Un paseo arqueológico por la Roma antigua
La capital italiana es un imponente yacimiento que permite al visitante descubrir restos tan conocidos como los del fastuoso Coliseo o la ventana por donde se asomaba Mesalina, hoy una alcantarilla. El maestro Jean-Claude Golvin desvela estos misterios en la obra ilustrada «Vrbs»
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En Roma se convive con las ruinas y cualquier caminata es un paseo arqueológico. Cuando, en 1536, Carlos V se aprestaba a entrar solemnemente en la ciudad, su desfile fue, en cierta manera, un paseo arqueológico en el que repetía, de manera simbólica, parte del antiguo recorrido triunfal romano. Casi mil quinientos años antes, tras la muerte de Nerón, la nueva dinastía reinante acometió la construcción de un gigantesco edificio de espectáculos de piedra sobre un lago artificial acondicionado en el centro mismo de la «Domus Aurea», la lujosa residencia del odiado emperador difunto. Con la devolución al pueblo romano de los espacios que su predecesor había confiscado, Vespasiano y sus hijos, Tito y Domiciano, intentaron ganar para la nueva casa imperial la adhesión de la plebe urbana. El formidable coste de la obra pudo sufragarse gracias a las riquezas incautadas por Tito durante la guerra contra los judíos.
Comenzado en 70 d. C., e inaugurado diez años después, el anfiteatro Flavio constituye un edificio de planta elíptica de dimensiones imponentes. El tambor exterior medía 50 metros de altura, el eje mayor de la elipse 188 y el menor, 156. La arena sumaba una superficie total de 3.357metros cuadrados y la «cavea» podía acoger a más de 50.000 personas. La fachada exterior contaba con cuatro niveles superpuestos; los tres primeros con ochenta arcadas intercaladas entre semicolumnas con capiteles toscanos en la primera planta, jónicos en la segunda y corintios en la tercera. En la cuarta, ochenta paneles flanqueados por pilastras corintias en los que se abrían cuarenta ventanas. La decoración exterior del último piso incluía escudos entre las ventanas y cada uno de los paneles estaba provisto de tres ménsulas coincidentes con los orificios perforados en la cornisa para engarzar los mástiles de madera en los que se fijaban las sogas que sostenían un gran toldo («velum»), cuya función era proteger la arena y las gradas del sol.
Las ochenta arcadas de la planta baja daban acceso a las escaleras que conducían a la «cavea», un sistema que permitía la rápida evacuación de los espectadores. El graderío se dividía en sectores superpuestos, tres de los cuales se situaban inmediatamente tras el muro del podio que rodeaba la arena. El cuarto, en la cúspide, estaba sustentado por la gran columnata superior.
En los extremos del eje menor del anfiteatro se elevaban sendas tribunas, reservadas para el emperador y sus invitados, las vestales, los colegios religiosos y los máximos dignatarios de la corte. La distribución del resto de espectadores no dependía del precio de las entradas, pues eran gratuitas, sino que cada grupo accedía a los lugares que su condición social le asignaba. Así, los asientos más próximos a la arena eran para los miembros del orden senatorial, los siguientes para los caballeros, notables y gentes de condición modesta sucesivamente. Por último, Augusto dictaminó que algunas de las localidades de los graderíos de madera, las consideradas peores, se destinaran a las mujeres, con el pretexto moralista de erradicar la promiscuidad de los lugares de espectáculos. Todo un dédalo de escaleras y vomitorios daba acceso a los diferentes niveles. El acceso a la arena se efectuaba a través de dos entradas situadas en los extremos del eje mayor, la Porta Triomphalis y la Porta Libitinaria.
Los espectáculos celebrados en el Coliseo eran de dos tipos: los combates gladiatorios («munera») y las recreaciones de cacerías de animales feroces («venationes»). En los subterráneos se almacenaba el material destinado a estos, las jaulas de las bestias salvajes y los montacargas y rampas que permitían aparecer en escena a los actores, gladiadores y animales. Estas estructuras subterráneas estaban divididas en cuatro cuartos por los dos corredores que discurrían por los ejes mayor y menor del edificio. El pasillo central discurría bajo la entrada oriental y conectaba los sótanos del Coliseo con el Ludus Magnus, el vecino cuartel de gladiadores. La arquitectura de la arena con su tablazón móvil favoreció la violencia del incendio que arrasó el anfiteatro en 217 d. C. Los incendios y seísmos sucesivos obligaron a restaurar del edificio, cuyos espectáculos además fueron suspendidos o restringidos en tiempos de los emperadores cristianos.
A principios del siglo V, Honorio suprimió los combates de gladiadores, que se retomaron durante los primeros años del régimen de Valentiniano III hasta que este los proscribió de manera definitiva. A partir de 438 los únicos espectáculos fueron las «venationes»; el último en 523, con Teodorico.
- Vrbs. Paseo arqueológico por la Roma antigua (Desperta Ferro), de Jean-Claude Golvin, 176 páginas, 26,95 euros.