Crítica de "Anora": una cenicienta que destiñe ★★★★
Dirección y guion: Sean Baker. Intérpretes: Mikey Madison, Mark Eydelshteyn, Yuriy Borisov, Karren Karagulian, Vache Tovmasyan. Música: Matthew Hearon-Smith. Estados Unidos, 2024. Duración: 138 minutos. Tragicomedia.
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No es la primera vez que Sean Baker se ha sumergido en el mundo de las trabajadoras del sexo -ahí tenemos los ejemplos de “Starlet” y “Tangerine”- para hablarnos de los efectos de la explotación del capitalismo en las que viven con lo puesto, en las cunetas de América. “Anora” incide, otra vez, en dignificar los sueños de las desfavorecidas a través de un personaje que vendría a ser el contraplano neoyorquino de la Cabiria de Fellini. Si el neorrealismo poético del cineasta italiano instalaba a su heroína en un permanente espacio de vulnerabilidad, entregada a su fantasía de príncipes azules predestinados a desteñir sus ilusiones de una vida mejor, Baker practica una suerte de post-neorrealismo colorista, nervioso y vibrante, que devuelve a su modelo su condición de anti-cuento de hadas (una anti-Cenicienta), como si fuera el fotograma en negativo de “Pretty Woman”.
Si “Las noches de Cabiria” era un ‘showcase’ para el infinito talento de Giulietta Massina, “Anora” lo es para Mikey Madison. Baker es especialista en detectar estrellas potenciales en las catacumbas del ‘casting’, y Madison, enterrada en papeles secundarios en “Scream” o “Érase una vez en Hollywood”, aporta una fuerza, una energía al personaje, que sabe gestionar la demolición de su fantasía de ascensión social, primero acorazándose en la rabia de clase, y luego aceptando con reparos su fragilidad.
Esos cambios se alían con la mutación que sufre la propia película, que empieza como la imposible comedia romántica que une el destino de Anora, stripper y escort, con el del joven e inmaduro heredero de una familia de oligarcas rusos, para más tarde transformarse en una histérica (quizás demasiado) ópera bufa donde caen las máscaras, para luego acabar en una especie de ‘road movie’ urbana, en la que aparece el auténtico príncipe azul, el matón de la mafia rusa (extraordinario Yuri Borisov) que, con su mirada irónica pero empática, sabe reconocer en Anora la tristeza que esconden sus exabruptos de chica mala de Brighton Beach.
Es posible que “Anora” no siempre sepa canalizar sus energías, y a veces Baker no controla sus cambios de tono, sobre todo en el largo segundo acto, en el que la parodia rusa de “Los Soprano” puede resultar extenuante. Como ya demostró en “The Florida Project”, su mejor película, su cine gana en las distancias cortas, y “Anora”, despojada de gritos y violencia, recupera su nervio íntimo cuando declara abiertamente su amor por los dos personajes que sobreviven a la batalla. Es en un precioso tercer acto, atravesado por una emoción en estado crudo que la cámara de Baker acaricia en sus rugosas texturas, que la película vuelve a brillar, iluminada por un llanto que se resiste a abandonarnos.
Lo mejor:
Madison y Borisov, ejemplares, y un Baker siempre enamorado de sus personajes.
Lo peor:
Parece que, en el tramo central, Baker pierde pie, y alarga innecesariamente su comedia histérica.