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La epopeya y agonía rusa del capitán español Oroquieta

Sobrevivió a las 30.000 granadas que el Ejército Rojo lanzó sobre la División Azul y la 4.ª SS Polizei, pero cayó en manos soviéticas y fueron once años de terror
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  • David Solar

    David Solar

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«En aquella jornada se derrochó heroísmo. Mi batallón sucumbió en el campo del honor y los trece hombres a que se redujo la compañía que mandaba fuimos hechos prisioneros al final del combate. Sobre la nieve de las trincheras quedaban nuestros muertos cuando éramos conducidos a un destino ignoto. Poco importaba esta adversa fortuna ante el infinito dolor de haber visto caer al 96% de mis hombres. Nos esperaba un cautiverio duro. Era el revés de la guerra y nadie podía forjarse plácidas ilusiones ajena a este azar de la campaña. Sufrimos, pues, los rigores del hambre y del frío, las enfermedades y los duros trabajos en unas condiciones infrahumanas», recuerda el capitán Gerardo Oroquieta sobre el final del feroz combate sostenido en Krasni Bor (frente de Leningrado) el 10 de febrero de 1943 en su obra De Leningrado a Odessa. Cautivos de la División Azul en los campos de Stalin (Arzalia).
Krasni Bor («Operación Estrella Polar») fue, probablemente, la ofensiva soviética más potente para levantar el asedio de Leningrado (de septiembre de 1941 a enero de 1944) y en su fracaso jugó un papel relevante la División Azul, por entonces apenas 5.500 españoles que, bajo las órdenes del general Esteban Infantes, defendían una zona del sector sur del cerco. Era un frente relevante, clave en la batalla de Leningrado, uno de los grandes objetivos hitlerianos en la «Operación Barbarroja». En la invasión alemana de la URSS, en junio de 1941, el Grupo de Ejércitos Norte (Von Leeb) debía controlar las repúblicas bálticas, incorporar a los finlandeses a la campaña, terminar con la flota soviética del Báltico y, sobre todo, tomar Leningrado por su papel simbólico como antigua capital de los zares (San Petersburgo) y cuna de la revolución bolchevique por su población superior a los tres millones, por su riqueza monumental en iglesias, palacios, museos y grandiosas avenidas y porque, con el 11 % de su producción, constituía el primer centro industrial de la URSS.
Pese esa importancia, el asedio de Leningrado fue postergado en favor del de Kiev y del avance hacia Moscú en septiembre/diciembre de 1941 y volvió a serlo en el verano de 1942 por las operaciones en Ucrania, en el Cáucaso y en la batalla de Stalingrado. El Kremlin no olvidaba Leningrado y, a lo largo de 1942, ordenó varias operaciones para romper el cerco que estaba matando de hambre al millón de personas que continuaban allí. Mientras el 6º Ejército de Von Paulus agonizaba en Stalingrado y la Wehrmacht se replegaba del Cáucaso, el mariscal Zhúkov trataba de organizar a finales de diciembre de 1942, junto al Báltico, un cerco igual de potente como el que tanto éxito había tenido junto al Volga...
Comenzó con la «Operación Chispa», cuyo principal objetivo era proporcionar alimentos y combustible a los asediados y, en efecto, logró abrir un pasillo que alivió la angustiosa situación de la ciudad, pero resultaba tan insuficiente como expuesto a los contraataques alemanes. Cundió la alarma en la jefatura alemana, aunque ante los agobios de sus ejércitos en el sur de la URSS Berlín carecía de medios para reforzarles. Entretanto, el Ejército Rojo preparaba la «Operación Estrella Polar», una de tenaza contra el saliente de la Wehrmacht que estrangulaba Leningrado por el sur y en la que participarían fuerzas de los Frentes de Leningrado (55º y 67º ejércitos) y del Vóljov (54º Ejército y 2º de Choque), quedando en reserva el potentísimo Frente del Noroeste. Ese vital sector para los intereses alemanes estaba defendido por la División Azul y por la 4.ª División SS Polizei, unidad que ni por efectivos ni por armamento se parecía a las grandes divisiones de las SS.
El 55º Ejército soviético inició su ataque sobre las exiguas fuerzas de la División Azul que cubrían el acceso a Krasni Bor en la madrugada del 10 de febrero de 1943 con unos 38.000 hombres (superioridad 7 a 1; otros hablan de 13 a 1), tras una preparación artillera en la que intervinieron un millar de cañones que en dos horas lanzaron más de 30.000 granadas sobre las posiciones divisionarias, que fueron barrenadas; la artillería española trató de frenar aquella tempestad de metralla con sus 20/24 piezas de 105 mm y con una batería del 155 mm (inferioridad de 50 a 1). La embestida directa de la infantería soviética cayó sobre nueve compañías de tres batallones, reforzados por algunos pelotones de procedencia distinta, con menos de dos millares de soldados armados someramente y con cañones antitanques de 37 mm inútiles ante los T-34 y KV-1. En Krasni Bor, los blindados soviéticos jugaron un papel menor pues su artillería convirtió el campo en un accidentado barrizal que obstaculizaba sus movimientos, pero el capitán Oroquieta recuerda que uno de ellos perforó sus posiciones aunque quedó averiado tras ellas y les estuvo mortificando durante horas con sus ametralladoras sin que nada pudieran hacer para eliminarlo.
Esa primera línea divisionaria que cerraba tanto la carretera Leningrado-Moscú como la vía férrea entre ambas ciudades sufrió entre el 70 y el 90% de bajas la 3ª compañía del Bon; y la de Oroquieta perdió 183 hombres de los 196 que llegó a contar. En aquella terrible jornada en la que se luchó desde la madrugada hasta el atardecer –y de noche en algunos puntos– siete de las nueve compañías que soportaron el inicial embate soviético fueron literalmente aniquiladas, pero su feroz resistencia frenó la ofensiva del 55º Ejército, permitiendo que entrara en combate la 4.ª División SS Polizei apoyada por varios grupos de combate de la Wehrmacht y la Luftwaffe, con lo que la ofensiva quedó paralizada e, incluso, los soviéticos debieron retroceder en algunos puntos, cesando las operaciones el 13 de febrero. Las bajas españolas en Krasni Bor ascendieron a 1.125 muertos, 1.500 heridos y 200 prisioneros; las alemanas se desconocen y las soviéticas se calculan en 10.000 soldados porque sus avances en masa les hacían especialmente vulnerables al fuego de las ametralladoras y la lluvia de bombas de mano lanzada por los divisionarios. El forcejeo para romper el cerco prosiguió hasta la liberación de la ciudad en enero de 1944.
Pero con la captura de aquellos pocos soldados indemnes y la recogida de heridos no termina la narración del capitán Oroquieta, sino que apenas comienza para ofrecer al lector a partir de aquel momento las mil peripecias que sufrió como prisionero en la URSS de Stalin, recorriendo de campo de concentración a otro de trabajo desde el mar Báltico al Negro hasta que fue repatriado, a bordo del «Semíramis», llegando a Barcelona el 2 de abril de 1954 con 286 españoles (248 prisioneros de la División Azul y 48 más que se hallaban en la URSS por diversos motivos).
Gerardo Oroquieta siguió su carrera militar alcanzando el grado de teniente coronel en el que fue frenado por el deterioro que su organismo había sufrido durante el durísimo cautiverio. Falleció en 1972, con 55 años de edad, pero sus recuerdos perduran en este libro firmado junto a su amigo, el capitán Cesar García –que se confiesa mero cronista y colaborador en comprobar datos y ordenar hechos– y que tuvo gran éxito: Premio Nacional de Literatura y dos ediciones en 1958/59 y en 1973. La que ahora acaba de poner la Editorial Arzalia en sus manos se basa en la primera, actualizando la grafía rusa, y aplicando las actuales normas editoriales y la corrección de erratas.
  • De Leningrado a Odessa (Arzalia), de Gerardo Orquieta y César García, 664 páginas, 23,95 euros.

