Inés Martín Rodrigo: "No hay respuestas para la muerte de una madre: ni siquiera en la literatura"
En "Otra versión de ti" la autora deposita sus más íntimos recuerdos familiares para dibujar un canto de amor a la construcción de la memoria


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Sabe que la voz de su madre era grave, potente, con cuerpo, pero no la recuerda. "Me hubiera gustado conservarla". Inés Martín Rodrigo intuye las ondas modulares de su tono por lo que otros le han contado, no porque el espacio de su cabeza instalado en la relatividad de la infancia que todo lo intensifica y sobredimensiona haya logrado retenerlo después de tantos años de domesticada ausencia. Ahora la escritora madrileña, se sumerge de nuevo en esos recuerdos azules (a los que en cierto modo también regresó en "Las formas del querer", Premio Nadal 2022), en ese velo ligeramente alquitranado de vivencias pasadas familiares y sirviéndose del oxígeno narrativo que confiere la ficcionalización del relato y la elección de una voz en segunda persona, convierte a su madre en literatura a través de "Otra versión de ti" (Destino), un cuidadoso canto al amor en todas sus formas y apariencias, atravesado por los pilares de construcción afectiva que sostienen la memoria.
A los pocos minutos de sentarnos en la mesa de la cafetería en la que nos encontramos para conversar sin prisa, se cuela un contundente alfilerazo de luz por la ventana, el primero que limpia de grisura el cielo de Madrid después de un fatídico mes inflado exclusivamente de agua. Parece que alguien nos está escuchando. "Los condicionantes externos que influyen en la configuración de los recuerdos pueden ser tantos... como este rayo de luz que está entrando ahora mismo por esta ventana. A lo mejor yo recordaré cuando pase el tiempo que cuando estaba hablando contigo entraba esa luz y tú en cambio no lo harás, tú a lo mejor quizás recordarás la música que estaba sonando en este momento". "Perdido de amor", de Luiz Bonfá.

¿Cuándo fue la última vez que tuviste miedo de estar olvidándote de tu madre?
Una de las grandes lecciones que me ha dado la escritura de esta novela es que nunca voy a olvidarme de mi madre. Mi madre va a estar en mis recuerdos siempre y lo único que tengo que hacer para evocarla es pensar en ella. Mi madre está ahí. Me lo han enseñado los diferentes testimonios de especialistas en neurociencia y en neurología que están recogidos en la novela. Hay que saber que ese recuerdo está y simplemente tratar de evocarlo.
La escritura en este caso se convierte en una especie de vehículo de salvación para Candela, convirtiendo en literatura a su madre. No sé si eres capaz de interpretar el ejercicio en sí mismo de escribir como una práctica curativa, como una herramienta de sanación en determinados momentos.
No, yo tengo muy claro y cada vez más, que la literatura no es una herramienta terapéutica. La terapia yo la hago cuando toca hacerla y con mi terapeuta y luego, escribo. Considero además que es muy importante hacer esa distinción y sobre todo especificarlo en tiempos como los que vivimos, rodeados de falsos profetas de la autoayuda. La salud mental es un asunto muy serio, lo considero uno de los temas fundamentales de nuestra sociedad actual y uno de los que más debe centrar la atención del discurso público también. La escritura para mí es una necesidad vital siempre, pero sobre todo lo ha sido con esta novela. ¿Para qué me ha servido la literatura en general y esta novela en particular? Para conocerme, para explicarme, para saber lo que pienso, para entenderme y también para que los demás me entiendan. Si además a través de mi escritura, de mi literatura, yo puedo lograr que los lectores, las lectoras, se sientan un poco menos solos en este mundo un tanto sombrío que empieza a dibujarse a nuestro alrededor y también un poco identificados con los personajes de la novela y con lo que yo cuento en la novela, bienvenidos.
"Cada vez tengo más claro que la escritura no es una herramienta terapéutica"Inés Martín Rodrigo
¿Hasta qué punto consideras un ejercicio de protección personal el hecho de parapetarte en una voz narrativa como la de Andrea, la pareja de Candela?
Primero tengo que decir que Andrea es un personaje de ficción, una voz, que en este caso además está en segunda persona y, por tanto, no es mía. No la elijo como un parapeto, ni como una protección porque realmente no tengo nada de lo que protegerme, es una elección única y exclusivamente literaria que se ajusta a lo que yo buscaba con esta novela. Digamos que a nivel más literario, en lo que se refiere al estilo, a la construcción, a la estructura, la única manera que yo encontraba de poder contar lo que yo quería contar y contarlo del modo que yo buscaba hacerlo era a través de esa voz de Andrea.
