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Fútbol y faldas para retar al fascismo de Mussolini

No era un deporte de señoritas, decían; estaban vetadas, pero este grupo de mujeres, liderado por una costurera, se empeñó llevar la contraria al Duce
Ap.La Razón
La Razón
  • David Solar

    David Solar

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«Estábamos en 1932 y millones de italianos habían perdido la cabeza por el “football”, que el régimen rebautizó rápido como “calcio” para aparentar unos orígenes italianos de este deporte. Mussolini, “el primer deportista de Italia”, comprendió que el deporte era un instrumento perfecto para controlar a las masas. Sobre todo el fútbol, “juego fascista” por excelencia y magnífica herramienta para construir nuestra identidad nacional». Acaba de aparecer un libro breve, sencillo y conmovedor, «Las futbolistas que desafiaron a Mussolini», de Federica Seneghini (Altamarea), quien narra las vicisitudes de un grupo de chicas milanesas que lucharon para poder jugar al fútbol. El proyecto arrancó en 1932 –Décimo Año de la Era Fascista, según la terminología mussoliniana– plagado de dificultades desde antes de que rodara el balón: «No era nada fácil con esas faldas tan largas (...) Y, encima, no teníamos los zapatos adecuados, no podíamos ir en manga corta y ni alzar mucho la voz para no llamar la atención. Ni siquiera podíamos correr, al menos no mucho. Debíamos hacer todo con moderación porque éramos mujeres».
Este libro se nutre básicamente de las memorias de Marta Boccalini, de profesión costurera, que formó parte del grupo fundador del equipo; era hermana de la goleadora del conjunto, la estudiante Rosetta y de la profesora Giovanna, la mayor, que actuaría como árbitra. Marta, que murió casi nonagenaria en 1998, asume el papel de narradora en el relato, que comienza justamente un domingo de comienzos de verano, cuando un grupo de amigas, entre las que se hallaban ella y sus hermanas valoraron por vez primera la atrevida idea, impulsada por el entusiasmo de Nini Zanetti, que había logrado publicar una nota en el «Domenica Sportiva»: «¿Por qué no debería haber un equipo de fútbol femenino en Italia? ¿Y por qué Milán, que tiene el honor de contar con dos equipos como el Milán y el Ambrosiana (el Inter), no se plantea crear dos equipos con, quizás, aficionadas de estos dos rivales? ¿No sería interesante ver que, incluso en este tipo de deporte, la mujer italiana puede competir y quizás superar a las extranjeras?». La aceptación no fue inmediata, pero otro domingo Zanetti llegó con un balón: «Lo hizo rodar por la hierba. Después puso los brazos en jarra: ¿Qué? ¿Probamos?».

