¿Por qué Carlos V fue el único emperador español y no su hijo Felipe II, cuyo imperio fue mayor?
Ni su vástago, pese a reinar sobre más territorios que su padre, ni el resto de reyes de los Austrias o los Borbones ostentaron el cetro imperial
Creada:
Última actualización:
Cuando hablamos de la Historia de España a todos se nos viene a la cabeza ese periodo de esplendor entre los siglos XV y XVII en que los territorios de la Monarquía Hispánica repartidos en Europa, América o Asia no se ponía el Sol. Con frecuencia hablamos de ese Imperio español que se prolongó hasta el siglo XIX con la pérdida de las últimas posesiones y que supuso la hegemonía de nuestro país y el dominio de los mares.
Sin embargo, pese a que los distintos monarcas, tanto los Reyes Católicos como el resto de Austrias y Borbones, poseían tal cantidad de territorios, nunca dejaron de ser eso, reyes, nunca emperadores, excepción hecha de Carlos I de España, que sí fue emperador, no así ni su padre, Felipe I (El Hermoso) ni su hijo, Felipe II, a pesar de que reinó sobre mayor número de súbditos y posibilitó incluso la unión de las coronas de Castilla y Portugal, extendiendo sus posesiones a Brasil o Macao, por poner solo dos ejemplos.
¿Por qué entonces solo Carlos I fue emperador? Tal título se le dio como heredero del Sacro Imperio Romano Germánico, que enlazaba directamente con los césares de Roma. Tras la caída del Imperio Romano de Occidente quedaba vacante el laurel de César y fue el Imperio Carolingio quien trató de tomar el relevo de tal honor. Al llegar al trono, Carlomagno se propuso restaurar la unidad política del Imperio Romano y consolidar el cristianismo en Europa, para lo cual sometió a los sajones (772-804), que habitaban en el norte de Alemania, hasta convertirlos al cristianismo.
Carlomagno creó un imperio que se extendía del Atlántico al Elba y del mar Báltico a España e Italia. Fue entonces cuando el Papa León III lo coronó emperador en la Navidad del año 800. De esta manera nació el Imperio Carolingio y Carlomagno se convirtió en el brazo armado de la Iglesia.
A su muerte, en el año 814, el poder del emperador disminuyó de manera repentina y a la muerte de su hijo, Ludovico Pío, sus tres hijos, Lotario, Luis el Germánico y Carlos el Calvo se repartieron el territorio en el Tratado de Verdún (843), fragmentándose el Imperio en tres reinos:
- Carlos el Calvo recibió la Francia occidental que corresponde, aproximadamente, a la actual Francia.
- Luis el Germánico obtuvo Francia oriental o Germania equivalente a la Alemania actual.
- Lotario adquirió el título de emperador y los territorios situados entre los de hermanos, que se conocieron como Lotaringia: los Países Bajos, Alsacia, Suiza e Italia.
Fue precisamente Germania el origen del Sacro Imperio Romano Germánico, de la mano de los sajones. El Imperio se formó en 962, cuando Oton I fue proclamado emperador por el Papa: a cambio de reconocer la legitimidad del poder papal se adjudicó el derecho de nombrar al Sumo Pontífice y, además, de intervenir en la elección de todos los obispos. De ahí en adelante, el destino de la Iglesia estuvo unido al de los emperadores germanos.
En un principio, el curso de los siglos, sus fronteras fueron considerablemente modificadas. En el momento de su mayor expansión, el Imperio comprendía casi todo el territorio de la actual Europa central, así como partes de Europa del sur. Así, a inicios del siglo XVI, en tiempos del emperador Carlos V, además del territorio de Holstein, el Sacro Imperio comprendía Bohemia, Moravia y Silesia. Por el sur se extendía hasta Carniola en las costas del Adriático; por el oeste, abarcaba el condado libre de Borgoña (Franco-Condado) y Saboya, fuera de Génova, Lombardía y Toscana en tierras italianas. También estaba integrada en el Imperio la mayor parte de los Países Bajos, con la excepción del Artois y Flandes, al oeste del Escalda.