¿De qué manera dirías que la pérdida a lo largo de tu trayectoria ha condicionado tu estilo?
Más que condicionado, lo ha definido. La pérdida ha marcado mi vida y vida y literatura, para mí, son dos caras de una misma moneda. La ausencia de mi madre desde mi adolescencia me marca y me condiciona hasta el punto incluso de llegar a obsesionarme y es inevitable en ese sentido que eso haya estado reflejado no solo en mi propia escritura sino en las lecturas que más me han interesado, las autoras, los autores que yo he podido buscar con mayor interés. Siempre he tratado de buscar respuestas a esa ausencia en la literatura para al final con esta novela llegar a la conclusión de que la pregunta que yo me hacía era irresoluble, porque la muerte no tiene respuestas y mucho menos la muerte de una madre. No hay respuestas para la muerte de una madre, ni siquiera en la literatura.
¿Y dirías que a día de hoy te sigue definiendo?
Pero de una manera menos dramática, de una manera más liberadora por suerte. Con esta novela he conseguido soltar un lastre importante, un lastre personal y emocional y ahora me enfrento a esas ausencias que tan presentes están en mi vida de un modo menos doloroso. Las acojo e incluso las busco, pero ya no duelen tanto.
¿Cómo ha sido el proceso de búsqueda de identidad familiar a lo largo del relato? Porque en los agradecimientos del final admites que ha sido un trayecto muy duro para ti.
Ha sido un proceso muy complejo desde el punto de vista narrativo, desde el punto de vista creativo de la escritura también. En el libro el lector va a encontrar una hibridación de eso que se denomina géneros, aunque sea una palabra con la que yo no me llevo muy bien, pero vamos a emplearla. Hay una mezcla de géneros literarios muy diversa, desde la novela más convencional, pasando por el relato corto, al género periodístico a través de entrevistas, el género diarístico mediante los fragmentos del diario de una de las protagonistas y ahí está la narración también en segunda persona que comentábamos antes, que es una voz muy poco habitual en los libros porque es muy difícil de apresar, de contener, de conseguir pero que cuando la tienes es maravillosa. Basta leer “Nubosidad variable”, de Carmen Martín Gaite con la que esta novela tiene muchas cosas en común. De hecho es un espejo en el que yo quise mirarme para conseguir esa segunda voz.
"Ahora me enfrento a esas ausencias
que tan presentes están en mi vida de un modo menos doloroso"Inés Martín Rodrigo
que tan presentes están en mi vida de un modo menos doloroso"Inés Martín Rodrigo
Hay una multiplicidad de temas en la historia que logran conectarse entre sí de una manera bastante orgánica.
Es cierto que hay varios. Para mí los grandes temas que se abordan en la novela son en primer lugar y fundamentalmente la identidad, que creo que además es un asunto primordial en este momento: quiénes somos, quiénes creemos ser, cómo queremos que los demás nos vean, cuántas versiones de nosotros mismos empleamos para relacionarnos en función de que el contexto en el que estemos y con quién estemos, ese refrendo que buscamos por otra parte siempre en los demás, ya no solo en los demás sino a través por ejemplo de las redes sociales. Está la identidad como digo, está la memoria, la memoria como constructo vital, la memoria como esa herramienta o ese recurso del que tiramos para paliar la ausencia, para intentar hacerla más llevadera sin ser conscientes de que va a ser igualmente duradera. También ausencia, por supuesto, esta novela parte de un duelo que conecta con otro duelo previo que en realidad nunca termina. No hay nada más universal que la muerte y no hay nada más universal que el duelo y eso está muy presente en esta novela hasta el punto de ser uno de los ejes fundamentales del hilo narrativo. Y por último la familia a la que tú te referías antes, esa familia que nos construye pero también puede destruirnos, esa familia que por un lado es biológica, la que te toca, la que te corresponde por razones sanguíneas, pero también la que tú tienes la posibilidad, la oportunidad, la suerte de crearte, de construirte, de formarte. Sin duda alguna para mí esos cuatro ejes han sido fundamentales en la construcción de esta novela y esa última pata, la familiar, también, por supuesto, y en muchas ocasiones esas figuras familiares que han estado a mi lado me han permitido seguir buscando la salida de un laberinto narrativo que por momentos se tornó irresoluble pero del que finalmente conseguí salir: la prueba es la publicación del libro (admite exhalando una sonrisa ladeada de alivio y orgullo).