Domingo de práctica

Se entusiasmaron y le dedicaron los domingos, buscando soluciones a los problemas que les salían al paso, como la incomprensión social. Cuando Marta perseguía ardorosamente el balón por el parque una señora la interpeló: «No está bien que las chicas como vosotras se alboroten de esta manera, ¿sabes? Encima jugando al fútbol. ¡Somos damas!». Necesitaban equipamiento, un campo cerrado, numerosas jugadoras para formar al menos dos equipos, respaldo médico para superar objeciones de la familia y de la sociedad, licencia administrativa... El problema familiar no era menor. Una abandonó el equipo abroncada por su padre: «Se puso a gritarme (...) Me dijo que soy una fresca y que él no quiere frescas en casa. Que soy la oveja negra de la familia. Que una mujer debe quedarse en casa. Y nada, todo el rato lo mismo».
Mejoró la situación cuando un ginecólogo aseguró que la práctica del fútbol no perjudicaba a la mujer y, más, cuando les respaldó Nicola Pende, especialista en Biotipología y Ortogénesis: «Desde el punto de vista médico, no se le puede ocasionar ningún daño ni a la línea estética del cuerpo ni al equilibrio de los órganos abdominales femeninos, y sexuales en particular, a través de un partido de fútbol racionalizado no competitivo (...). Por lo tanto, jugar al fútbol, sí, pero ¡por puro placer y con moderación! Esto sirve para todos los deportes femeninos».
Jugándosela frente a la censura, se publicaron artículos que reflejaban cierto cambio de mentalidad: un deportivo milanés publicaba: «El fútbol que tanto emociona a la multitud deportiva no lo practica, ni siquiera como ejercicio gimnástico, el elemento femenino. En Francia, en Inglaterra, existen clubes femeninos bien organizados y anualmente se juega el campeonato femenino. ¿Por qué no intentamos algo similar aquí? Las jóvenes italianas ya practican deportes como el atletismo, el baloncesto, la natación, el patinaje, el esquí, la esgrima, el tenis, etcétera, y lo hacen bien. ¿Por qué no practicar también fútbol? Un grupo de aficionadas han creado un equipo de futbolistas (...) su idea es practicar el fútbol como ejercicio físico. Las inscripciones gratuitas se reciben...». Así llegaron muchas chicas que deseaban jugar en el recién bautizado Grupo Femenino Futbolista Milanés, que incluso redactó un reglamento.
Pero lo peliagudo era la licencia por la oposición del fascismo: «Si hubiese un deporte que la mujer no debiera practicar es, justamente, el fútbol», («Lo Sport Fascista», diciembre de 1931). El CONI (Comité Olímpico Nacional Italiano), presidido por Alessandro Arpinati, sin embargo, les dio vía libre: «S. E. Arpinati, a pesar de reconocer que en Italia este juego femenino no se encuentra regulado y que su difusión no es conveniente, ha concedido la autorización a la sociedad milanesa para practicar el fútbol. Sin embargo, cada actividad debe realizarse en privado, en campos cerrados y sin público. El CONI ha aceptado todo esto a modo de prueba y, si en Italia surgen varias sociedades como esta, se estudiará la oportunidad de regularlo y disciplinarlo a través de una federación».
La licencia fue un alivio para las chicas pues el fútbol constituía una extraordinaria válvula de escape: «Cuando entrábamos en el campo, era como si nos quitásemos todo el veneno que llevásemos encima, como entrar en un terreno descontaminado, en un puerto franco del fascismo, de las reglas, de las constricciones y de aquello que los hombres querían para nosotras en 1933. Nos poníamos las zapatillas, la faldita (...) y no había nada más que nuestra libertad para divertirnos, para defender la portería o para intentar meter un gol. Y quizás por ello, poco tiempo después, los fascistas quisieron hacernos entender que, en este juego tan maravilloso como la vida, también ellos ponían las normas».
Los problemas se sucedían: pretextando que los golpes que la portera recibía al detener el balón podrían dañarla, tuvieron que sustituirla por un muchacho; como fueran inevitables los choques en los saltos de cabeza se prohibió jugar por alto... También había esperanzas: fueron invitadas a jugar un partido ante los equipos del Inter y del Spartak de Praga porque «ustedes son la vanguardia aquí en Milán. Y de nuestras vanguardias, como dice el Duce, hay que estar orgullosos». Jornadas felices: presenciaron el encuentro Inter-Spartak y conocieron a los ídolos italianos, entre ellos a Meazza, que dedicó una fotografía a «Rosetta, futbolista con falda: nunca dejes de atacar. Giuseppe Meazza, 9 de julio de 1933».

No es cosa de señoritas

Un sueño, que se prolongó hasta el otoño de 1933 cuando en la vecina Alessandría, se fundaron dos equipos femeninos. Puestos en contacto, intercambiaron información, ajustaron reglamentos y acordaron celebrar un partido el 1 de octubre, el primero en Italia entre dos equipos femeninos de distinta ciudad. El sueño se rompió el 24 de septiembre: cuando se preparaban para jugar lo impidieron varios funcionarios fascistas que las conminaron a realizar carreras cronometradas...
Al lunes siguiente, dos de ellos se presentaron en la tienda de Ugo Cardosi, que ejercía como presidente del club y le espetaron amenazadores: «Escucha bien y así no perdemos tiempo. El fútbol no es cosa de señoritas, ¡metéoslo en la cabeza! Deberíais avergonzaros. Los tiempos han cambiado: Arpinati (el presidente del CONI había sido sustituido por Starace) ya no está. El entusiasmo de estas chicas es loable y saludable, pero debemos y reorientarlo hacia los deportes más útiles para el régimen y más apropiados para las chicas. Y eso es lo que vamos a hacer». Con todo, las chicas del fútbol trataron de continuar, de sobrevivir al aplastamiento fascista. Fue inútil: algunas se reorientaron hacia el atletismo o el baloncesto y, la mayoría, amargada, abandonó el deporte.
Cronista y última de las milanesas
Marta Boccalini trabajó siempre como costurera, pero fue ella quien redactó algunas memorias familiares que salvaron del olvido la historia de las hermanas profesoras Giovanna y Rosetta, además de las de sus «queridas compañeras del fútbol», como las llamaba. Fue la única mujer de la casa Boccalini que no tuvo hijos, pero se convirtió, ya de anciana, en un referente para todos sus sobrinos. Vivió hasta 1991 junto a Rosetta, desde que esta enviudó. Murió en 1998. Fue la última última superviviente del club de futbolistas milanesas.