La Ley Trans en el ojo del huracán: ¿nuevo ejemplo de censura democrática?
Hablamos con el filósofo Manuel Ruíz Zamora, el catedrático en derecho Rafael Arenas y los escritores Cuca Casado y Juan Soto Ivars sobre cómo este debate sigue la estrategia de la cultura de la cancelación
La Ley Trans que el Gobierno de Sánchez ha presentado sigue levantando ampollas. Que se haya presentado en la semana del Orgullo e inicie su trámite parlamentario en este momento no es casualidad. Frente a la posición defendida por dos personas de peso en el gabinete de Sánchez, el Ministro de Transportes y Movilidad José Luis Ábalos y la vicepresidenta primera Carmen Calvo contra la autodeterminación de género, se ha impuesto la tesis de la ministra de Igualdad, Irene Montero, de Podemos, que ha hecho ya bandera de su victoria en las celebraciones en Madrid. Por eso, esta semana quisimos debatir sobre la Ley Trans. Escuchar y cuestionar a partidarios y detractores. Ponerlos a discutir. Con la intención de sondear puntos de encuentro y mejorar nuestro conocimiento. Ja. Uno de los defensores de la ley, uno de tantos que no quiso hablar, nos explicó que no estaba “de acuerdo con que los DDHH sean debate”. En su opinión, escuchar a quienes matizan o critican la ley, equivale a “dar voz a maltratadores y asesinos, o a quienes odian a los negros y a los gitanos”. Visto el éxito, cambio de planes. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Pasen y lean.
“Una de las causas es, sin duda, la ingenuidad social, que puede ser un correlato subrepticio de la comodidad o indiferencia cívica: preferimos pensar que nada puede pasar”, explica Manuel Ruíz Zamora, filósofo y articulista. “Orwell, en uno de sus ensayos, apunta muy bien cómo a una sociedad educada en las libertades le resulta muy difícil imaginar las derivas del despotismo. En todo Occidente estamos siendo víctimas de esa falta de imaginación democrática, al tiempo que de una ignorancia social de los fenómenos históricos del siglo pasado. Nuestros sistemas de educación no han sabido impartir pedagogía democrática, más bien todo lo contrario”.
Para Rafael Arenas García, catedrático de Derecho internacional privado en la UAB, necesitamos “recuperar las bases de un debate racional. A la vez, debemos considerar como un problema en sí mismo la limitación de la libertad de expresión y la sustitución de los argumentos rigurosos por los emocionales. Desde luego, abandonar, dar por perdido o renunciar es lo último que tenemos que hacer”. “La verdad está debilitada hoy en día, posiblemente más que nunca, porque el tribalismo ha alcanzado unos niveles muy altos”, interviene Cuca Casado, coautora del libro «Desmontando el feminismo hegemónico». “Cada vez hay más cuestiones salpicadas de identidad y, por lo tanto, no sujetas a discusión sino a la exaltación religiosa” prosigue, “Sin olvidar la era digital en la que estamos inmersos, un espacio sin límites en el que se ha extendido y propagado no solamente las facetas “positivas” del ser humano, sino sobre todo las “negativas” (manipulación, adoctrinamiento, censura, coacciones, etc.). Todo esto ha alterado los modos tradicionales de filtrar la información, que, sumado a la inmediatez, hace que la libertad de expresión esté herida. Sin duda alguna, la cultura de la cancelación representa en este momento una amenaza real para la libertad intelectual”.
Herejes e indeseables
“La gente tiene mucho miedo”, explica el periodista y escritor Juan Soto Ivars, “miedo a debatir, por supuesto, pero más todavía: miedo a sus propias opiniones. A que estas los delaten como herejes, traidores o indeseables. De ese miedo se alimentan los censores contemporáneos, encantados de repartir etiquetas y dinamitar cualquier debate, como el de la ley trans, por ejemplo”.
En opinión del politólogo y ensayista Manuel Arias Maldonado, “La conversación pública siempre ha sido caótica, siempre ha sido conflictiva, siempre se ha caracterizado por el uso de malos modos por parte de algunos participantes. Lo que ha cambiado es el modo en que se estructura. Se ha democratizado radicalmente, a través de instrumentos que facilitan el conflicto, el antagonismo, el malentendido, la grandilocuencia, la agresividad. Los primeros pensadores de la esfera pública están pensando en un diálogo reducido a muy pocos participantes, en sociedades donde la información era difícil de recabar y la educación necesaria para la buena conservación no la tenían precisamente todos. En todo caso, el problema estará en el modo en que gestionamos esta especie de polisemia agresiva en la que nos hemos adentrado. Me parece que no estamos todavía educados para este polidiálogo, que tiene lugar en una arena donde se mezclan razones, emociones, intereses, estrategias. Y, sobre todo, las instituciones no defienden al deliberante, sino que a menudo se alinean con los acusadores. Aquí está, en buena medida, el problema”.