LA DIVISIÓN AZUL EN LA FERIA DEL LIBRO DE MADRID

En los anaqueles de las casetas de la Feria del Libro de Madrid pueden hallarse dos decenas de títulos sobre la División Azul. A continuación sólo mencionaremos las obras nuevas o reeditadas de los dos últimos años.
La División Azul. Historia de los voluntarios españoles de Hitler (Esfera de los Libros), de Carlos Caballero Jurado: Uno de los más conocidos especialistas en la División Azul, Caballero Jurado, plantea aquí una visión integral de aquella unidad, desde su fundación tras el ataque del III Reich a la URSS, su preparación, adiestramiento, actuación militar, evolución durante el conflicto y la visión que sobre ella se ha ido madurante durante las ocho últimas décadas.
Solo se muere el olvidado. El batallón II/262 (Actas), de José María Estévez Payeras: Se trata de un estupendo complemento al de Gerardo Oroquieta, cuya compañía formaba parte de este batallón y mandado por el comandante José Payeras Alcina que, gravemente herido en la batalla de Krasni Bor, murió días después. El autor es José Manuel Estévez Payeras, nieto del comandante del batallón II/262 y empeñado en reconstruir la vida de la unidad y las de sus miembros a través de la correspondencia de su abuelo, de sus diarios y de siete años de investigaciones tratando de mantener viva su memoria.
La cuarta escuadrilla Azul (Vicente Jorge San Juan), de Antonio Duarte: Una de las evidencias que se desprenden de la obra de Oroquieta es la modestia del armamento divisionario: buenos fusiles Mauser 98K. subfusiles MP 40 (fiables, lentos y eficaces en el cuerpo a cuerpo), ametralladoras MG 34 (precisa, ligera pero propensa a encasquillarse en zonas contaminadas o muy frías) y MG 42, (excelentes, pero escasas), artillería mínima y ligera y anticarros poco útiles. La Luftwaffe apareció cuando ya las posiciones españoles habrían sido laminadas y sus bajas superaban la mitad de los efectivos. En la “Cuarta escuadrilla azul”, el especialista Antonio Duarte no sólo reconstruye la formación y actuación de esta unidad, mandada por el comandante Mariano Cuadra Medina, que fue la que efectuó más misiones de combate (1918) entre las cinco escuadrillas españolas de pilotos voluntarios y la que más derribos logró (74), distinguiéndose especialmente en la batalla de Kursk. Pese a los notables logros de las cinco escuadrillas de 1941 a 1944 (160 derribos, 20 pilotos perdidos) Muñoz Grandes no logró que Berlín las agregara a la División azul.
Véanse, también...
División Azul, la división española de Hitler (Militaria), de Carlos Caballero Jurado.
El frente ruso y la División Azul (Publicaciones Arenas), de Carlos Fernández Santander y Lorenzo Fernández Navarro.
Casi no tuve tiempo. El comandante Alemany en la División Azul (SND), de Juan Negreira Parets.
Los últimos 50 de la División Azul (SND), de Alejandro Nolasco.