Leonardo Sbaraglia: “Desde pequeños nos enseñan a promediarnos, algo que genera mucho dolor”
«Ámame», de Leonardo Brzezicki, le valió al argentino el premio al mejor actor en el reciente Festival de Málaga
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Se sienta a la mesa, en un día gris, mate en mano. «No es pecado echarle azúcar, yo de hecho a veces le pongo miel», confiesa Leonardo Sbaraglia (Buenos Aires, 1970) subido a una terraza malagueña, en el marco del festival que le nombró mejor actor la semana pasada. Su papel en «Ámame», de Leonardo Brzezicki, es el de un padre dubitativo y extraño, un hombre homosexual que no pide perdón por ser quien es aunque todavía ni él mismo tenga clara la definición. La película, dirigida con pulso firme y alma casi documental, es un viaje por la Sudamérica de la vida en familia a la que le cuesta transportar los dolores al plano de lo ajeno. Arropado por Eva Llorach y Miranda de la Serna como su hija, Sbaraglia recorre con brío un doloroso camino de reproches y errores ante dos eventos clave: la enfermedad degenerativa de su madre y la marcha de su hija al extranjero para estudiar.
-Le da vida a Santiago, un hombre que huye constantemente del dolor y de la angustia...
-Tal cual. No me cansaré de decir que la vida de Santiago no es extraordinaria, no es ciencia ficción, es lo que nos pasa a todos. Yo leí el guion, no tengo nada que ver con la vida de Santiago, y dije: “Esta película está hablando de mí”. Creo que justamente esa es la virtud de la película. Te puede gustar más o menos, pero logra captar muchos matices de las capas del ser humano, del dolor, de la soledad, de escaparse… Creo que ahí estamos todos. Y, sin querer sonar pretencioso, creo que puede ser una película necesaria porque interpela a la propia educación, a cómo estamos hechos. También, a cómo nadie te enseña realmente a ser uno mismo, nadie te dice qué está bien y qué está mal de tu personalidad. Desde el parvulario nos enseñan patrones, a igualarnos, a promediarnos y, en realidad, a parecernos a otros que no somos. Y eso va causando mucho dolor por el camino. Además de los propios dolores de la situación, como la de un Santiago cuyo padre no fue querido e hizo cosas feas. O de su madre, que tuvo que ser valiente a la fuerza. Hay un momento en el que Santiago dice que el día más feliz de la vida de su madre fue cuando murió su padre. Imagina. Cuánta gente puede haber así…
-En esa parte física del personaje, en esa verdad material, ¿qué le pide Leonardo Brzezicki para darle vida?
-Cuando leí el personaje lo sentí muy cercano, como si pudiera entenderlo desde un primer momento, pero él me sacó de ese error y me llevó a un lado completamente diferente. Me empezó a exigir mucho nervio, algo que a mí me cuesta por naturaleza. Soy entusiasta, pero soy muy tranquilo, no soy ansioso ni enérgico. Más bien, tengo que hacer fuerza para explotar. Tengo la tensión baja, normalmente. Él me exigía más nervio, más energía y, en definitiva, más ansiedad. El no poder nunca estar “aquí”, si no que tener que estar en otro lado constantemente. Siempre querer estar en otro lado que no sabemos muy bien cuál es, para que el espectador vaya construyendo fuera de campo su escenario mental. Es un personaje en constante reconstrucción, que ha logrado un trabajo bueno, una hija que confía en él… Tienen una relación complicada, claro, hasta disfuncional, pero basada en el amor. Aun así eso no alcanza, porque el vacío está dentro y hay una parte de él que se sigue sintiendo un pedazo de mierda. Internamente, su imagen es tan gráfica como eso. Es como si él, todo el tiempo, se viera al espejo y el error, lo feo que es y cómo puede mejorar. Es como esas personas que terminan todas operadas porque están todo el tiempo preocupadas por lo feas que son, no por lo bellas. ¡Se siente feo! Y, sin embargo, es bello, gustado, admirado y deseado. Ve lo que nadie ve y se siente incómodo en su piel, en su ser, y ello en realidad nos habla de algo mucho más profundo.
