Arco 2025: la banalidad del "giro objetual" del arte
Arranca la nueva edición de la feria de arte contemporáneo con la protesta de las galerías por la promesa incumplida de Urtasun de bajar IVA


Madrid Creada:
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Si el inicio de la edición de Arco del año pasado estuvo marcada por la ausencia del todavía llorado José Martínez Calvo –Galería Espacio Mínimo–, la de 2025 ha comenzado su singladura bajo el signo de otra desaparición: la de Helga de Alvear –uno de los referentes indiscutibles del arte contemporáneo español, y un nombre íntimamente ligado al evento madrileño desde su fundación–. Si una de las razones de ser de la feria es que los agentes del mundo del arte –tan atomizados y dispersos por la geografía nacional– se encuentren una vez al año, cuesta, en este sentido, asumir que hay personas con las que ya no te cruzarás por los pabellones de Ifema. Y se hace duro. Las ausencias les pegan mordiscos a los reencuentros y los tornan de un sabor agridulce. Es inevitable este primer sentimiento de nostalgia nada más abrirse sus puertas y penetrar en la jungla del arte contemporáneo.
Espacio de diálogo
Esta edición ha comenzado con una sonada protesta por parte de las galerías de arte que pactaron un apagón para decirle al ministro Urtasun que cumpla su promesa de bajar el IVA del 21 al 10%, algo que dijo al mundo del arte, pero jamás pactó con Hacienda. Por la tarde, acompañó a los Reyes en la inauguración como si ese no fuese su problema.
Cada año que pasa, Arco se reafirma más como una feria de arte –cuyo objetivo fundamental y legítimo es vender– y se aleja más de ese perfil –otorgado en el pasado- de laboratorio de las tendencias artísticas contemporáneas. Quizás por un exceso de celo de la crítica o porque, sencillamente, no había otra cosa en el panorama nacional, Arco ha tenido que cargar, durante mucho tiempo, con la exigencia de articularse como una gran muestra en la que dialogaban los principales discursos y políticas del arte contemporáneo. De eso queda ya poco. Casi nada. Eso sí, la Galería Espacio Mínimo permanece como uno de los principales búnkeres del discurso bien armado y del arte conceptual: el sarcástico proyecto creado por Pablo Helguera en el que deconstruye el mundo del arte, así como los siempre brillantes Juan Luis Moraza, Manu Arregui o Diana Larrea constituyen algunas de las cimas de calidad de esta feria. Y, en igual medida, el estand de Studio Trisorio, de Napoles –entre cuyas propuestas, destaca la fascinante serie de Jenny Holzer sobre documentos desclasificados por el gobierno de los Estados Unidos–, aporta una de las selecciones más exquisitas del pabellón 9.
A falta de potencia reflexiva, Arco 2025 pone de manifiesto la radicalidad del «giro objetual» en el que se hallan inmersas las prácticas artísticas contemporáneas. El inflacionismo de la cerámica -la mayor parte de pésima calidad- ha llegado a adquirir las mismas dimensiones que la verborrea pictórica –la cual oscila entre la suciedad de los neo-neo-expresionismos y la pulcritud del esteticismo monocromo, pasando por la ya anodina deconstrucción de la bidimensionalidad modernista–. No menos empalagoso resulta lo que podríamos denominar el «poverismo» –esa jungla de obras realizadas con todo tipo de materiales pobres -plumas, hilos, telas, etc.–, que, revestido muchas veces de una pátina etnológica y antropológica, supone una de las tendencias estrella de esta edición de Arco. Abundantes también son esa estirpe de trabajos que podríamos agrupar bajo el paraguas del «paradigma Lautréamont» –el encuentro de objetos sin ninguna conexión lógica–. Resultado de una relaboración lúdica de los códigos del Surrealismo, este «paradigma Lautréamont» salpica de banalidades el recorrido por la feria. Aunque –no todo podía ser malo–, una pieza como «Untitled» (2011), de Eva Kotatkova (Hunt Kastner, Praga), otorga oxígeno y legitimidad a este renacer furibundo al «encuentro fortuito sobre una mesa de disección de una máquina de coser y un paraguas».
Reelaboración de lo infantil
Otra tendencia que triunfa en Arco 2025 es lo que daremos en llamar el «colgandismo»: pocos son los expositores que se han contenido a la hora de traer obras «colgadas» -en todos los sentidos del término-, que exhiben su blandura o su dureza en el centro el estand. Entre las diferentes formas del infantilismo y de la reelaboración de estéticas vanguar-distas o posmodernas, me ha llamado poderosamente la atención el neomisticismo –rayano en el calco de las pinturas médium de Hilma af Klint– del griego Panos Tsagaris (Kalfayan Galleries).
El humor –esa arma de deconstrucción política que solo la inteligencia sabe utilizar– es pretendido por muchos y conseguido por muy pocos. Y, entre los elegidos, está Eugenio Merino, el mayor olfateador de la actualidad del arte español contemporáneo. Su obra «Lavado de cara» (ADN, Barcelona) ha convertido a Donald Trump y Elon Musk en los iconos de una feria, en la que la crítica y la blasfemia contra la dramática realidad que vivimos ha penetrado levemente, casi de puntillas.