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Roma: la eterna ciudad saqueada

La capital del imperio sufrió un auténtico acoso de fuerzas invasoras, especialmente los visigodos, que en 455 acometieron un asalto que hizo temblar sus cimientos y que ocurrió después de una trama política digna de una película
El pintor Thomas Cole interpretó la caída de Roma en este conocido cuadro llamado «El curso del Imperio: destrucción»La Razón

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Esta es la increíble historia de cómo Roma resistió hasta en tres ocasiones a los visigodos, aunque fue saqueada tres veces, llevando a sus habitantes a una hambruna que casi los extermina y poniendo en peligro la existencia misma de la ciudad eterna. Pero, para ofrecer una perspectiva inusual en la historia, contaremos esta saga desde el punto de vista de los «perdedores», cuya identidad sigue siendo un misterio: ¿fueron los visigodos, el pueblo germano a las órdenes de su primer rey, Alarico? ¿o fue realmente la autoestima de Roma la que quedó totalmente dañada? Roma sufrió múltiples incursiones y saqueos a lo largo de su historia, siendo el más famoso el del año 410. Asediada por varios pueblos germánicos, cayó primero bajo el ataque del rey visigodo Alarico en 410 y luego, en 455, bajo Genserico, el rey de los vándalos y los alanos en unos hechos históricos que llevaron una terrible devastación y caos.
El saqueo de Roma por los vándalos en el año 455 es una de esas historias épicas que, al ser contada, parece sacada de una novela de aventuras, llena de personajes poderosos que rescatan a emperatrices en apuros y donde abundan las decisiones fatídicas. Para los historiadores de hace dos siglos –como Edward Gibbon– este evento fue funesto. Si ya la incursión de los visigodos en Roma en el año 410 fue una gesta impresionante, 45 años después, la ciudad eterna sufrió uno de los mayores saqueos de toda la historia del Imperio Romano. Si bien es cierto que esa apreciación es exagerada, este evento marcó un punto crítico en el siglo V d. C., convirtiéndose ahora un recordatorio de cómo las alianzas, traiciones y ambiciones personales podían cambiar el curso de la historia.
Para comprender completamente la magnitud del saqueo de Roma en 455, primero debemos retroceder un poco y explorar quiénes eran los vándalos y cómo llegaron a ser una de las fuerzas más temidas de su tiempo. Originarios de las regiones del mar Báltico, los vándalos eran un pueblo germánico que, a lo largo de su historia, se movieron incansablemente en busca de nuevas tierras y riquezas. Su viaje comenzó en el año 406, cuando aprovecharon un invierno especialmente frío que congeló el río Rin, la barrera natural que había protegido a Roma de las incursiones bárbaras durante siglos –junto a los Alpes–. Cruzaron el río y, como una avalancha imparable, comenzaron su avance a través de la Galia (actual Francia).
Pero los vándalos no se detuvieron en la Galia. Continuaron hacia el sur, cruzando los Pirineos y entraron en Hispania en el año 409. Aquí, tras enfrentarse a otros pueblos germánicos y a los remanentes de las legiones romanas, se asentaron temporalmente en el valle del Guadalquivir. Sin embargo, su mirada estaba puesta en algo mucho más ambicioso: África. En el 429, bajo el liderazgo de su rey Genserico, cruzaron el estrecho de Gibraltar y se establecieron en la antigua Cartago (actual Túnez), en el norte de África. Este fue un movimiento estratégico que les permitió controlar las rutas comerciales del Mediterráneo y prepararse para su siguiente gran conquista, a saber, Roma.
La historia del saqueo de Roma no es una simple narración de un pueblo sanguinario invadiendo la ciudad eterna, sino también una intrincada trama política que involucró a las figuras más poderosas del Imperio Romano. El emperador Valentiniano III, que había gobernado desde 425 hasta su muerte en 455, entendía el peligro que representaban los vándalos. Para mantenerlos a raya, había establecido una alianza matrimonial prometiendo a su hija mayor, Eudoxia, al hijo de Genserico, Hunerico. Este matrimonio no solo aseguraría la paz entre Roma y los vándalos, sino que también consolidaría el poder de Valentiniano en una época de inestabilidad política. A su vez, concedió al rey de los vándalos Genserico la independencia del norte de África en el 442, para consolidar su gobierno futuro. Uniría al pueblo vándalo, haciendo que fuese romano, y con el fruto de su matrimonio con Licinia Eudoxia como beneficiaria directa.
