La Unión Soviética de Stalin, el espejo en que se mira Putin
En “Estalinismo en guerra 1937-1949″, el sovietólogo Mark Edele desafía el relato tradicional para analizar las claves sobre cómo la Unión Soviética emergió triunfal de la Segunda Guerra Mundial
¿Logró Stalin lo que se había propuesto en 1931? ¿Consiguió cerrar la brecha económica que le separaba de los países capitalistas, construir un Estado bélico capaz de resistir la acometida de la moderna e industrializada guerra de masas? En 1945, a muchos, dictador incluido, les pareció que sí. En los años treinta del siglo XX los soviéticos habían construido una poderosa maquinaria bélica; acumularon cantidades inmensas de armas y máquinas; entrenaron civiles para la inminente conflagración y formaron el mayor ejército terrestre del mundo. Entre 1937 y 1945 vencieron en todos los enfrentamientos militares en los que participaron, con independencia de la pobre actuación contra Finlandia o la catástrofe de la segunda mitad de 1941.
La primera revolución desde arriba de Stalin, la de 1928-1932, había edificado un enorme Estado militar en el que todo y todos estaban orientados a los preparativos bélicos. La colectivización forzosa y la industrialización acelerada centrada en la industria pesada no habían creado abundancia, ni cohesión social, ni lealtad generalizada o una economía planificada que funcionase. Sin embargo, había dado poder al Estado sobre las principales palancas de control de la vida económica, la capacidad de confiscar la mayor parte de la producción agrícola para distribuirla según le conviniera y la capacidad de producir en masa equipos militares estandarizados y en cantidades prodigiosas. Este Estado bélico no era particularmente eficiente. Pero era efectivo: podía movilizar para la guerra y cumplir su misión, aunque fuera a un coste increíble.
Al mismo tiempo, algunos de estos preparativos bélicos estalinistas resultaron contraproducentes. El sometimiento del campesinado mediante la colectivización y la expropiación de los granjeros acomodados, así como la hambruna subsiguiente de 1932-1933, habían creado un enorme grupo de ciudadanos de segunda, muy descontentos, e incluso los obreros industriales, en cuyo nombre gobernaba Stalin, no estaban nada satisfechos con su situación. Aún más desastroso fue el Gran Terror de 1937-1938 que tenía como objetivo eliminar cualquier oposición que pudiera desafiar al régimen durante la próxima contienda. En lugar de ello, creó el caos productivo, socavó gravemente la capacidad del cuerpo de oficiales del Ejército Rojo y sembró la confusión incluso en la esfera ideológica. En consecuencia, la Unión Soviética estaba mejor preparada para la guerra a primeros de 1937 que en 1940.
Es más, los enemigos a los que se enfrentaba el país de Stalin eran, en comparación, relativamente menores. La guerra de 1938-1939 contra Japón no fue librada por el conjunto de las fuerzas terrestres niponas, que estaban ocupadas en China. Polonia ya estaba derrotada cuando los soviéticos la invadieron y el hecho de que la diminuta Finlandia plantease obstáculos es algo en todo punto remarcable. Incluso Alemania era un país relativamente pobre en vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Si bien el alemán medio era más rico que el soviético medio, esto no era así para el tamaño de las respectivas economías: aquí, la Unión Soviética tenía una ligera ventaja sobre su enemigo. ¿Qué habría ocurrido si los soviéticos hubieran tenido que combatir de verdad contra el «cerco capitalista» al que afirmaban enfrentarse? Por fortuna para Stalin, sus ideas acerca del «imperialismo-capitalista» eran erróneas, pues el centro del capitalismo mundial –Estados Unidos de América, con un PIB de más del doble que el de la Unión Soviética– no atacó al «primer país socialista». Y, cuando llegó esta confrontación en 1945, Stalin contaba con el prestigio de la victoria y pronto dispuso de la bomba atómica. Esta conflagración habría de ser fría, librada a base de amenazas e intimidación mutua.
En conclusión, estamos ante una paradoja: la maquinaria bélica soviética era efectiva aunque no eficiente. Cuando estalló la guerra total, los soviéticos no estaban preparados. Pero estaban acostumbrados a no estar preparados: la experiencia de la década de 1930 había fomentado una cultura de improvisación que familiarizó a dirigentes y ciudadanos ordinarios con la inventiva necesaria en épocas de guerra. Los soviéticos iban a necesitar hasta la última de estas enseñanzas durante la Segunda Guerra Mundial.
Para saber más:
Mark Edele
Desperta Ferro Ediciones
304 pp
24,95€