Los últimos de la División Azul regresan a España: repatriados de Rusia cinco cadáveres
Se han repatriado los cuerpos de cinco divisionarios que se han desenterrado recientemente para cerrar un capítulo más de nuestra historia
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Sumaban alrededor de 50.000 almas y entre sus filas corrían sensibilidades de diferente signo y rasero: falangistas, anticomunistas, personas que antes llamaban de orden, convencidos del fascismo, gentes corrientes que deseaban limpiar nombre, apellido y reputación ante el régimen de Franco y algunos presos que cayeron por allí y vieron la oportunidad de cambiar el catre penitenciario por el castrense.
Los uniformaron bajo la insignia y estela de una unidad nueva, la División Azul, y los enviaron, sin demasiados remilgos, al frente ruso para combatir el terror rojo y aplastar la amenaza bolchevique. Dieron enormes pruebas de coraje y acometieron grandes proezas, recoge la leyenda, pero, también, recibieron cera de la linda y los mataron como a conejos.
Allí se murió con mucha heroicidad, pero se murió a fin de cuentas y de todas las maneras posibles: ametrallado, por obuses, congelados, a bayonetazos, por fuego de mortero, de tanque y por detonación de minas. Como los inviernos rusos son duros de rigor, el que caía, se quedaba allá, en una fosa común, después del responso correspondiente o no. Eso dependía de cómo vinieran los ruskis apretando.
Pero como no existe odio que mil años dure, ahora, en un acto de lógica humanitaria, se está permitiendo exhumar los cuerpos de los que quedaron allí tendidos para aliviar el dolor las familias que se quedaron aquí, o sea, en España. Ahora se han repatriado los restos de cinco divisionarios que responden a los nombres de Francisco Redondo García, Esteban Heredero, José Ramón García Espina, José Alemany y Lázaro Garrido Vergara. Algunos se han logrado identificar gracias a la costumbre que se asentó en aquellas filas: junto al finado, y las lágrimas correspondientes, depositaban una botella de cristal con sus documentos personales. Si algún día se gana la guerra, debieron pensar, ya habrá hora de venir a buscarlos y llevarlos a su tierra para darles un entierro cristiano y como Dios manda.
Lo que sucedió es que la guerra se perdió y hasta hoy no ha habido manera de clavar una pala en el hielo de aquellas estepas para sacar la osamenta de uno solo de esos hombres, que, en realidad, muchos eran tremendamente jóvenes. Ochenta años después, primavera arriba, primavera abajo, estos reclutas regresan a sus aldeas, donde dejaron hermanos y padres, y cerrar un capítulo más de nuestra historia, probablemente, uno de los agujeros negros más grandes que existe en el universo. Engulle todo lo que tenga la desgracia de acercarse a su horizonte: prudencia, cordura, tacto, sentido común, madurez y mesura...