras. Y el hombre de las estrellas de Bowie sí, sí, sí, por supuesto que sí. Y te lo dice un canto rodado que sabe que la primera herida es la más profunda.
Me cuentan que un chaval le ha robado un disco a su padre y que tras escuchar «Esto es un atraco» ha decidido que quiere ser estrella de rock. Pero el rock, tú bien lo sabes, Johnny, entiende más de siniestros totales que de cúspides. De subsuelos en los que es fácil confundir el destello que emite la sonrisa de Satán con el paraíso.
Una jeringuilla, seis litros de bourbon, un bardeo, una fusca. Una bolsa transparente preñada de polvo blanco, una baraja inglesa, una esquina en la que unos labios sin dueño te miran y te llaman. Todos los infiernos frente a mí. Te has chocado con otro Johnny, Thunders, en el tigre de La Vía Láctea y se te ha quedado el rictus sardónico de Pepe Risi. Pero el rock también lleva mi nombre y corre por mis venas milenarias. Y no es extraño que siempre vista de negro y que tú, muñeca, estés loca por mí.
Se quejan las aceras de Madrid de que ya no las pisamos como antes, como cuando entre la Gran Vía y Ciudad Lineal cabía el universo entero. Parece que hayan olvidado que la vida avanza a puñetazos y que los funambulistas hacemos lo que podemos. Pero el rock…