Buscar Iniciar sesión

¿Qué le ocurre a la cultura tras un desastre?

Guerras, fanatismos, incendios, terremotos, epidemias. La cultura siempre ha sobrevivido a pesar de los tiempos adversos. ¿Cómo? Lo averiguamos a través de varios conflictos del siglo XX
La RazónLa Razón
La Razón

Creada:

Última actualización:

“Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan, sino que pediría medio pan y un libro. Ataco desde aquí, violentamente, a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado”. Así se expresaba Federico García Lorca, en 1931. Su mensaje, hoy, en tiempos de confinamiento por culpa del COVID-19, para muchos, sigue tan vigente como entonces. Sólo en los dos últimos siglos hemos padecido gripes letales como la llamada “española” (que no se originó aquí), graves inundaciones, tsunamis, catástrofes nucleares, guerras mundiales y civiles, graves recesiones económicas, pandemias... Pero, ¿en qué modo han afectado estos desastres al mundo de la cultura? ¿Se posicionó al servicio del poder o fue fructífera en abrir nuevas licencias? ¿Cómo reaccionó la industria? ¿Y el consumidor? Para saber un poco más, nos ayudan a construir el relato cuatro expertos. Por orden de intervención: José Luis Hernández Garvi (autor de “Eso no estaba en mi libro de la Primera Guerra Mundial”, Almuzara), Jesús Callejo (autor de una cincuentena de títulos y director del programa “La Escóbula de la Brújula”, Podium Podcast), Fernando Calvo González-Regueral (director de la mejor biblioteca sobre la Guerra Civil y uno de los mayores expertos en la contienda) y el historiador Jesús Hernández. De su mano recorremos cuatro grandes hitos.

Primera Guerra Mundial

Al principio, el mundo cultural se recuperó muy lentamente. La Gran Guerra había alterado profundamente la economía y hubo que esperar varios años hasta que los países beligerantes pudieron alcanzar los niveles previos a 1914, con un horizonte de desarrollo económico que permitiera el gasto en cultura o en ocio. Es a partir de los años veinte cuando en Europa y en Estados Unidos asisten a un renacer de las expresiones artísticas sin ataduras que las limiten. Al contrario de lo que ocurre en nuestros días, en lo que todo se cuantifica con estudios pormenorizados, ni al final de la Gran Guerra – tampoco posteriormente– se hicieron análisis sobre cómo la contienda afectó a la cultura. Por tanto, resulta complicado hablar de cifras. La literatura fue, posiblemente, de las primeras expresiones artísticas que logró recuperarse antes.
La gente necesitaba evadirse y los libros proporcionaban un entretenimiento al alcance de muchos. Es en estos años cuando aparecen las primeras colecciones de literatura pulp que, con sus ediciones baratas, logran una gran difusión entre en público ávido de lecturas. En el mismo período, el cine, un arte balbuciente al inicio de la contienda, se convierte en un fenómeno de masas que atrae a miles de espectadores que acuden a las salas para dejarse seducir por el mundo de ficción que les ofrecen las imágenes en movimiento.
Quizá fue Francia la que, en Europa, logró recuperar antes la inquieta vida cultural que tenía en los años previos a la guerra. En ningún caso, el Viejo Continente perdió su pujanza estética, aunque resultase más complicado que antes vender cuadros o publicar un libro. Como ejemplo, Berlín siguió siendo un lugar fascinante a pesar de la derrota. En Estados Unidos, durante los años previos a la Gran Depresión se desarrolló un interés inusitado por las manifestaciones artísticas, sobre todo en las grandes ciudades enriquecidas con la guerra, alentado por la iniciativa privada y el mecenazgo. De esta forma se, revitalizó el mundo del arte y la cultura, pero también entendido como industria del ocio y una forma de inversión.
Hoy en día estamos acostumbrados a una cultura subvencionada, que necesita de ayudas para sobrevivir. Pero después de 1918 el dinero estaba para gastarlo en otras cosas y los primeros años de posguerra no se caracterizaron por iniciativas encaminadas a fomentar el interés por el arte o la literatura. Fue el propio mercado y la creciente demanda del público la que reanimó el ambiente cultural. Pero, ¿de qué forma contribuyó la cultura, y en especial el libro- a la hora de reconstruir un mundo derrotado? Los escritores plasmaron en sus libros la época que les tocó vivir, aunque lo hicieran de forma inconsciente. En ellos ponen de manifiesto las virtudes que la ensalzaron o los vicios que provocaron su decadencia. El horror vivido en los campos de batalla y el drama padecido en la retaguardia proporcionaron una auténtica cantera de temas para ensayos y novelas. También sirvieron de fuente de inspiración para corrientes de pensamiento que buscaron en los errores del pasado soluciones para problemas que podían presentarse en el futuro.
En mayor o menor medida, el clima de optimismo posterior hizo creer a muchos que de la Gran Guerra se podrían traer valiosas lecciones que podrían favorecer la reconciliación y acelerar la reconstrucción. Al fin y al cabo, como dijo el presidente norteamericano Woodrow Wilson, la contienda se había hecho para acabar con todas las guerras. Desgraciadamente, el orgullo y los rencores provocaron que en apenas dos décadas más tardes se reprodujeran los mismos errores, más atroces si cabe. Durante aquel tiempo, muchos artistas fueron llamados a filas y combatieron. Algunos nunca regresaron. Cuando se sofocaron las bombas, se alumbró toda una generación de brillantes escritores que dominaron el panorama de las letras en décadas posteriores. Sus obras, ambientadas en escenarios de la contienda, se convirtieron en éxitos de ventas. Con ellas forjaron un nuevo género literario, el de la novela antibelicista. Entre ellas encontramos libros que se han convertido en auténticos clásicos como “Sin novedad en el frente”, de Erich Maria Remarque, “Capitaine Conan”, con la que Roger Vercel obtuvo el Premio Goncourt, “Adiós a las armas”, una de las novelas más conocidas de Ernest Hemingway, o “Senderos de gloria”, del norteamericano Humphrey Cobb.

