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Quincy Jones, el hermano que Frank Sinatra nunca tuvo

Libros del Kultrun publica «Q», las sinceras memorias del célebre productor
larazon
  • Víctor Fernández está en LA RAZÓN desde que publicó su primer artículo en diciembre de 1999. Periodista cultural y otras cosas en forma de libro, como comisario de exposiciones o editor de Lorca, Dalí, Pla, Machado o Hernández.

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Compositor y arreglista, genio indiscutible, el hermano que quería tener Sinatra, el cerebro detrás de «Thriller» y «Bad» de Michael Jackson. Eso y otras muchas cosas ha sido Quincy Jones, uno de los grandes genios musicales de todos los tiempos. Por eso sus recuerdos valen mucho, nos permiten acercarnos de primera mano al nacimiento de la banda sonora de nuestras vidas. Eso es lo que encontramos en las páginas de un libro, «Q. Autobiografía de Quincy Jones», editado por fin en nuestro país por Libros del Kultrum.
Como él mismo dice, «he trabajado con los mejores y nunca intenté perseguir la fama. Uno se topa con ella, así de simple. Disfruté de las mismas cosas buenas que Sinatra o que Basie y Smelly [su personal manera de referirse a Michael Jackson], pero sin las complicaciones que conlleva. Cuando la fama te alcanza, más te vale estar preparado. Luego, cuando llueve, a mojarse y punto». Esa honestidad llena las páginas de un libro que llega con cierto retraso a España. La primera edición, aparecida originalmente en EEUU, es de 2001, lo que hace que hable en presente, por ejemplo, de Michael Jackson.
Ratas muertas
Todo empezó pronto, muy pronto, porque desde joven Quincy resultó ser un genio precoz que sobrevivió a una infancia difícil, con una abuela que en ocasiones servía ratas muertas. A los trece años, como explica en sus memorias, realizó arreglos para el trompetista Clark Terry, y dos años después el pianista Lionel Hampton se interesó por él. Sin embargo, Gladys, la esposa y mánager de Hampton, le cerró la puerta de la orquesta hasta que no terminara el colegio. Tras concluir los estudios, Jones salió a conocer el mundo, pero, sobre todo, la música. De esta manera, por ejemplo, conoció al gran Charlie Parker y lo acompañó a comprar marihuana con 18 años, aunque el mítico saxofonista le acabó tomando el pelo al quedarse el poco dinero que llevaba encima el jovencito: «Tienes dieciocho abriles y estás charlando nada menos que con Bird: te apuntas a todo. Subimos los cuatro a un taxi hasta la Calle 139. Me fijé en que Bird estaba sudando a mares. Llevaba una camisa blanca y tenía mucha tripa. Un botón se le había caído y le asomaban un poco las carnes. Nos bajamos del taxi delante de un edificio destartalado; yo me sentía en la gloria. Estaba saliendo con Bird. No acababa de creérmelo. ¡Bird y yo!»
Quincy Jones pasó a ser el arreglista y el productor de los discos de los grandes, un talento elogiado por los más exigentes, como Miles Davies. «Anoche estaba de bajón con tres de mis fans y oí por la radio a un cabronazo de crío que toca con Hamp intentando sonar como yo», dijo Davies al escuchar a Quincy en la orquesta de Lionel Hampton. El músico también quiso ser Picasso. Un día, mientras estaba de gira por Francia, se topó con el pintor en un restaurante. «Se sentaron con nosotros. Él pidió lenguado a la meunière, se comió el pescado con precaución, dejó los cubiertos donde tocaba cuando terminó y luego empujó ligeramente el plato con las espinas hacia la luz del sol, de manera que parecía un lienzo del gran pintor. Por último, sacó unos rotuladores y convirtió la raspa del lenguado en un multicolor dibujo picassiano. Cuando Nicole dijo: “La cuenta, por favor”, Picasso adelantó el plato: esa fue su forma de pagar. Al día siguiente aquella espina de lenguado estaría colgada de la pared. “Yo quiero ser así cuando sea mayor”, le dije a Nicole».
Resultan especialmente interesantes los capítulos que dedica el libro a Frank Sinatra. Quincy fue el hermano que nunca tuvo. Los dos se entendieron siempre, pese a las reticencias de los ejecutivos de las discográficas. Jones escribe que «Frank era de mi estilo. Estaba en la onda, era franco y directo y, por encima de todo, era un musicazo. Le quería un montón, lo reconozco; le quise tanto como a cualquier otro músico con quien haya trabajado en mi vida, porque era un hombre sin medias tintas. O blanco o negro. Si te quería, era capaz de hacer cualquier cosa por ti; si no le caías bien, el problema era tuyo. Me consta que él también me quería».
El éxito se llama Michael Jackson
A Jackson, a quien llamaba “Smelly” (oloroso), lo conoció cuando el cantante tenía doce años: «Me pareció que Michael tenía potencial para ir mucho más allá de la estupenda pero facilona música que había hecho en Motown con los Jackson Five». A Jones le impresionó la profesionalidad de quien era «un chaval genuinamente tímido y bien parecido que escondía su asombrosa inteligencia detrás de risitas y medias sonrisas». Trabajaron en los dos discos más vendidos de la historia, «Thriller» y «Bad», pero el abogado y el padre del cantante acabaron con la colaboración: «Hasta hoy, nadie ha sido tan grande como Smelly, nadie en absoluto. Doy gracias a Dios por cada minuto de esa experiencia (con toda la humildad que es posible mostrar después de cincuenta millones de discos vendidos)».