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Aitana Sánchez-Gijón: “Me he refugiado en el teatro porque es donde me ofrecían papeles más potentes”

Tras su regreso a la gran pantalla en “Madres paralelas”, la actriz da vida a una mujer de éxito dispuesta a absolutamente todo por ser madre
Descripción de la imagenLa Razón

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Antes de convertirse en la fría Beatriz de «La jefa», película que marca su regreso a la gran pantalla después de «Madres paralelas», Aitana Sánchez-Gijón cuenta que no se había documentado demasiado sobre la polémica alrededor de la gestación subrogada. Ilegal en España, y de práctica común en países tan dispares en materia de protección de Derechos Humanos como Estados Unidos o Georgia, tener hijos por el método del “vientre de alquiler” todavía suscita ardientes debates dentro incluso de los propios feminismos. En su nueva película, la sorprendentemente “solo” nominada al Goya se mide en lo interpretativo y lo argumental con la argentina Cumelén Sanz, que pone rostro a una joven recién llegada a la empresa. En mitad de una vorágine «trabajólica», un embarazo no deseado conectará a ambas, dispuestas a atravesar los límites de lo legal, lo moral y lo ético. Nominada a los Premios Platino este mismo fin de semana, la actriz responde a LA RAZÓN sobre los interrogantes de la película, el debate alrededor de la gestación subrogada y una carrera en plena ebullición, que la llevará a estrenar la obra de teatro “Malvivir”, en el Matadero de Madrid, el próximo 5 de mayo.
¿En qué momento profesional estrena “La jefa”?
—En un momento de plena ebullición y de cambio vital, de etapa. Profesionalmente, muy satisfecha porque me están ocurriendo cosas fabulosas en todos los ámbitos. Haber hecho dos películas seguidas, con personajes tan complejos y tan ricos, tan fuera del molde… Estoy agotada, pero muy contenta y agradecida.
¿Por qué se sube al proyecto? ¿Qué había en él para llamar su atención desde el teatro?
—Porque me fascinó la historia. Me llegó el guion y vi que había un material fabuloso para contar una historia de personajes complejos, con una historia perturbadora llena de vericuetos y hechos inesperados. Hablé con Fran (Torres), que es un director novel y estaba encarando su primer trabajo, pero es también alguien con veinte años de experiencia en publicidad. Me fascinaron sus dos cortometrajes, en el que vi una dirección de actores que me impresionó. En el momento en el que me senté a hablar con el sobre el guion, y vi que hablábamos el mismo lenguaje, fuimos adelante. También estaba ahí el hecho de ser una producción pequeña, que se rodó en cuatro semanas… donde eso era lo que había, nos planteamos la necesidad de ensayar y dedicar un tiempo largo y exhaustivo a indagar en qué pasa en la vida de estos dos personajes. Todo para crear a dos seres humanos complejos metidos en una historia en la que el género está al servicio de una historia de personajes y no al revés. Cada vez fuimos avanzando más por ese camino y creo que lo hemos conseguido. Es una historia en la que, si el espectador se engancha, es por la relación entre ambas mujeres. Y ello es consecuencia de quiénes son esas mujeres y en qué momento vital se encuentran.
Hablaba de esas cuatro semanas de rodaje, signo inequívoco del cambio de los tiempos. Usted que viene de ese otro cine, de estudio, de peso, ¿cómo ve el cambio de paradigma?
—Desde que irrumpieron las plataformas, es el primer caso en el que he sentido la presión del presupuesto para contar una historia con unos medios escasos. Hemos tenido que trabajar a contrarreloj y hemos tenido que hacer malabares para que la película no se resintiera. Y ello siempre es a costa del material humano, del trabajo, el sacrificio y las horas del equipo dejándose el alma. El trabajador siempre acaba pagando el pato de este tipo de apuestas. Esto es así. Pero me ha pasado poco todavía, porque llevaba mucho sin hacer cine y no fue el caso en “Madres paralelas”. Son la productora y la producción soñada, casi, para cualquiera. Ha sido mi primer caso en una película financiada en parte por una plataforma.
¿La hemos visto menos en el audiovisual por ese cambio de ritmos? ¿Está más cómoda en el teatro?
—Bueno, me habéis visto menos en audiovisual, más allá de “Velvet” o “Estoy vivo”, por hacer teatro, realmente. Porque es donde me han ofrecido los personajes más potentes y más increíbles. Y por pasión, porque soy un bicho de teatro aunque me encante el cine y el audiovisual. Mi camino de crecimiento, aprendizaje y conexión profunda con la profesión está más encima de un escenario. Dicho lo cual, me voy a tomar un descanso después de “Malvivir”.
¿Cómo ha trabajado la intimidad con Cumelén Sanz, que es al final con quien comparte el protagonismo durante toda la película?
—Es muy joven, pero también muy talentosa e inteligente. Y claro, a pesar de que tenga una buena trayectoria en Argentina, para nosotros ha sido todo un descubrimiento. Y hay que agradecerle a Fran (Torres) que tuviera ese ojo, viendo a tantas actrices de tantos países distintos. En cuanto entró por la puerta para sentarnos a trabajar, se creó una sensación de intimidad y simbiosis automáticamente. Y era fundamental que ocurriera eso.
La película, además de por la gestación subrogada, está cruzada por una dinámica de clase. “Quien paga, manda”. El dinero es el gran motor de la película. ¿Se había informado antes de rodar del tema, se documentó, o lo afrontó como algo más dramático, menos político?
—Es un tema que siempre me ha despertado mucha curiosidad y sobre el que llevo tiempo informada. Para mí es un gran dilema moral sobre el que nunca he tenido una opinión marcada a fuego. No sé tampoco si hay que legalizar o no la prostitución. Son temas controvertidos que, de repente, un día me encuentro pensando una cosa y al día siguiente la otra. No tengo la solución, porque son temas muy complicados y delicados. Como además mi personaje, cuando decide apostar por la gestación subrogada, no es una persona que llevara años formándose o acercándose al tema, sino que se trata de algo más impulsivo, mis dudas ayudaron. Es algo que le brota. Y eso se hace explícito en la película. Es alguien que cree que puede hacer lo que desee, simplemente por las facilidades que ha tenido en la vida, por lo exitosa que ha sido. Y luego arrastra una herida profunda, que le hace tener una visión distorsionada de la realidad.
Se lo preguntaba porque en la película hay una clara dinámica de violencia, bien sea económica, política e incluso física, hacia el final. Su personaje es una bomba de relojería…
—Es una mujer que no ha sanado las heridas de su pasado y las ha ido tapando. Pero cuando tiene ataques de pánico se dejan ver las cicatrices. Ella cree que lo puede tener todo controlado y, de repente, se da cuenta de que todo es mucho más volátil. Y Sofía, el personaje de Cumelén Sanz, también. Ahí es cuando la película se revela mucho más compleja, cuando ambas pierden el control y comienzan a dar palos de ciego.
¿Los españoles van a volver a las salas de cine?
—Deseo que vuelvan. Espero que cuando se nos vaya quitando el susto y empecemos a poder normalizar el acudir a espacios compartidos, el llevar o no llevar mascarilla, se vuelva. Pero hay una realidad, que es que la ficción audiovisual ya tiene muchas maneras de ser consumida. Eso sí, la experiencia de la sala oscura, del cine en sala, es irreproducible. Eso de estar entre gente anónima compartiendo la experiencia… En el teatro todavía se conserva esa magia, pero en el cine todavía es más frágil.