-Sobre esa soledad y esa inserción del personaje en una sociedad que pide de él o exige de él, la película ofrece una reflexión sobre las sexualidades alternativas en Sudamérica, sobre todo en sociedad, más allá del ámbito privado…
-Sí, fíjate además que un compañero periodista me decía: “Creo que Buenos Aires sale fea, como retratada desde el suburbio y lo oscuro”. Y hay algo de eso. Es cierto. La homosexualidad o la sexualidad no hegemónica, se llame como se llame, es todavía un ejercicio de valentía en muchos lugares del mundo. Hay que tener dos cojones para poder afrontar la carga social que implica en muchos países. Cuando se estrenó “Plata quemada” en Argentina, año 2000 (Sbaraglia interpreta a un joven homosexual, en un reparto que completan Eduardo Noriega y Pablo Echarri), el país era totalmente distinto. Y veías el contraste con España, por ejemplo, donde quedaban unos años para que se aprobara incluso el matrimonio entre personas del mismo sexo. Todo era mucho más natural, y en Argentina no. Era y es una sociedad ciertamente más misógina, pero el cambio en los últimos cinco años ha sido brutal. Y, por supuesto, mucha de esa responsabilidad la tienen las luchas feministas, que le han cambiado la cara al país. Es impresionante. Yo tengo una hija de 16 que, en los últimos tres o cuatro años, se ha volcado en ello, en luchas como la de la despenalización del aborto. Y si haces un ejercicio de arqueología, te puedes ir hasta las madres de la Plaza de Mayo, claro. Ellas son las que han ido modernizando Argentina. A las mujeres, en ese sentido, les ha tocado siempre bailar con la más fea y han sido las más valientes. Eso te hace pensar, y te hace aprender, porque todo está en crisis en este momento y todo parece sumamente líquido, por lo que hay que recomponerse escuchando a todo el mundo y sobre todo a aquellos que más lejos te pillan de tu experiencia de vida. Dudo, luego existo, podríamos decir.
-Usted se expone a un desnudo emocional y a uno físico en la película, ¿cuál le costó más?
-Yo creo que siempre cuesta más el emocional, pero la excusa es el físico. El físico es un espejo de lo emocional, al fin y al cabo. Y eso entra un poco también en relación con el propio Santiago: el físico siempre le molesta, le sobra, le preocupa. En el caso de la actuación uno puede construir un cuerpo imaginario que te proteja y yo lo hice con Santiago. Me daba la posibilidad de poder entregarme más emocionalmente. Físicamente siempre es un lío, y ahí ya entran los pudores y los tabúes. Cada quien tiene su propio método y su propio rollo. He visto muchas mujeres con un cuerpo precioso que están pendientes y nerviosas por un trozo de axila que creen que no debería estar ahí… Cada quien tiene sus fobias y sus miedos y hay que ser cuidadoso, respetuoso en cómo se va a mostrar el cuerpo. Todos tenemos nuestro talón de Aquiles y, en este caso, el desnudo me exigió una liberación primero mental y luego física. Ayuda un poco el whiskey… (ríe). A esa hora, en esa piscina… Hubo que tirar de whiskey.
-¿Empatiza con la paternidad del personaje? En esa especie de exploración en la que no hay una manera de hacerlo bien, si no muchas de no hacerlo mal…
-Absolutamente. Los hijos son víctimas inevitables casi de las propias limitaciones en cada momento de la vida de sus padres. Es terrible, el cómo uno va a aprendiendo de los propios padres. Y le pasa, por ejemplo, que uno odia a sus padres justo hasta el momento en el que te conviertes en uno. Y dices: “Ah, así era, cómo te entiendo”. Es impresionante cómo cambia la percepción respecto a estar en un lado, en otro o en los dos. Solo cuando tuve una hija fui realmente consciente de todo lo que hicieron mis padres por mí. Es impresionante. Mi madre tuvo tres hijos, ¡qué impresionante! En relación a mi hija, por ejemplo, hay mucho de padecimiento respecto a mis propias circunstancias y mis propios problemas. Todo lo que se tuvo que comer por mi profesión pese a que, a grandes rasgos, me considero y ella me considera un buen padre. Es un camino que nos toca a todos y en el que hay que intentar hacerse más ligero el viaje mutuamente. Como me decía mi analista, porque claro, soy argentino, no importa lo que haya pasado, hay que mirar adelante. No es que haya pasado nada terrible ni mucho menos, pero sí me hubiera gustado viajar menos, acompañarla más en su vida, no sé, estar más presente, pero por suerte mantenemos una relación excelente. No es tanto, luego, querer recuperar el tiempo como hacer valer el que viene todavía y el que está por delante.