La España polarizada de Franco: de Laín Entralgo a Sánchez Albornoz
Tras la finalización de la Guerra Civil, dos visiones sobre la historia de España se enfrentaron en el seno del franquismo para construir el futuro del país
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¿Qué significa ser español? ¿Qué es España? Preguntas muy complejas y, como se puede ver en nuestras actuales discusiones políticas, todavía no respondidas. Más complejas resultaban aún durante los primeros años del régimen de Franco, con un país cortado en dos por la Guerra Civil y tratando de encontrar una identidad tras casi cien años de problemáticas internas constantes. Muchos podrían pensar que el principal debate sobre la historia de España se daría entre los exiliados de la República y los intelectuales que apoyaban a Franco. No obstante, el mayor enfrentamiento por el llamado “ser de España” se produjo entre los representantes intelectuales de la llamada, por ellos mismos, “España Victoriosa”. Es decir, el régimen surgido en el país en 1939.
Este debate, si bien se extendía por la mayoría de la intelectualidad del momento, se ve reflejado en dos figuras clave, Pedro Laín Entralgo y Rafael Calvo Serer. Ambos católicos convencidos, defensores de las tradiciones españolas y con trayectorias vitales parecidas, pues en sus primeros años apoyaron al régimen para, finalmente, pasarse a la oposición. Su polémica se inicia por la publicación de dos libros a finales de los cuarenta: “España como problema”, del primero, y “España, sin problema”, la contestación que le hace Serer.
En “España como problema” Laín Entralgo se alejaba de la tesis victoriosa que se extendió en España tras el final de la Guerra Civil. Él no veía la guerra como una resolución a los conflictos, sino una muestra más del mal que había perseguido a España durante siglos. La división, el enfrentamiento entre las partes. En suma, las “dos Españas”. Una liberal y otra tradicional que se afanaban en asesinarse mutuamente y, por el camino, sin darse cuenta, desangraban poco a poco al país. Entralgo, falangista de convicción férrea y convencido nacionalista, veía al país como el máximo objetivo a lograr. Si España, por esa lucha, sólo podía estar en guerra, había que encontrar una solución.
Con ese objetivo, recordando a Ortega y Gasset y con influencia de Hegel, propone encontrar una síntesis, una visión común que permita crear una “gran idea de España”. De tal manera, buscaba unir ambas visiones, aceptar a autores y figuras que, aunque enemigos a nivel político, defendiesen a España y su historia como la base de su actuación. Una política de unión cultural en nombre de la nación; desde Unamuno, en pos de una España regenerada, al republicano Sánchez Albornoz, con su idea de la España de origen católica y visigoda. La nación, para Entralgo, debía ser unificadora y si bien tenía que respetar las bases tradicionales del país, no se podía cerrar sobre si misma en una única postura, sino que debía integrar y solidificarse para que todo el país actuase con una misma voluntad.
Serer aborrecería esta idea. Más tradicionalista que Entralgo, veía en la Guerra Civil la victoria final, el momento histórico decisivo que había coronado a la verdadera España frente a los traidores. Según su visión, sólo la monarquía y la iglesia debían gobernar en España. Las esencias del país eran no sólo sagradas, sino también imposibles de cambiar o adaptar. Para Serer, el falangismo de Entralgo le hacía pensar en revoluciones y en creaciones de estados nuevos que estaban condenadas al fracaso. España debía ser y sería siempre católica, y sólo mediante la Iglesia podría existir como una nación en paz. No integrando a las corrientes modernistas, sino borrándolas de la existencia.
Ambas posturas, muy enfrentadas durante años entre los jerarcas del régimen, fueron solucionadas con las habituales maniobras salomónicas de Franco. En cierto sentido, recordando al mote heráldico de Fernando el Católico, “tanto monta”. Y así hizo, cogió de cada una de las visiones lo que consideraba más correcto. Apoyándose en Entralgo para justificar la modernización llevada a cabo por los tecnócratas del Opus Dei, y los principios católicos de Serer para normalizar relaciones con el Vaticano y la iglesia Española que, para finales de los sesenta, estaba cada vez más descontenta. Luego, expulsó a ambos de sus puestos de poder -para evitar conflictos- y los relegó a una oposición moderada. Finalmente, al contrario de lo que ellos pensaron, sus posturas fueron reconciliadas para la construcción de la España “desarrollista” de los sesenta. Así, aunque en pequeño grado, se saldó la guerra de las “dos Españas”. O, al menos, eso pasó dentro del Régimen.