Descanso
Para algunas personas (más bien insomnes) es espinoso, expresar sus hábitos del sueño a través de las redes sociales. Lo que suele seguir a sus mensajes es una avalancha de recomendaciones dogmáticas: “Si no duermes 8 horas enfermarás”. Las “sugerencias” están al nivel de los más indiscutibles de los mandamientos y se blanden con la misma seguridad que el “No matarás”. La ironía se encuentra en que la ciencia ya no se identifica con una afirmación tan atrevida como “Hay que dormir 8 horas diarias”.
Por un lado, cada persona es un mundo y en medicina especialmente. Procesos tan complejos como el sueño suelen depender de muchas variables, de nuestra biología más particular, nuestra rutina, nuestro metabolismo o incluso nuestro estado anímico. Del mismo modo que hay personas que comen como tres y están perfectamente sanos, hay gente que duerme más o menos de esas ocho horas y no asocia ningún problema.
Una excepción extrema
De hecho, del mismo modo que la salud de quien necesita comer como tres personas se resentirá al reducir su dieta, la de quien necesita dormir 9 horas también se verá afectada por seguir el famoso dogma de las 8. Lo mismo ocurre con quienes están lucidísimos tras dormir 7 horas. No solo es respetable, sino que para ellos es absolutamente sano. Precisamente por esa variabilidad, por el uso de despertadores, el consumo de café y de somníferos, estudiar el sueño “natural” ha supuesto un reto enorme para los neurofisiólogos.
De hecho, hace ya mucho tiempo que la medicina conoce casos verdaderamente extremos. Personas que duermen, no un poco menos que la media, sino la mitad de lo “recomendado”. Con cuatro horas al día están más frescos que la mayoría de los mortales y dormir 6 ya es un lujo. Sin embargo, a pesar de saber de su existencia, son casos tan poco estudiados que hasta hace diez años no teníamos la menor pista sobre a qué se debía su peculiaridad. Todo cambió con el estudio liderado por el doctor y profesor de neurología Ying-Hui Fu. Su equipo había dado con una familia realmente atípica. Sus miembros dormían una media de apenas 6 horas, pero no por obligaciones laborales o por una extraña autoexigencia, sino que eso era exactamente lo que les pedía el cuerpo.
El siguiente paso que dieron fue buscar el origen de esta peculiaridad, y es posible que sientas la tentación de atribuirlo directamente a causas genéticas, pero no es tan sencillo. Aunque haya un claro patrón familiar, padres, hermanas, abuelas y tíos comparten algo más que la genética. Una familia suele parecerse en sus costumbres, vivir en un entorno similar y someterse a estímulos parecidos. No obstante, la distribución en este caso, cuando se miraba con más detalle, no parecía poderse explicar debido a estos factores comportamentales. Ahora sí, ante la duda era hora de hacer un estudio genético y tratar de encontrar algo que todos ellos compartieran, de lo que careciera la amplia mayoría de la población y que pudiera estar teóricamente relacionado con el sueño.
Tras secuenciar el genoma de los familiares y buscar minuciosamente, los investigadores encontraron un buen candidato para explicar todo esto, había una mutación bastante sospechosa en su ADN. En concreto, esta mutación se encontraba en la región del ADN con las instrucciones para construir una molécula llamada DEC2. Esta, a su vez, tiene un papel fundamental en los ritmos de vigilia y sueño. El cambio es ligero, cada proteína, como DEC2, está formada por moléculas más pequeñas que se unen como un collar de cuentas y a las que llamamos aminoácidos. Nuestra biología emplea apenas una veintena de aminoácidos creando largas cadenas en las cuales, el orden en que se coloquen determinará la correcta función de la proteína resultante. En este caso el cambio era muy sencillo modificando tan solo un aminoácido (una prolina por una arginina) Es como si cambiando un único ladrillo de una casa, esta se viniera abajo.
Correlación no implica causalidad
No obstante, esto solo era un primer paso. Para establecer algo más que una simple coincidencia hace falta demostrar que una cosa es la causa de la otra, que efectivamente el poco sueño de la familia era un regalo otorgado por esa extraña DEC2. Con esa intención en la mente, los investigadores realizaron un estudio in-vitro en el que pudieron reafirmar sus sospechas. La mutación de DEC2 la volvía incapaz de cumplir su función.
En biología la función de las proteínas suele ser confusa. Muchas de ellas no tienen funciones directas, sino que actúan sobre otras activándolas o inhibiéndolas, como si fueran interruptores que operan sobre otros interruptores en lugar de hacerlo directamente sobre una bombilla. Puede parecer innecesariamente enrevesado, pero permite una variedad mucho mayor de funciones y una gran capacidad para adaptarse a los cambios. En este caso, DEC2 suele inhibir a otra proteína llamada MyoD1, que estimula la producción de una molécula, la “orexina”, que suele estar muy presente cuando estamos despiertos. De hecho, antes de despertarnos los niveles de DEC2 caen, dejan de inhibir a MyoD1, permitiendo que aumente la orexina y arrancándonos de los brazos de Morfeo.
