La relación entre los Primo de Rivera y Mussolini
Existió una conexión cordial entre el Duce y la familia española: tanto José Antonio como hermana Pilar visitaron, por separado, al mandatario italiano
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Pilar Primo de Rivera, delegada nacional de la Sección Femenina de Falange Española y hermana de José Antonio, visitó la Roma de Benito Mussolini en 1938, el mismo año en que viajó también por vez primera a la Alemania de Hitler. Llegó a Italia acompañada de Carmen Werner, la falangista malagueña enamoriscada de José Antonio (“una amistad un poquito sentimental”, decía Dionisio Ridruejo), y a quien éste a su vez había escrito una desconocida carta desde la prisión de Alicante, el 16 de julio de 1936, insinuándole, tan seductor como siempre: “Como único precio solo espero beber una limonada exprimida por tus propias manos bajo la sombra de los árboles de tu jardín”.
Werner fue a Roma con Pilar Primo de Rivera y Carmen de Icaza, al frente de la Asesoría Social del Auxilio Social y luego de su Oficina de Propaganda. Junto a ellas viajaron cuatro hombres: Dionisio Ridruejo, José María Pemán, presidente a la sazón de la Academia Española, Antonio Quintana, secretario del Ministerio de Educación, que financió el viaje, y Eugenio Montes, director de la Casa de España.
Coincidieron con el derrocado rey Alfonso XIII en el mismo Grande Albergo donde se hospedaban. Ridruejo recordaba así el encuentro con el ex monarca: “Nos recibió en grupo en la salita de su ‘suite’, que no pasaba de decorosa. Sobre la mesa puso su pitillera de plata con cigarrillos negros de boquilla larga. Preguntó mucho, como era de rúbrica, pero también habló bastante. El modo de dirigirse a cada uno de nosotros era muy hábil y matizado. A Pemán con menos frecuencia y como diciéndole: “Usted es de la familia”. A Pilar con especial atención. Seguramente no ignoraba que todos los Primo de Rivera guardaban hacia él un cierto resentimiento”.
También los recibió Mussolini. A Pilar, el gran salón del Mapamundi donde se entrevistaron con el Duce le pareció inmenso, y el dictador italiano “una verdadera efigie romana”. Ridruejo se entrevistó luego con el secretario general del Partido Nacional Fascista, Achille Starace, y con el ministro de Cultura Popular, Dino Alfieri. Por último, conversó también sobre política española con el ministro de Asuntos Exteriores, Galeazzo Ciano, casado con Edda Mussolini, primogénita del Duce.
Cinco años antes, en octubre de 1933, había estado ya José Antonio Primo de Rivera en Roma. Tras entrevistarse también con Mussolini, aludía a éste con simpatía, lo cual no significaba en modo alguno que al líder de Falange se le pudiese tildar de fascista, ni mucho menos de nazi.
Evocaba así José Antonio, con la calidad de su prosa y el rigor descriptivo del mejor reportero, aquel encuentro privado: “Eran las seis y media de la tarde. No había en el Palacio de Venecia el menor asomo de ajetreo. A la puerta, dos milicianos y un portero pacífico. Se dijera que el penetrar en el palacio donde trabaja Mussolini es más fácil que tener acceso a cualquier gobierno civil. Apenas enseñé al portero el oficio donde se me citaba, me hizo llegar –por anchas escaleras silenciosas– a la antesala de Mussolini. Tres o cuatro minutos después se abrió la puerta. Mussolini trabaja en un salón inmenso, de mármol, sin muebles apenas. Allá, en una esquina, al otro extremo de la puerta de entrada, estaba tras de su mesa de trabajo. Se le veía de lejos, solo en la inmensidad del salón. Con saludo romano y una sonrisa abierta me invitó a que me acercara. Avancé no sé cuánto rato. Y, sentados los dos, el Duce empezó su coloquio conmigo. Yo le había visto en audiencia rituaria, años antes, cuando fui recibido con varios alumnos de la Universidad de Madrid. Aparte, como todos los habitantes del mundo, le conocía por los retratos: casi siempre en actitud militar, de saludo o de arenga. Pero el Duce del Palacio de Venecia era otro distinto; con plata en el pelo; con un aire sutil de cansancio; con cierto pulcro descuido en su ropa civil. No era el jefe de las arengas, sino el de la maravillosa serenidad...”.
Hablaron alrededor de media hora. Luego Mussolini acompañó a José Antonio hasta la puerta a través del inmenso salón. No le pareció de gran estatura el patriarca italiano y pudo comprobar que su silueta estaba ya ligeramente corcovada. Al llegar ambos a la puerta, le dijo el Duce con calma paternal, sin la menor sombra de énfasis: “Le deseo las mejores cosas, para usted y para España”.
El destino cruel quiso que José Antonio, veinte años más joven que Mussolini, falleciese antes.