Fue de Maximiliano I de Habsburgo (o de Austria como fueron conocidos en España), archiduque de Austria y emperador de Alemania, de quien heredó Carlos I su título de emperador. Mediante una hábil político matrimonial incrementó el patrimonio territorial de los Habsburgo incorporando los reinos de Castilla y Aragón mediante el matrimonio de su hijo, Felipe el Hermoso, con la hija de los Reyes Católicos, Juana la Loca (1496). Además, se aseguró también la herencia de Hungría y Bohemia mediante el doble matrimonio de sus hijos Fernando y María con los hijos del rey de Hungría (Tratado de Viena, 1515).
Por su segundo matrimonio con la sobrina de Ludovico Sforza, Maximiliano adquirió derechos sobre el Ducado de Milán. De este modo, Maximiliano I puso los fundamentos del poderío de los Habsburgo en Europa, reuniendo una herencia colosal para su nieto, Carlos V, quien también pasó a ostentar el título de emperador.
Como hijo de Felipe el Hermoso y Juana la Loca, llegó a manos de Carlos V una vasta y heterogénea herencia. Por parte de su abuelo paterno recibió los estados hereditarios de la casa de Austria, en el sudeste de Alemania; por parte de su abuela paterna, María de Borgoña, obtuvo el ducado borgoñón, que sin embargo estaba en poder de Francia, y además los Países Bajos, el Franco-Condado, Artois y los condados de Nevers y Rethel. De su abuelo materno, Fernando el Católico, recibió el reino de Aragón, Nápoles, Sicilia, Cerdeña y sus posesiones de ultramar; y de su abuela materna, Isabel la Católica, Castilla y las conquistas castellanas en el norte de África y en Indias.
En 1516, con la muerte de su abuelo Fernando el Católico, se convirtió en Carlos I de España. El 23 de octubre de 1520, Carlos V fue coronado emperador en la ciudad de Aquisgrán. En una ceremonia de gran pompa, le fue colocada la casulla de Carlomagno, la corona, el cetro y el globo. A sus veinte años era el jefe de la cristiandad.
Durante su reinado no cesaron los conflictos que fueron minando su energía y así, ante el cariz que tomaban los acontecimientos, con un sinfín de frentes abiertos, una guerra religiosa abierta que supuso un cisma para la cristiandad, y una salud delicada a causa de la gota, el emperador decidió dejar el cetro y abdicar en la figura de su hijo Felipe en 1555. Sostener su colosal imperio había agotado sus fuerzas.
Así, el 25 de octubre de 1555, Carlos abdicó en Bruselas en favor de su hijo Felipe (que reinaría como Felipe II) la soberanía de los Países Bajos. Tres meses más tarde le cedió también las coronas de Castilla y León, Aragón y Cataluña, Navarra y las Indias, así como el reino de Nápoles, el de Cerdeña, la corona de Sicilia y el ducado de Milán.
Sin embargo, el cetro imperial no lo heredó su hijo, sino su hermano Fernando I. ¿Por qué no se lo dejó a Felipe II? Pues lo más probable es que a lo largo de su vida hubiese comprobado que el título imperial carecía de valor sin el sustento de las armas, y por ello no había dudado en repartir sus dominios entre las que consideró las cabezas más importantes de su dinastía: su hermano Fernando y su hijo Felipe.
Tras repartir su herencia, se retiró al monasterio de Yuste, en Cáceres, justo el mismo en el que ayer le fue entregado a Ángela Merkel el premio Carlos V por su aportación a la construcción de esa Europa que él dejó dividida.
Ingresó allí el 3 de febrero de 1557 y falleció en la madrugada del 21 de septiembre de 1558. La ambición de Carlos V de resucitar un Sacro Imperio Romano fundado en la unidad religiosa había fracasado. Había creado, en cambio, el primer imperio colonial moderno, el imperio en que nunca se ponía el sol.
Las guerras napoleónicas y el consiguiente establecimiento de la Confederación del Rin demostraron la debilidad del Sacro Imperio, el cual se convirtió en un conjunto incapaz de actuar. El Sacro Imperio Romano Germánico desapareció el 6 de agosto de 1806 cuando Francisco II renunció a la corona imperial para mantenerse únicamente como emperador austríaco, debido a las derrotas sufridas a manos de Napoleón Bonaparte.