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Premios Princesa de Asturias: toda una ceremonia de arte flamenco

Los premiados defienden la importancia de las palabras y la democracia en sus discursos
Carmen Linares y María Pagés marcaron con su presencia la ceremonia
Alberto R. RoldánLa Razón

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Carmen Linares y María Pagés, cantaora y bailaora. Pura raza y genio. Las dos marcaron presencia y se convirtieron en las protagonistas de la ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias. Con los valores seculares del flamenco, espontaneidad, entusiasmo y pasión, salieron al escenario del teatro Campoamor y, sin previo aviso, se arrancaron en una improvisación que fue lo mejor del día. Estas dos maestras del arte jondo, dieron prueba de por qué son grandes y también por qué se merecían este reconocimiento. En un acto donde todo discurre bajo un programa de cauces milimetrados, ellas pusieron júbilo, alegría, expresión, arte y vida. No es poco. Entre medias, las intervenciones. Más que cuatro discursos, eran cuatro prosas distintas: la del periodista, la del historiador, la del escritor y la del aventurero. Cada pensamiento posee su propia narrativa, en una imagen esclarecedora de que el pensamiento es el estilo de una expresión.
Adam Michnik desató en su intervención la palabra combativa del redactor de periódicos habituado a bregar con los binomios de la injusticia y a bautizar cada hecho con su nombre: «Durante todos estos años hemos querido defender dos valores imprescindibles de la democracia: la libertad y la verdad. Hoy, estos valores se ven de nuevo amenazados por la criminal agresión del régimen de Putin contra Ucrania. La guerra del régimen de Putin contra Ucrania es en realidad una guerra contra todo el mundo democrático». El periodista de la «Gazeta Wyborcza», que describió a la Transición española como un «modelo a seguir», subrayó que «esta es una guerra malvada desencadenada por hombres malvados que, poseídos por la locura del imperialismo de la Gran Rusia, nos recuerdan hoy de lo que son capaces los hombres envenenados por la mezcla de nazismo y bolchevismo, y por su crueldad y anarquía».
Michnik recalcó que «Putin no puede ganar esta guerra. Ayudar a Ucrania en su lucha es el deber de todos los demócratas del mundo y la solidaridad con Ucrania de los demócratas de tantos países inspira admiración y esperanza». Señaló que Rusia no son todos los rusos y que existen muchos que defienden a la auténtica Rusia igual que Thomas Mann defendió a Alemania en el auge del nazismo. En sus palabras había advertencias sobre peligros y riesgos ciertos, y dijo: «Podemos observar señales preocupantes en Europa y en Estados Unidos. En la vida pública está ganando terreno una tendencia que recurre al lenguaje y a la práctica del populismo agresivo, del nacionalismo y del autoritarismo. Es la práctica del desprecio expresado en el lenguaje de la izquierda y de la derecha totalitarias».

El juicio de la historia

Michnik recordó que «lo que unos y otros tienen en común es el desprecio hacia lo más valioso de la tradición europea: la misericordia, la infancia, la tradición cristiana y la razón de los descendientes del Siglo de las Luces. Estos herederos de las tradiciones totalitarias prometen, en lugar de la democracia, una visión absurda de un mundo étnicamente puro o perfectamente igualitario. Pero nosotros recordamos que sólo los campos de concentración fueron étnicamente puros e imbuidos de una perfecta igualdad». Por eso trajo a colación a Don Quijote y su búsqueda andante de idealismos.
Eduardo Matos Moctezuma recurrió al pasado para apuntar hacia el futuro y aseguró que a lo largo del devenir de la sociedad «surgieron imperios y gobernantes poderosos que en su soberbia creyeron que serían eternos, pero no fue así. La historia es implacable en sus juicios. No se puede pretender manipularla ni cometer el despropósito de tergiversarla». Acto seguido comentó que «mala consejera es la ignorancia que en muchas ocasiones lleva a la mentira. La historia la escriben los pueblos. Ellos son forjadores de futuros mejores». En ese horizonte que es el mañana, precisamente, circunscribió los lazos de hermandad entre España y México, y estas líneas: «La historia nos muestra, a lo largo de los siglos, que toda guerra conlleva muerte, destrucción, desolación, imposición, injusticia y violencia. España lo ha vivido en carne propia. México también. Esto no se olvida, pero tampoco podemos anclarnos en el pasado y guardar rencores, sino mirar hacia adelante. En esto, México y España deben dirigirse hacia un futuro promisorio».
El escritor Juan Mayorga hizo de su discurso una defensa de las letras como fuente de mundos. Introduciendo a su hija como personaje, el dramaturgo evocaba como ella «miraba fascinada la hoja blanca, como si fuera un lugar mágico. Y la verdad es que, si pensamos a fondo en ello, no dejará de parecernos cosa de magia que las letras, esos pocos dibujos, esos pocos sonidos, puedan tanto. Que puedan darnos tanta felicidad y hacernos tanto daño. Que puedan amenazar a una persona o enamorarla, unir a un pueblo o dividirlo, declarar una guerra o detenerla». Fue la apertura a una meditación de mayor y más altos signos durante la que reconoció: «Ustedes, espectadores, están siempre a mi lado, desde la primera palabra que pongo en la hoja blanca, aun desde antes de la primera palabra. Lo que decide a un autor a escribir para el teatro, lo que distingue tan singular forma de escritura, es la voluntad de reunión. Los autores reunimos letras con el deseo de que un día unos actores se reúnan en torno a ellas y luego abran su reunión a la ciudad». Mayorga se retrotrajo a su casa natal, también a la primera vez que acudió a un teatro para ver una obra de Federico García Lorca y admitió que «he escrito siempre, en todo caso, para personas de las que espero mucho: espectadores que me acompañen con su pensamiento, con su memoria, con su imaginación». Mayorga concluyó defendiendo la palabra «compañía» porque «los que escribimos teatro lo hacemos para compartir con otros un tiempo, un espacio, una vocación de examinar la vida».
UN DAÑO QUE NO SE PUEDE IGNORAR
Ellen MacArthur arrancó su intervención trayendo el nombre de Juan Sebastián Elcano y, después de evocar sus navegaciones y derrotas, convirtió el barco en una metáfora de la situación económica actual y el impacto del cambio climático: «Nos comportamos, y manejamos nuestra economía, como si nuestros recursos nunca se agotaran Cogemos algo del suelo, hacemos algo con ello y luego lo tiramos; cogemos, fabricamos, desperdiciamos: es una economía lineal. Es un sistema económico basado en la extracción, el desperdicio masivo y la contaminación, y por ende, en la destrucción de los ecosistemas y la naturaleza. El daño nos rodea totalmente y ya no puede ser ignorado».