Sin embargo, esta alianza cuidadosamente tejida se desmoronó con la muerte de Valentiniano. El emperador fue asesinado el 16 de marzo de 455, y su lugar fue ocupado rápidamente por Petronio Máximo, un senador ambicioso que no perdió tiempo en consolidar su propio poder –pero que solo duraría unas pocas semanas como emperador–. Máximo se casó con la viuda de Valentiniano, Licinia Eudoxia, y obligó a la hija de ésta, Eudocia, a casarse con su hijo Paladio. Este movimiento fue visto como una traición por Genserico, quien consideró que el nuevo emperador había roto el pacto matrimonial acordado con Valentiniano. En respuesta, Genserico decidió actuar. Reunió una flota y navegó hacia Roma con un objetivo claro: saquear la ciudad y asegurar que su pueblo no quedara excluido del poder. Además, estaba la cuestión de que Avito, el rey de los visigodos, quería fortalecer su influencia en la corte. Genserico entendía que, si Avito se hacía con el poder, su pueblo jamás se asentaría legalmente en el imperio.
Pero hay otro giro en esta historia. La viuda del emperador, Licinia Eudoxia, que había sido forzada a casarse con Petronio Máximo, no estaba dispuesta a aceptar su nuevo destino. Recordando los temores que su difunto esposo tenía hacia los vándalos, ya que se trataban de un pueblo entero que se estima que fueron alrededor de 80.000 personas atravesaron miles de kilómetros, decidió pedir ayuda al enemigo. Solicitó a Genserico que viniera a Roma, seguramente no solo para vengar la muerte de Valentiniano, sino en realidad para rescatarla de su nuevo y no deseado matrimonio.
La llegada de los vándalos a las puertas de Roma el 31 de mayo de 455 sumió a la ciudad en el caos. Petronio Máximo, al darse cuenta de que no podía enfrentarse a Genserico, intentó huir, pero fue capturado y asesinado por una turba enfurecida. Algunos dicen que el soldado Ursus lo mató, mutilando su cuerpo y arrojándolo posteriormente al Tíber. Con el emperador muerto y la ciudad en desorden, los defensores de Roma no tuvieron más opción que abrir las puertas a los vándalos el 3 de junio.
Lo que siguió fue un saqueo que duró 14 días. Los vándalos recorrieron la ciudad, llevándose todo lo que tenía valor: joyas, obras de arte y estatuas. Respetaron los edificios y las estructuras, así que la población pudo seguir viviendo después del saqueo. Pero el botín más valioso que se llevaron no fueron las riquezas materiales, sino las personas. Entre los prisioneros estaban Licinia Eudoxia y sus hijas, Eudocia y Placidia, quienes fueron llevadas a Cartago junto con los demás tesoros. Genserico trató a las mujeres imperiales con respeto, y Eudocia finalmente se casó con Hunerico (477-484), cumpliendo el pacto matrimonial que había sido originalmente acordado con Valentiniano III. Ambos tuvieron un hijo de nombre Hilderico que se convirtió en heredero del trono vándalo y reinó entre los años 523-530. El reino vándalo del norte de África duró en total más de 100 años. Tristemente, el saqueo de Roma en el 455 les ganó una reputación de bárbaros incivilizados. Esta imagen fue utilizada por los bizantinos, quienes, bajo el liderazgo de Belisario, finalmente derrotaron a los vándalos en 534, restaurando el control romano sobre el norte de África. Su legado, aunque a menudo empañado por su reputación de saqueadores, es también un testimonio de su capacidad de adaptación, resistencia y ambición.
El saqueo de Roma del 455 es un recordatorio de cómo el destino de imperios puede cambiar en un instante, y cómo decisiones individuales pueden tener repercusiones positivas o ilustrar la fragilidad del poder. Desde la marcha implacable de los vándalos desde el mar Báltico a Roma, hasta la decisión de Licinia Eudoxia, esta historia muestra la imprevisibilidad de la historia. Y en el centro de todo, una mujer que, al pedir ayuda, desencadenó uno de los episodios más fascinantes y devastadores de la historia antigua.
La historia del saqueo de Roma en 455 también nos recuerda el papel crucial que las mujeres han jugado a lo largo de la historia, a menudo infravalorado, pero con un gran impacto. Licinia Eudoxia, a pesar de ser una víctima de las circunstancias políticas, utilizó su posición para influir en el curso de los acontecimientos, solicitando la ayuda de los vándalos para derrocar a su usurpador. Su decisión no solo cambió su destino, sino también el de Roma y del Imperio en su conjunto.
Además, el matrimonio de Eudocia con Hunerico fortaleció la posición de los vándalos y aseguró que su línea dinástica continuara, al menos por un tiempo. Este tipo de alianzas matrimoniales fueron comunes en la época, y a menudo determinaban la política y las relaciones internacionales tanto como cualquier tratado o batalla.

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