En cualquier caso, esta cadena de acciones acaba teniendo la siguiente consecuencia: las personas con un nivel normal de DEC2 controlará bien los niveles de orexina, pero cuando está mutada DEC2, la orexina aumentará, presuntamente reduciendo necesidad de dormir. Es más, como es de rigor, tras el estudio in vitro llegó la experimentación con modelos animales. Los científicos crearon ratones con la mutación de DEC2 que querían estudiar y el resultado fue exactamente el esperado: los animales mutantes dormían casi una hora menos que un ratón promedio. De algún modo, podríamos decir que DEC2 se encarga de sincronizar los niveles de orexina con nuestro ritmo circadiano, el que marca el paso de los días y las noches.
DCR2 no está sola
Es más, en 2018 los mismos investigadores dieron con otra mutación más sutil incluso que DCR2. La encontraron investigando a 12 miembros de otra familia que dormía apenas 4,5 horas cada noche y en este caso se trataba de una alteración en el gen ADRB1. Una información genética que suele expresarse en estructuras cerebrales normalmente implicadas en la vigilia, las cuales disminuyen notablemente su actividad durante el sueño. Dándole una vuelta de tuerca más, los investigadores probaron a activar ADRB1, y el resultado fue bastante revelador: las ratas se despertaban. Así pues, decidieron volver a modificar genéticamente a un grupo de ratones para darles la versión mutada de ADRB1 y consiguieron reducir sobre todo la duración de su sueño no REM (bajando en 53 minutos) mientras que su sueño REM disminuyó poco (apenas 7).
Aparentemente, esto entra dentro de lo esperado, ya que, aunque la correcta arquitectura del sueño pasa por una serie de fases en las que caemos progresivamente en un sueño más profundo para, periódicamente, devolvernos a fases del sueño más ligeras. Es la REM, la más profunda, la que parece tener una mayor implicación en el sueño reparador. De hecho, a medida que envejecemos tendemos a dormir menos y descansar peor, lo cual se debe (en parte) a que nuestro sueño REM se acorta progresivamente con la edad.
Desde entonces, muchas otras investigaciones han corroborado las implicaciones de estas mutaciones en el sueño y cada vez entendemos mejor esos casos extremos. No hablamos solo de personas que duermen poco, sino que a pesar de ello llevan vidas sanas y felices. ¿Qué otras implicaciones podrían tener estas mutaciones? ¿Podríamos utilizar lo aprendido para nuestro propio beneficio? Tal vez, el conocimiento que aportan estas investigaciones acabe encauzándonos a un nuevo tratamiento que nos permita adoptar este “superpoder”. Puede que acabe mejorando la calidad de vida de quienes padecen insomnio o ayudando a paliar trastornos que se encuentran al otro extremo del espectro, como la narcolepsia o la hipersomnia. Son futuros posibles, puede que hasta probables, pero para llegar a ellos deberemos seguir invirtiendo en investigación básica, esa que no siempre da patentes, pero que acaba haciéndolas posibles.
QUE NO TE LA CUELEN:
- La variabilidad entre individuos es tan grande que resulta imposible hacer reglas perfectas y generales. Todos hemos de mantener una buena higiene del sueño, respetando nuestras necesidades fisiológicas, evitando las luces intensas antes de irnos a dormir, reservando la cama para el sueño y poco más, pero es imposible decretar un número de horas y esperar que se ajuste a toda una civilización.
REFERENCIAS (MLA):
- He, Y. et al. “The Transcriptional Repressor DEC2 Regulates Sleep Length In Mammals”. Science, vol 325, no. 5942, 2009, pp. 866-870. American Association For The Advancement Of Science (AAAS), doi:10.1126/science.1174443. Accessed 11 Nov 2020.
- Hirano, Arisa et al. “DEC2 Modulates Orexin Expression And Regulates Sleep”. Proceedings Of The National Academy Of Sciences, vol 115, no. 13, 2018, pp. 3434-3439. Proceedings Of The National Academy Of Sciences, doi:10.1073/pnas.1801693115. Accessed 11 Nov 2020.
- Shi, Guangsen et al. “A Rare Mutation Of Β1-Adrenergic Receptor Affects Sleep/Wake Behaviors”. Neuron, vol 103, no. 6, 2019, pp. 1044-1055.e7. Elsevier BV, doi:10.1016/j.neuron.2019.07.026. Accessed 11 Nov 2020.