Crack del 29

Durante los años veinte, Estados Unidos había alcanzado la prosperidad económica más grande de su historia, a la que siguió la peor crisis económica: La Gran Depresión o el Jueves negro. Quebraron numerosas empresas bancarias, se cerraron industrias que trabajaban a crédito, y los agricultores se vieron arrastrados a la bancarrota y el umbral de la pobreza se extendió hasta límites insospechados. En un escenario desolador, el escritor John Steinbeck, y la fotógrafa Dorothea Lange plasmaron magistralmente reportajes gráficos sobre la vida rural y la crisis del país en “Las uvas de la ira”. Como consecuencia de la depresión, desaparecieron todas las discográficas de Estados Unidos, salvo la “Victor” y la “Columbia”, las dos más grandes.
En agosto de 1934 se estableció una rama de la discográfica británica “Decca" en los Estados Unidos, cuyo éxito fue éxito arrollador, en virtud de su atractivo plantel de artistas. Su fundador, Jack Kapp, hizo caso omiso de la situación y supo hacer válida su apuesta de vender discos de calidad a precios de saldo, y supo atraer a artistas consagrados: Bing Crosby, The Mills Brothers, Fletcher Henderson, Chick Webb, Jimmy Lunceford, Count Basie, Billie Holiday o Judy Garland.
Al llegar 1934, más del 60% de los hogares norteamericanos disponía de un aparato receptor de radio, un número que se incrementaría notablemente en los siguientes 5 años, hasta alcanzar el 86%, en una etapa conocida históricamente como “La Edad de Oro de la Radio”, en la que Estados Unidos tenía nada menos que el 43% del total de receptores del mundo. Uno de los primeros hitos en la historia de la radiodifusión mundial (para la CBS -Columbia Broadcasting System-), con el que el nuevo medio puso de manifiesto su impacto, fue la emisión, el 30 de octubre de 1938, de “La guerra de los mundos”, una adaptación de la novela de ciencia ficción del escritor H.G. Wells. Un millón de oyentes llegó a creerse que los extraterrestres estaban invadiendo la Tierra.
En el ámbito del arte pictórico también hubo representaciones del contexto social, entre ellos: Thomas Hart Benton, Georgia O’Keefe, Philip Guston, Edward Hopper, Alice Neel y Jackson Pollock. Quizá la obra más conocida sea American Gothic, el retrato de dos granjeros de una zona rural de Iowa, que pretendía ser una imagen de tranquilidad en un momento de gran desilusión social y económica. También llegó el cómic; la Gran Depresión impulsaría una renovación temática y estilística en la historieta estadounidense, que estaría marcada por las tiras de aventuras, como “Flash Gordon” de Alex Raymond, “Príncipe Valiente” de Harold Foster y “Tarzán” de Burne Hogarth. También “Superman” de Jerry Siegel y Joe Shuster o “Batman” de Bob Kane (1939), nuevas historietas que potenciarían un grafismo realista y elegante, cercano a la ilustración, en detrimento del grafismo caricaturesco habitual hasta entonces y, lo que es más importante, sustituyeron definitivamente lo episódico por la continuidad, tornando fundamental el suspense en la última viñeta para fidelizar lectores.
En Europa, entre otros, triunfarían “Las aventuras de Tintín” (Les Aventures de Tintin et Milou) una de las más influyentes series europeas de historieta del siglo XX, creada por el autor belga Georges Remi (Hergé). A su vez, el Crack dio pie a algunas de las mejores novelas de John Dos Passos o Scott Fitzgerald y propició el apogeo de la novela negra a través de Dashiell Hammett, y el cine de aventuras con King Kong.