Teniendo en cuenta la cantidad de recuerdos visuales que has rescatado durante el proceso previo de documentación, ¿ha habido algún tipo de resignificación por tu parte de las imágenes, de la imagen como símbolo? ¿Has aprendido a mirarlas desde otro lugar?
Digamos que les he concedido un valor creativo. Hasta ahora esas fotografías de mi archivo familiar tenían un valor sentimental, un valor puramente emocional y ahora sí que es cierto que esa resignificación a la que haces mención puede tener que ver con su rol de herramientas narrativas también. Además la fotografía tiene un papel fundamental en la novela también con esa traslación que Candela, la protagonista, hace entre la memoria y la fotografía, esa equivalencia entre lo que les sucede a los recuerdos en nuestra mente y lo que les sucede también a las fotografías: en los dos casos como consecuencia del paso del tiempo. Los recuerdos van difuminándose a medida que van pasando los años y una fotografía que en su momento es nítida y los colores son vivos se va degradando, va perdiendo esa nitidez, esa viveza. El problema es que a medida que va investigando Candela descubre que esa equivalencia no es tal y enlazamos con el arranque de la conversación porque en realidad los recuerdos, pese a que creamos que olvidamos, quizá no lo hagamos tanto como temíamos y de ahí que yo te haya contestado que ya no tengo miedo o ya no temo olvidarme de mi madre porque sé que va a estar ahí, solo tengo que evocarla.

Pensaba leyendo algunos pasajes del libro en esta reconstrucción de la memoria que propone Walter Salles en su última película a través de los vídeos caseros y las fotografías familiares, en esta necesidad archivística de encapsular los recuerdos. ¿Fuiste una niña o en su casa fueron unos padres con tendencia a registrar lo vivido?
Qué preciosidad de película y qué bien está la protagonista. Yo he sido poco niña –matiza entre risas–. Tuve poco tiempo para ser niña, pero si pienso ahora en mis sobrinos, tienen cientos de vídeos que seguramente dentro de unos años ni siquiera se conservarán porque lo malo de lo digital es su escasa perdurabilidad. Tiene una presencia muy constante en el presente, pero muy poco perdurable en el futuro. En cambio todas esas imágenes que tomamos con las cámaras convencionales de carrete cuando yo era niña, hace 35 o 36 años, a mí me han servido para poder escribir este libro por ejemplo y al mismo tiempo sí me he dado cuenta, precisamente mientras escribía la novela, de que en casa no hacíamos vídeos, porque no he encontrado ninguna película casera, absolutamente nada.
¿Y eso te genera tristeza?
Sin duda, porque yo tengo a mi madre presente a través de las fotografías, pero echo en falta su voz. No la recuerdo. Si la hubiera dejado grabada, ahora podría escucharla y eso sería un consuelo muy reconfortante porque la voz, como dice Belén en la parte que escribe sobre la madre de Candela, la voz dice mucho de la personalidad de alguien. Hay un libro precioso que publicó Periférica hace unos meses que se titula oportunamente “La voz sombra”, es de una autora japonesa que vive en París (Ryoko Sekiguchi) y además de ser una preciosidad, habla precisamente de qué pasa con las voces de aquellos que mueren, dónde se quedan, en qué clase de limbo se instalan.
¿Has intentado imaginártela?
No puedo, no puedo. Igual que por ejemplo no sueño con ella. Con mi padre sí he soñado varias veces desde que murió, pero en el caso de mi madre, las pocas veces contadas que lo he hecho ha sido estando ella mal. En los sueños siempre estaba enferma. Esa presencia de la enfermedad todavía sigue siendo demasiado abrumadora. No sé, quizás a partir de ahora empiece a soñar con ella.
¿Qué sientes en el momento en el que conscientemente asumes que ha terminado este viaje literario, que ya está todo volcado y depositado en el papel?
Vértigo, tuve mucho vértigo. La primera vez que subí a la Torre Eiffel, arriba del todo, luego tuve que bajar a culetadas las escaleras. Pues esa misma sensación. Eso sí, un vértigo que a los pocos segundos se fue pasando y dejó espacio para la calma, para la serenidad y para el orgullo también. Me siento muy orgullosa de haber sido capaz de escribir una novela como esta, de haberme atrevido a afrontar un reto literario como el que suponía esta historia. Soy una persona muy insegura, muy introvertida, muy tímida y tengo que atreverme y lo hago, a decir que estoy orgullosa de este libro.
Al despedirnos, el wasap de Inés arde. El libro ya está oficialmente publicado, el alfilerazo del comienzo se ha transformado en inundación lumínica y como canta Valeria Castro en uno de los temas de su último e intimísimo disco, "el paisaje está tan claro...".