Literatura
Mary Ellen Peacock: La adúltera victoriana que acusaron de locura por amar a otro hombre
El escritor George Meredith, el favorito de Oscar Wilde y Virginia Woolfe, tildó de demencia la infidelidad de su mujer con su amigo, el pintor Henry Wallis, y la condenó a una muerte trágica
Los grandes nombres tienden a marcar el relato oficial y oscurecer las vidas de todos los que tienen a su alrededor. Éste es el caso de George Meredith, el famoso escritor inglés de finales del XIX, el novelista favorito de Oscar Wilde, el más admirado por Conan Doyle, que en uno de sus relatos hará que hasta Sherlock Holmes hable elogiosamente de él, y uno de los primeros nominados al Premio Nobel. Es, sin duda, uno de los grandes, y su novela, “El egoista”, es todo un hito. Sí, era un gran hombre, tanto, que esto suele significar que todas personas a su alrededor tenían que ser por lógica pequeñas, sólo meros apuntes de carácter dentro de su biografía.
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Pensemos en su primera mujer, Mary Ellen Peacock, la hija de otro autor célebre, Thomas Love Peacock. Meredith no es más que un jovencito aspirante a escritor. No tiene más que 20 años cuando levanta, junto a Edward Gryffydh Peacock, la revista literaria “Monthly Observer” y sueña con convertirse en un gran escritor. Es en ese momento en que Edward le presentará a su hermosa hermana, viuda y con un niño pequeño, y el romántico escritor quedará prendado por su figura. Él tiene 21 años cuando se casa y ella ya ha cumplido 28 y comienzan una vida en común que en 1853 le dará su primer hijo. Meredith está alcanzando todos sus sueños, pero ¿y Mary Ellen?
Meredith ya es un escritor reputado, aunque pobre. Sus amigos incluyen a Dante Gabriel Rossetti, Stevenson, Gissing o Barrie. Da consejos editoriales a Thomas Hardy en su primera novela. Todo el mundo le adora. Hasta el día en que acepta la petición de uno de sus amigos, el pintor prerrafaelita Henry Wallis, de posar para el cuadro “La muerte de Chatterton”, el famoso poeta romántico que se envenenó desesperado a los 17 años. El cuadro, hoy en el Museo de Birmingham, es una maravilla. Sus consecuencias, no. El arte, como siempre, vive ajeno al drama vital.
Durante las sesiones en el estudio de Wallis, el pintor conoce a Mary Ellen, una mujer de entonces de 35 años. Él, de 26, quedará prendado por su belleza e inteligencia y pedirá a su marido si puede retratarla, lo que Meredith, obsesionado con su propia grandeza, no verá ningún problema. ¿Lo habrá? Sí, porque el pintor y ella empezarán una apasionada historia de amor a espaldas del marido, lo que al final será la perdición de ella. Nadie más sufrirá las consecuencias.
¿Pero quién era Mary Ellen Peacock? Nacida en 1821 era la primera y la favorita de los cuatro hijos de Thomas Love Peacock, el autor de “Abadía pesadilla”, donde se burlaba de sus amigos románticos, los Byron, Shelley, Polidori y compañía. Siempre fue educada para disfrutar de los privilegios que otorga la belleza y la cultura, pero la realidad victoriana no se lo ponía fácil a una mujer para ser independiente y realizada. Asi que en 1844 se casará con Edward Nicholls, un joven robusto y atractivo hijo de un coronel de la marina inglesa con el que vivirá una intensa y corta historia de amor. Sin embargo, Edward morirá poco después de casarse al ahogarse intentando salvar la vida de un hombre que ha caído al mar.
Viuda, embarazada y destrozada por la promesa rota de una nueva vida regresa a casa de su padre. No tiene ni idea de lo que va a ser de ella, pero sabe que no va a quedarse en casa y llorar, que su futuro no puede limitarse a criar a su hijo. Así, sin saber qué va a hacer, conoce cuatro años después a George Meredith y ve en él esa ambición arrolladora de una vida mejor.
Ah, pero el amor por anticipado raramente funciona. Meredith es un portento, sí, pero está centrado en exclusiva en sus libros y se niega a salir de casa. Además, se niega a realizar trabajo alguno, así que malviven con lo poco que tienen y han de mudarse a las afueras de Londres para poder sobrevivir con lo mínimo en un cuchitril. Su vida, la de muchos bohemios aspirantes a grandes autores, lo explicaría a la perfección George Gissing en “La nueva Gurb Street”.
Ella, sin saber cómo, vuelve a convertirse en la mujer victoriana sola y desamparada, cuya única función es callar y criar a dos niños. Y eso no sólo la frustra, sino que la sulfura. Las disputas entre marido y mujer son constantes, así como los reproches. No son aliados en una lucha común, sino enemigos culpándose una y otra vez de falsas promesas, Meredith no soporta que su mujer le arrastre por el fango y le robe de su shangri-la intelectual y ella que la aparte de sus creaciones, el único lugar donde parece querer vivir. Así pasan ocho largos años y así aparece Wallis.
Meredith se convierte, sin saber cómo, en Charles Bobary, el mediocre médico, marido de la heroína de “Madame Bobary”, y esto le sulfura. Su resentimiento es tan grande que pierde el control. ¡Loca!, grita. En su imaginación, sólo un estado alterado de la psique puede haber provocado tal comportamiento. Porque él es el gran escritor, él es el narrador, y el narrador no sufre, no siente, no le pasan folletines y melodramas. Esa será su tesis, Mary Ellen ha perdido la cabeza.
Ella está embarazada y se hartará de fingir, así que decide huir con el pintor. Pero como “Madame Bovary”, Wallis se acobarda por el peso de la sociedad y acabará por apartarse de ella. Sola, derrotada, enfermará, su riñó dejará de funcionar, y morirá triste y abandonada. Los valientes siempre pierden, por eso son valientes, pues actúan a pesar de todo. Wallis, al menos, se hará cargo de su hijo tras su fallecimiento. En su funeral no habrá pompa, ni ceremonia, sólo tres personas, presididas por su padre, Thomas Love Peacock. La sociedad victoriana castiga más allá de la muerte.
Y nadie se preguntaría nunca quién es Mary Ellen Peacock si no fuera por Diane Johnson, que en 1972 publicaba “La verdadera historia de la primera señora Meredith y otras vidas menores”, una maravilla de biografia que no sólo rescatará la vida de la mujer que puso en entredicho el carácter de Meredith, sino de todas las personas que pasaron por sus vidas construyendo un monumento a la importancia real de todos los seres humanos. El libro acaba de reeditarse con un prólogo de Vivian Gornick.
Meredith, claro, tendrá tiempo de redimirse. Meses después del abandono publicará el poema “Amor moderno”, donde querrá hacer un ajuste de cuentas con su mujer. El problema es que es demasiado bueno escribiendo y se dará cuenta por primera vez de sus propias faltas dentro de su drama personal. Si el amor demuestra con creces es que nadie se salva de culpa cuando se acaba. Esta idea le obsesionará a partir de entonces y escribirá una novela tras otra alrededor de su idea del amor. En 1889 publicará “Diana of the Crossways” cuyo personaje central será un fidedigno retrato de su primer amor. ¿Es su forma de pedir perdón? Es triste, pero los escritores no saben hacerlo de otra manera.