La Guerra Civil española

Durante nuestra guerra fratricida, ambas españas se mostraron muy activas en la industria cultural, entendida ésta en sentido amplio: desde el cine a la música, pasando por el libro y la radio. Si bien en todos los casos la misión era eminentemente propagandista, no cabe duda de que surgieron proyectos interesantes. Un ejemplo máximo de este caldo de cultivo es el de las revistas: ambos contendientes lanzaron magníficas publicaciones, promovidas o no por los poderes públicos respectivos (“El mono azul”, en el bando republicano, o “Vértice” en el nacional).
Ya en la posguerra, el franquismo se preocupó de promover desde el Estado iniciativas culturales. Así, apalancándose en una empresa ya existente, surgió CIFESA, motor del sector del cine que gozó de créditos extraordinarios, con los que pudo financiar grandes producciones e incluso a hacer grandes estudios no sólo para sus películas sino para alquilarlos a otros estudios locales o extranjeros. También se creó la Editora Nacional que, si bien muy dirigida con fines políticos, promovió buenas colecciones, especialmente de historia. Fue un foco que agrupó a toda la corte literaria de José Antonio en un principio, pero terminó evolucionando a posiciones menos partidistas a lo largo del régimen. Por ejemplo, en los años 60 contó con las aportaciones de Ricardo de la Cierva, quien no sólo escribía sus propios libros, sino que ayudó a muchos investigadores españoles y foráneos a buscar nuevos temas de estudio.
No hay datos exactos del impacto cultural en la economía, aunque todas las iniciativas indicadas, si bien no estaban encuadradas dentro del INI (que se dedicaba principalmente a industrias fabriles), eran muy próximas a ese impulso de nacionalizaciones y motor económico que inspiraba la política autárquica. Lo mismo se podría decir de la ayuda americana de los años 50, que tuvo como reflejo el que grandes productoras vinieran a España a grabar, y de los Planes de Desarrollo, que alentaron despegues en el mundo editorial y de revistas y prensa diaria. Sin olvidar iniciativas como la Orquesta Nacional, Coros y Danzas, RTVE...
La cultura en el franquismo podría dividirse en dos grandes etapas: en una primera fase, se trataba de apuntalar ideológicamente al nuevo régimen, principalmente, pero dejando siempre campo libre a la iniciativa privada, si bien sometida a censura. Esto explica que el mundo editorial catalán, por ejemplo, ya estuviera a pleno rendimiento hacia finales de los 40 y diera sus frutos en las grandes editoras de los 50 y 60: Planeta, Plaza, Janés, Destino, AHR...
En la segunda fase, relajada la censura un tanto, los gustos van siguiendo aun con retraso las tendencias europeas: novelas de ensayo, teatro del absurdo... pero sobre todo la prensa, que comienza a vivir el esplendor de las colecciones por fascículos, las revistas de lujosos formatos, y las revistas de opinión, que encubrían artículos que fueron ayudando a forjar una especie de conciencia política en los lectores. También se emplean, pero en manos privadas, canales de difusión del libro a domicilio: la línea a domicilio de Planeta, Nauta, Círculo de Lectores... Los autores exiliados, los de un bando, los de otro y los que florecieron durante el franquismo, son materia de otro reportaje.

