Figura recuperada
Max Jacob, el poeta al que no salvó Picasso
El Musée d’Art Moderne de Céret reivindica en una gran exposición la vida y la obra de todo un referente artístico y literario
A lo largo de su larga vida, Pablo Picasso siempre tuvo la necesidad de estar acompañado de un poeta. Ese hecho llega incluso a influir las diferentes etapas de su universo creativo porque la amistad con determinados autores también acababa dejando una profunda huella en la paleta del genio malagueño. La lista de estos escritores es larga y encontramos a nombres tan celebrados como Apollinaire, Éluard, Cocteau o Alberti. Es indudable que entre todos ellos destacó con una especial fuerza Max Jacob.
El Musée d’Art Moderne de Céret acaba de inaugurar una exposición que nos permite conocer una figura tan fascinante como Jacob con sus muchas y diversas aristas. Para ello, además de incorporar abundante obra y documentos originales del poeta, algunos de ellos inéditos hasta la fecha, también podemos encontrar piezas de varios autores contemporáneos a este autor, como son Juan Gris, Manolo Hugué, Jean Metzinger, Marie Laurencin, Jean Cocteau, Marie Vassilieff, Alice Halicka, Serge Férat, la baronesa de Oettingen y, como es lógico, Pablo Picasso.
Max Jacob no lo tuvo fácil. Originario de una familia judía acabó convirtiéndose al catolicismo. Su homosexualidad lo atormentó en no pocas ocasiones, fascinado por tener parejas algo más jóvenes que él. También fue un hombre comprometido con su tiempo, con la renovación artística que se estaba viviendo en París en las primeras décadas del siglo pasado. Él, a este respecto, no fue un espectador pasivo sino que tuvo un papel activo al traducir en su literatura el cubismo artístico que podían contemplarse en los lienzos de Braque y Picasso. Por este motivo escribió en 1917 que «el cubismo en pintura es el arte de trabajar el cuadro por sí mismo más allá de lo que representa […] no proceder sólo por alusión a la vida real. El cubismo literario hace lo mismo en la literatura, sólo utiliza la realidad como un medio y no como un fin».
La llamada creativa le llegó pronto al protagonista de la muestra que se celebra en Céret porque Max Jacob dejó los estudios de derecho para dedicarse a la crítica de arte en las páginas de «Le Sourire de Alphonse Allais», donde estudió principalmente los trabajos del pintor expresionista belga James Ensor.
En 1901 tuvo una revelación cuando entró en una exposición que se celebraba en una galería parisina. Era el mes de junio y Jacob visitó la sala que tenía el marchante Ambroise Vollard en la que se colgaban los trabajos de un desconocido pintor español que trataba de ganarse la vida en Francia. Ese día se fascinó por la pintura de Picasso al que no tardó en conocer para convertirse en uno de sus más íntimos amigos y apoyos. La exposición nos permite contemplar algunos de los numerosos retratos que Jacob dedicó a Picasso, como el que muestra al malagueño en la Place Pigalle de París. Como respuesta a esta amistad, igualmente se exhibe en Céret «Nature morte au pichet sur le fond de chapeau de Max Jacob», una composición picassiana de 1906. Max Jacob fue uno de los primeros y más importantes apoyos que tuvo Picasso mientras que este último animaba al poeta a que no dejara de lado dedicarse al mundo de las letras hasta el punto de proclamarle: «¡Eres poeta! ¡Vive como poeta!» Jacob fue uno de los más destacados miembros de la llamada «bande à Picasso» en la que también estaba Guillaume Apollinaire, Manolo Hugué o André Salmon.
La exposición también nos permite conocer a Max Jacob como pintor, probablemente una de sus facetas menos conocidas y que se traducen en varias tintas y acuarelas, como una que tiene como protagonista un paisaje de Céret. En esta población fue donde el poeta se reunió con Picasso y su entonces compañera Eva Gouel en abril de 1913. Para Jacob, como le confesó en una carta a Apollinaire, Céret era una «pequeña ciudad bonita» donde «parece que las montañas huelen a tomillo, rocío, lavanda y romero». Durante esos días, Max Jacob también aprovechó para cruzar la frontera y pudo visitar Figueres y Girona donde quedó fascinado por la sardana como demostró en el poema «Honneur de la sardane et de la tenora». A lo largo del recorrido podemos constatar que Jacob estuvo en el centro del universo cubista, siendo él mismo el modelo de algunos de los nombres más importantes del movimiento, como fueron Marie Laurencin, Celso Lagar o Jean Metzinger. Igualmente fue uno de los promotores del homenaje dedicado a Georges Braque en enero de 1917 y que impulsó junto con Alice Halicka, Louis Marcoussis, la baronesa de Oettingen y Marie Vassilieff.
Pero esta historia acaba mal porque el final de Max Jacob fue terrible. En la Francia ocupada por los nazis, tenía todos los números para ser una de las víctimas de aquella maquina de matar. Precisamente la exposición llega en el momento en el que se conmemoran los ochenta años del fallecimiento del gran poeta en el campo de concentración de Drancy en 1944. Jacob había logrado despistar a las autoridades alemanas durante unos meses escondido en el monasterio de Saint-Benoit donde finalmente fue apresado por la Gestapo.
Durante años se ha dicho que Picasso, quien pasó la Segunda Guerra Mundial en su taller en la rue des Grands-Augustins de París sin ser molestado por los jerarcas nazis, podría haber hecho mucho por salvar la vida de su querido Max Jacob.
Cuando se supo en la ciudad del Sena que el poeta había sido llevado al campo de concentración, Jean Cocteau y Pierre Colle empezaron a recoger firmas con la intención de ingenuamente presionar para que Jacob fuera liberado. Por eso, no dudaron en acercarse hasta el estudio de Picasso para contar con su rúbrica. No tuvieron suerte porque el malagueño no quiso saber nada del tema. Probablemente Picasso tenía miedo a que aquel gesto solidario llamara la atención de los nazis. Nunca se sabrá. Lo único que es seguro es que no salvó a Max Jacob y que aquel final lo torturó.
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