No, "Anora" no blanquea la prostitución, ni va a modificar las aspiraciones de las niñas
Tras convertirse en la triunfadora de los Oscar la cinta de Sean Baker genera un absurdo y limitado debate alrededor de una posible romantización de la explotación sexual


Madrid Creada:
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A pesar de la naturaleza sugerente y predictiva de las quinielas, el aumento significativo de probabilidades que se había producido en la última semana y colocando los ecos de la resaca discursiva de unos Oscar políticamente anestesiados encima de la mesa, lo cierto es que la victoria indiscutible de "Anora" durante la gran noche del cine ocurrida en Los Ángeles durante la madrugada del domingo sigue suscitando un nivel considerable de polarización en lo que a aceptación de los resultados se refiere que ahora suma un interesante y demagógico elemento a su análisis crítico: la ofensa de los colectivos abolicionistas.
Llama poderosamente la atención la rotundidad con la que algunos usuarios en las redes e incluso creadoras del sector audiovisual como Leticia Dolera afirman sin matices que la cinta que ganó la Palma de Oro en Cannes y que ha logrado cinco de las seis estatuillas doradas a las que optaba en los Oscar –entre ellas la mejor dirección, mejor película y mejor actriz para Mikey Madison, descubierta años atrás por un intuitivo Tarantino en "Érase una vez en Hollywood"– romantiza la prostitución ofreciendo una visión estetizada y blanqueada de una ocupación que lejos de establecerse conceptualmente como un trabajo, debería estar considerado un ejercicio de explotación. "Si hemos conseguido generar un pensamiento crítico en torno a que las niñas no quieran ser princesas, sino que también quieran ser protagonistas de sus historias y conquisten el mundo, ahora vamos a tener cuidado con el hecho de que las niñas no quieran ser prostitutas", sostenía la actriz, guionista y directora.

Haciendo uso y abuso de un tono reduccionista que recuerda mucho a algunas de las surrealistas críticas vertidas sobre las "Pobres criaturas" de Lanthimos -adaptación de la novela enclavada en la época victoriana de Alasdair Gray sobre la novia de Frankenstein y el mito de la mujer autómata- y su supuesta apología de la pedofilia a través del manejo que Bella, su protagonista, hace de la libertad sexual y de la exploración del deseo femenino, muchas de las apreciaciones negativas hacia "Anora", que no buscan otra cosa que anular la validez de una obra simplemente por el hecho de que la forma de mostrar una realidad incómoda con la que no están de acuerdo no se acerca a la idea concreta y personal que tienen sobre ella, se corresponden con la certera reflexión sobre la psicología del cinéfilo que Vicente Monroy expone en su ensayo "Contra la cinefilia".
Esta sensación de que "el cine ya no se percibe como algo exterior, como un simple conjunto de películas proyectadas sobre una pantalla, sino como un entrelazamiento de la propia vida y la vida de las imágenes" conduce a aquellos y aquellas que son capaces de catalogar una película con un adjetivo que remite a una idea política ("esta película es antiabolicionista" o "esta película es pedófila" o "esta película es misógina") en vez de a una apreciación sustentada en la argumentación del criterio del especialista con ojo entrenado ("esta película es pésima" o "esta película es prescindible" o "esta película es narrativamente pobre") a una patologización terriblemente infantilizada que les define y les limita a la hora de poder analizar cualquier elemento que provenga de la libertad creadora.
Infantilismo crónico
Sorprende tener que hacer este tipo de recordatorios en pleno 2025. No existen películas machistas: existen películas en donde se reproducen actitudes, comentarios o comportamientos machistas sin que necesariamente eso implique que el director que está detrás de la cámara también lo sea. "Uno de los nuestros" no es una película machista, es una de las mejores creaciones cinematográficas de Scorsese y de todo el siglo XX en cuya magistral coreografía interpretativa del arquetipo del mafioso italoamericano y del universo de los códigos de honor gansterianos participan personajes que emiten, entre otro millar de emociones y conductas complejas, profundas y abisales, afirmaciones machistas y actos particularmente violentos con algunas de las mujeres que aparecen.
"Cuento historias que quizás son trágicas en su naturaleza y en su esencia, que tienen que ver con la lucha compartida por la supervivencia"Sean Baker
En el caso que nos ocupa y alejándose de manera voluntaria de la arquitectura del melodrama o del documental –y por tanto de la obligatoriedad de ser verosímil o realista–, Sean Baker ha escrito una frenética y espídica fábula romántica deconstruida y loquísima sobre una "escort" y bailarina erótica enamorada de un niñato multimillonario hijo de un oligarca ruso que además de estar fuertemente condicionada por una situación laboral precaria que por cierto, la protagonista se encarga de subrayar en varias ocasiones a lo largo de la película, está sepultada por el capitalismo salvaje de un país experto en orillar a la clase trabajadora americana como Estados Unidos y propiciar que un cineasta como Baker precisamente, los recoja, los cobije y los recuerde a través de su cine.
Durante la entrevista que mantuvimos con el director en el seno de la última edición del Festival de San Sebastián, Baker reconocía sobre el tono escogido para la construcción de la cinta que el funcionamiento actual del mundo de la prostitución "lo podría haber retratado de un modo mucho más oscuro y miserable pero siempre tengo que recordar que esta forma de arte llamada cine empezó como un medio de entretenimiento para que la gente normal sea capaz de evadirse de la realidad durante dos horas o el tiempo que el creador en este caso considere oportuno. Aunque cuento historias que quizás son trágicas en su naturaleza y en su esencia, que tienen que ver con la lucha compartida por la supervivencia, creo que hay que saber utilizar ese potencial de una manera adecuada y a través de un estilo que mantenga la atención del público. Para trasladar un mensaje, también uno político, necesito que el espectador esté entretenido hasta el punto de provocarle la risa, pero también el llanto. Esa es mi fórmula", defendía entonces sobre el secreto de una conexión que ha terminado traduciéndose en el mayor reconocimiento por parte la industria y que lejos de lo que algunos piensen sobre panfletarios supuestos mensajes de idealización de lo inaceptable, le sirve a este cineasta bautizado como icono de lo "indie" para remarcar el dolor de la infelicidad que produce y producirá siempre para las clases marginadas la imposibilidad de ascender socialmente y también en el caso particular de Ani la incapacidad de generar vínculos sexoafectivos basados en la ternura y la empatía porque la utilización mercantilista del cuerpo -propio y ajeno- ha generado en ella un completo vaciamiento del elemento humano. No se llama blanqueo, se llama libertad y hacer uso de ella para generar historias a través del séptimo arte, es algo que no debería parecer complicado. Mucho menos serlo.