Período de entreguerras y Segunda Guerra Mundial

La guerra obligó a los artistas, a los escritores y a los intelectuales europeos, a replantearse la idea de civilización y de ahí, clarísimamente, nació Dadá. Todos sus primeros miembros eran desertores o pacifistas de aquella guerra. Nació toda la revisión crítica profunda: por la derecha, con el retorno al orden; y por la izquierda, con el Surrealismo. Había que examinar los fundamentos de una civilización que había conducido a esa hecatombe global. Si hubiera que recuperar una muestra de aquellos años nos viene a la cabeza “Metrópolis”, la obra maestra de George Grosz. El sufrimiento trae un aspecto negativo, negro, a las artes. Como muestra, el cambio de temática de Picasso y el primer Cubismo del que él y de Braque fueron los principales exponentes en tanto que expresaron el mundo que conocieron, pero el gran conflicto llenó las obras del malagueño de monstruos y elementos con enorme carga teatral.
En el teatro, la crisis de identidad tiene su ejemplo perfecto en “Seis personajes en busca de autor” de Pirandello. Es el comienzo de la confrontación del hombre consigo mismo. Toda la su obra gira en torno a la dualidad de la persona. Somos uno o ninguno o cien mil... El hombre se empieza a enfrentar a su propia pequeñez como parte de un mundo caótico. Su obra tendrá gran influencia en Sartre, los existencialistas, Beckett, Ionesco y el Teatro del absurdo que bombardea la identidad burguesa y la enfrenta al hombre en la búsqueda de su propia finitud.
Ya durante la contienda, el arte que mostró más vitalidad fue el cine, por su componente propagandístico y porque facilitaba entretenimiento accesible para toda la población. Por ejemplo, en Alemania se rodaron grandes producciones, incluso con miles de extras, destinándose muchos medios a esa industria. Terminada la guerra, es difícil hablar de cifras, pero se podría decir que en Europa hasta el 70% de las inversiones en la industria cultural procedían de las subvenciones. A partir de 1947 nacería una auténtica edad dorada de la subvención cultural. Ese año, el gobierno laborista británico creó una sobretasa de seis peniques en los impuestos locales para socorrer teatros, auditorios o centros de exposiciones de la ciudad.
¿Qué país y en qué modo levantó antes la cabeza, tras la guerra? En Francia hubo un fortísimo impulso desde el Estado para fortalecer toda la red cultural. No es casualidad, por ejemplo, que en 1947 se crease el festival de teatro de Aviñón. Alemania también acompasó su milagro económico con un gran apoyo a la cultura, sobre todo por parte de los Länder y los ayuntamientos. Lo mismo se puede decir de Gran Bretaña. Hay que destacar el caso de Italia, en el que a partir de 1948 se potenció la industria cinematográfica. Los diferentes gobiernos entendieron que la recuperación económica venía de la mano de la recuperación cultural.
¿De qué forma contribuyó la cultura a la hora de reconstruir un mundo derrotado? Ese proteccionismo oficial tuvo como consecuencia un auge de lo que podríamos llamar “alta cultura”, que era lo que se deseaba apoyar desde los diferentes gobiernos. El teatro apostó por las nuevas corrientes y surgió con fuerza el cine de autor. Por contra, la cultura más popular y proletaria, como los teatros de variedades antes tan populares y las películas ligeras, languidecieron ante la falta de estímulos económicos. Fue entonces cuando se produjo esa divergencia entre la industria cultural europea, considerada más elevada, y la norteamericana, más popular, ya que en Estados Unidos no habían hecho falta subvenciones para subsistir. Esa apuesta por la alta cultura en detrimento de la popular daría lugar en la literatura a cambios radicales que anticiparían la revolución de los sesenta. Así, podemos encontrar las aportaciones de Moravia con “El conformista” en 1951, Françoise Sagan, con “Buenos días, tristeza” en 1953, Camus con “La caída” en 1956 o “El tambor de hojalata” de Günter Grass en 1959.