Historia

Eleno de Céspedes, el trágico destino de la mujer que dio a luz y se convirtió en un hombre

Hermafrodita, inició su vida como mujer para reasignar después su género, casarse, ser acusado entonces por la inquisición de lesbianismo y prácticas diabólicas, y ser condenado ¿a ser enfermera?

Fragmento de "La mujer barbuda", óleo de José de Ribera pintado en 1631, contemporáneo a Eleno de Céspedes
Fragmento de "La mujer barbuda", óleo de José de Ribera pintado en 1631, contemporáneo a Eleno de CéspedesLa RazónArchivo

Si Eleno de Céspedes naciera hoy, su vida no sería mucho mejor que la que le dejaron vivir a este hombre en la España de Felipe II, y esto, en realidad, es lo más dramático de su historia. Muchos la llaman Elena porque fue asignada mujer cuando nació, pero después de casarse joven y dar a luz a un hijo, decidió que él era un hombre y al morir su marido se volvió a casar con una mujer. He aquí sus palabras, traducidas, frente al tribunal de la Inquisición: “Desde que descubrí que tenía un miembro masculino y podía tener relaciones con mujeres como hombre, estuve con muchas mujeres. Pero quería dejar el pecado y contraer matrimonio para no tener relaciones con nadie salvo mi esposa. Por ello me casé y no creí que cometiese falta alguna, sino que de esta manera hacía un servicio a Dios”.

Y esto sólo es la parte superficial de una vida llena de infortunio, dificultades, crueldad, injusticia, superación, amor y muerte. Nacido en Granada en 1545, Eleno era hijo de una esclava, por lo que no recibió nunca un nombre, sólo le marcaron la cara como signo de propiedad. Nunca supo quién era su padre, pero no cabía duda de que tenía que ser el dueño de la esclava, a la que dejaron que se quedara con él y lo cuidara. Cuando murió el dueño de su madre, éste cogió su nombre y consiguió así su libertad.

Madre e hijo empezaron a deambular en busca de un nuevo hogar mientras él aprendía a coser para ganar un buen dinero. Ya en su adolescencia, con ansias de sobrevivir, se casó y quedó embarazada, pero la relación con aquel hombre se hizo imposible y se separaron. Él moriría poco después, antes de que naciera su hijo. Fue precisamente en el parto que Eleno comenzó a notar un miembro en sus genitales, algo de lo que no se había percatado hasta el momento. El hermafroditismo no era, desde luego, algo común, y Eleno empezó a vestirse, comportarse y sentir como hombre.

La figura de su hijo fue el elemento discordante en esta reasignación. Él era su madre, no su padre, o sea parte de la prisión de género continuaba. Dejó entonces a su hijo al cargo de una mujer y empezó a trabajar como sastre, mientras su figura seguía despertando todo tipo de comentarios. Eleno acabó por matar a un hombre que le había atacado a traición con un cuchillo y fue enviado a prisión. Al salir libre, empezó a utilizar el nombre de Eleno de Céspedes y buscar lo mejor para sí y para los suyos.

Fueron años azarosos, en los que incluso se unió al ejército español. Sus compañeros se referían a él como “el que es ni hombre ni mujer”. Volvía a sentirse señalado, algo que nunca pudo superar, y se escapó a Madrid a buscar fortuna. Allí conoció a un cirujano y al conocer lo mucho que éstos cobraban en la época, pidió convertirse en su aprendiz. En 1577, con apenas 32 años, consiguió la licencia de cirujano y empezó a ejercer con mucho éxito, tanto, que acabó por trabajar para la familia real.

Y aquí el amor volvió a cruzarse en su camino y convertirse en su perdición. Conoció a María del Caño, se enamoró profundamente, y al pedirle en matrimonio comenzó un nuevo vía crucis. Para que las autoridades aceptasen la propuesta, tuvo que realizarse pruebas que demostrasen que era un hombre. Volvían las sospechas sobre su género, al ser un hombre sin bello facial y facciones delicadas. Por suerte, los cuatro hombres que inspeccionaron su cuerpo no vieron motivos para no asignarle la condición de hombre y posibilitarle que se casase con una mujer.

Dios, si fueron, por un momento, años felices. Sin embargo, pronto vuelven las acusaciones y otra vez Eleno tendrá que demostrar ante la inquisición que es un hombre. Le apresan y como no pueden determinar lo que es en realidad, si hombre o mujer, le dejan aislado, en una apartada y claustrofóbica sin contacto con nadie.

Aquí la grotesca situación de este pobre hombre llega a extremos absurdos. Primero le acusan de sodomía, al mismo tiempo que aseguran que es una mujer. Después vuelven a comprobar sus genitales y los mismos que antes decían que era, en efecto, un hombre, ahora se retractan, puesto que aquello que ahora ven no se asemeja en nada a lo que vieron un lustro antes. Eleno explica que un accidente de caballo, poco antes de haber sido encarcelado, le mutiló su miembro. Nadie le cree, por supuesto, y le acusan de brujería por haber hechizado a los que le hicieron un examen y determinaron que era un hombre.

El juicio sigue siendo un despropósito porque, al ver que las acusaciones de pactos con el diablo no prosperan, le acaban por acusar de bigamia. La desesperación de Eleno es máxima. Se demuestra que estuvo casada como mujer y que no hay pruebas de que su marido falleciese, así que en teoría sigue casada con un hombre al mismo tiempo que está casada con una mujer. A pesar de sus súplicas, el tribunal le considera culpable y le condena a 200 latigazos.

La farsa continúa cuando a su pena le suman trabajos sin emolumentos en un hospital durante diez años. Eleno vuelve a ser esclavo como su madre. Establecen que trabaje como enfermera, pero sigue sus prácticas como cirujano. En el hospital, por supuesto, no le quieren, dicen que atrae a todo tipo de gente en busca de sus poderes mágicos, pero la resolución del tribunal es definitiva.

El personaje de “Orlando”, de Vriginia Woolfe, parece sacado directamente de este hombre cuyo pecado fue simplemente decidir lo que quería ser en cada momento. Vivió como mujer y fue infeliz. Vivió como hombre y consiguió amar. Nació sin libertad y murió sin libertad, este es el mensaje de esta historia del primero hombre transgénero del que se tiene noticia. El ser humano no puede elegir, existe el determinismo biológico, y aún así, ¿por qué nos hemos empeñado durante más de 5.000 años en que sea el principio de nuestra identidad? Eleno de Cespedes, en este mes de reivindicaciones LGTBI, demuestra que la identidad siempre se ha de basar no en lo que somos, pues eso en realidad es muy difícil de determinar, sino en lo que queremos ser.