Crítica de "La habitación de al lado": Almodóvar y su poética de los cuidados ★★★★ 1/2
Director: Pedro Almodóvar. Guion: P. Almodóvar, basado en la novela de Sigrid Nunez. Intérpretes: Tilda Swinton, Julianne Moore, John Turturro, Alessandro Nivola, Victoria Luego. España, 2024. Duración: 110 minutos. Drama.
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“La habitación de al lado” parece organizada a través de dualidades que dialogan entre sí, buscando oposiciones y simetrías, encontrando una comunión en esa política de los cuidados que la amistad coagula en la calidez de sentirse acompañados cuando el cuerpo falla y los afectos perduran. La gran antagonista es la muerte, ese tiempo agotado que sobrevolaba el autorretrato de “Dolor y gloria” y que ahora cristaliza en una enfermedad terminal, la de Martha (Tilda Swinton), que propicia un reencuentro con esa mejor amiga, Ingrid (Julianne Moore), que los años enterraron en agendas imposibles. He aquí la primera dualidad: las dos temen a la muerte, pero una ha aprendido a aceptarla, impregnada de sus tules negros, y la otra la observa con terror, prefiere pensarla desde la escritura. Martha la vivió desde lo real, como corresponsal de guerra, e Ingrid desde la ficción, como si la literatura pudiera retrasar su experiencia. Si las personas pudieran sumarse, si Martha e Ingrid fueran dos incógnitas de una misma ecuación, la muerte las esperaría al otro lado, sería el resultado de la suma de sus angustias pero también de su amor mutuo. Ellas son la fuerza del acto de creación ante lo insuperable.
Almodóvar siempre las filma en un oscilante equilibrio, como si los colores que las visten, la posición que ocupan en el encuadre, su permanente exposición en una orgía controlada de primeros planos, se compensaran sin descanso. Siguen los tropos del melodrama -una puerta que, abierta o cerrada, significa la vida o su ausencia; las escaleras que conducen a esa puerta, conectando dos niveles de realidad emocional; los grandes ventanales, que hacen del exterior un comentario visual de la elegancia serena del interior- pero en un estilo depurado, austero, que Almodóvar lleva practicando desde “Julieta”.
En los intercambios afectivos entre Martha e Ingrid; en la bella, controlada gestualidad de Swinton y Moore; en el ejercicio de sororidad de esta versión crepuscular de “Ricas y famosas” que demuestra hasta qué punto Bergman también estaba haciendo su personal interpretación de los ‘women films’ de Hollywood; en el precioso manierismo sirkiano (los copos de nieve rosa, que parecen caer desde “Solo el cielo lo sabe”); en la evocación del final de “Dublineses” de Huston; “La habitación de al lado” encuentra su propia poética, que es la de las grandes películas de cámara.
Sin embargo, Almodóvar es el cineasta de los desvíos, y necesita buscar la dualidad definitiva, el contraplano macrohistórico que politice su relato íntimo, vivido en la privacidad de una casa aislada en el bosque. Es ahí donde aparece la parte más discursiva de la película, y la más discutible, donde el cineasta manchego envía mensajes a la platea sobre la defensa a la eutanasia, la denuncia del cambio climático, el horror ante la guerra y las malas prácticas del neoliberalismo, que equiparan la agonía del mundo con la de Martha. Almodóvar parece olvidarse de que toda intimidad es, en sí misma, política, y que sus ideas sobre el estado de la civilización se contienen en un espacio metafórico que no necesita explicitarlas para encontrarles una solución en un gesto de empatía, en un silencio abrumador ante una vida que continuará siempre que haya alguien capaz de darnos un abrazo sin que lo pidamos.
Lo mejor:
Swinton y Moore, y el estilo, tan contenido como expresivo, con que las filma Almodóvar
Lo peor:
Sus innecesarias derivas políticas, sobre todo las que tienen que ver con el personaje de Turturro.