“Estamos en un dinámica cada vez más evidente de regresión en la libertades” continúa Ruíz Zamora, “y la mayor parte de estas, al menos en nuestro país, están viniendo invariablemente de la izquierda política que parece haberse decidido a emprender de nuevo un camino hacia ninguna parte. La prueba de ello es su entente cordiale con las tendencias más intolerantes y reaccionarias. Para que haya diálogo ha de haber un marco de acuerdo que lo haga posible y éste, en las sociedades democráticas, es la Constitución. A la vista está que ésta, para gran parte de las fuerzas que se concentran alrededor del actual Gobierno, es el enemigo a batir. Yo creo que empezamos a necesitar una reacción cívica para llevar de nuevo a nuestra sociedad a las bases de diálogo que se abrieron, por parte de derecha e izquierda, en la Transición”. “Claro que es posible el diálogo” apunta Cuca Casado, “pero para ello debemos recuperar el civismo e intentar comprender los puntos de vista opuestos y, sobre todo, optar por un compromiso constructivo. Es decir, no debemos convertir en parias a quienes discrepan con nosotros, sino que se trata de enriquecer el debate con la discrepancia. Es lo que Jonathan Rauch denomina “ciencia liberal”: convertir el desacuerdo en conocimiento, enriquecer el debate con la discrepancia”. “Que hable uno, que se exprese, no es solo libertad individual, sino que es una responsabilidad colectiva para con los demás” apuntilla Soto Ivars. “Si muchos callan por miedo, la libertad de todos se achica. Así que hablemos sin miedo. Y con cabeza, a ser posible. Hasta aquí hemos llegado, precisamente, callando”. “Autocensurarse o dar por perdido el entendimiento no son una opción, menos aún una solución”, asiente Casado.
Instituciones que atacan
“Hoy puede pagarse un coste más alto que antes por expresar aquello que pensamos”, tercia Arias Maldonado, “pero, ¿más alto que Voltaire o Thomas Mann? Podemos discutir si esto supone un cercenamiento de la libertad de expresión que se diferencia del clásico, es decir: nadie te censura explícitamente, pero sí que padeces un ataque al que pueden sumarse incluso instituciones o gobiernos. Y esto sí es preocupante, porque se está desincentivando la libertad de palabra: nadie quiere ver su carrera profesional, su vida familiar o su integridad psicológica destruida por expresar aquello en lo que cree. Éste es el aspecto decisivo, es aquí donde necesitamos una actitud distinta por parte de las instituciones; nuestras instituciones tienen que ser más robustas en la defensa de la libertad de palabra, tienen que apoyar de manera más inequívoca a quienes dicen aquello que piensan, aunque puedan -al hacerlo- ofender a alguien”.
“Hay diferencias entre una cultura crítica y una cultura de la cancelación”, prosigue Casado, “mientras que la crítica reúne pruebas y argumentos, la cancelación busca manipular el entorno con el fin de aislar e intimidar. La cultura de la cancelación no busca la verdad, sino dar forma al campo de batalla de la información. Por eso desprecia los hechos, el intercambio de ideas y el debate, cuestiones propias de una cultura crítica que busca corregir antes que castigar, tolera la disidencia y hace de la persuasión la forma de convencer a los demás”.
“Existe una limitación a la libertad de expresión”, abunda Rafael Arenas García, “que llama la atención porque se ha instalado en los centros en los antes se defendía con más vigor la necesidad de que hubiera debates abiertos (las Universidades, por ejemplo); pero junto a esto tenemos múltiples posibilidades para expresar opiniones diferentes y en la mayoría de los países y para la mayoría de los casos, las sanciones son sociales (silenciamiento) o administrativas, siendo raras las sanciones penales. Hay que colocar las cosas en perspectiva, y con ser muy preocupante lo que observamos y, sobre todo, la autocensura que cada vez más practican (o practicamos), existe todavía muchísimo margen para recuperarnos”. En resumen, zanja, “Tenemos que ser conscientes del problema y evitar que vaya a más; pero estamos lejos -a mi juicio- de un punto de no retorno”.
Los hechos
“El binarismo ideológico y el identitarismo nos han hecho más difícil pensar en libre. Es como si tuvieras que estar en contra de alguien y a favor de otro. Me opongo a esa pobreza intelectual”, dice Soto Ivars. “Creo que la situación es realmente preocupante y por eso me parece también que es hora de empezar a combatir activamente para evitar retroceder más en el uso de nuestras libertades”, sentencia Manuel Ruíz Zamora. “Los hechos tienen que ser la base del diálogo”, reclama Arias Maldonado, “El diálogo público tiene que ver con el significado y las implicaciones prescriptivas de los hechos. Es verdad que no siempre los hechos están claros y, por supuesto, pueden narrarse de distinta manera; esto dificulta las cosas, pero la resistencia a aceptar una base común elemental -por ejemplo, que España es una democracia- responde a otras motivaciones y constituye una dificultad insalvable para el entendimiento entre individuos”.
“El momento en el que, quizás, la libertad de expresión fue más intensa en Europa”, recuerda Rafael Arenas García, “coincide con el momento en que fue la parte más próspera del mundo, y las limitaciones comienzan cuando una sensación difusa de decadencia y el temor a cambios a peor tanto en lo económico como en lo social nos acechan. En ese contexto las personas buscan refugio en seguridades que no son racionales, en identitarismos y verdades absolutas, en la tranquilidad de identificar a un enemigo, y rechazan que se cuestionen esos principios que le dan seguridad”.