Tribuna

¿Por qué 2023 debería ser el inicio de una nueva etapa en la economía andaluza?

El catedrático de Economía de la Universidad de Sevilla José Ignacio Castillo Manzano analiza la situación de la comunidad andaluza y sus retos

Andalucía es ideal para el desarrollo de las energías renovables
Andalucía es ideal para el desarrollo de las energías renovables Ep

A la espera de un anhelado incremento de la pluviosidad en otoño, lamentablemente, la sequía se está convirtiendo en una seria limitación de nuestro devenir socioeconómico presente. De hecho, la sequía es la última adversidad dentro de este inclemente ciclo de sucesos adversos, de verdadera Permacrisis, que comenzamos en 2020, junto a la pandemia, la guerra en Europa o la alta inflación. Un conjunto de calamidades superpuestas que describen un mundo en apariencia más frágil, pero también con instituciones más robustas y eficaces, que nos permiten enfrentar estos retos minimizando sus, antiguamente, desproporcionados costes sociales. Buena prueba de ello es como, a pesar de todas estas calamidades, batimos récords de empleo en las principales economías mundiales, incluida la española.

Pero la sequía, a diferencia de las otras adversidades, distribuye sus efectos económicos de forma claramente no uniforme entre las distintas regiones de nuestro país, penalizando especialmente a aquellas comunidades autónomas, como Andalucía, con una economía más especializada en sectores hidrointensivos.

De hecho, la severidad de la misma está dejando ya su impronta en los principales agregados económicos de nuestra región, desde el empleo, pasando por la inflación, especialmente la de los alimentos y, finalmente, puede trasladarse a un menor crecimiento económico, por la superior dependencia agraria de nuestros sectores productivos. Dependencia directa, la derivada de las propias actividades agrícolas, pero también indirecta, la que viene, por ejemplo, de nuestra industria agroalimentaria y que en parte explicaría el mejorable comportamiento del empleo industrial andaluz en el pasado semestre.

La paradoja económica es que si, en 2020, con la pandemia, la agricultura nos ayudó a amortiguar los impactos económicos de la misma, reduciendo nuestra caída frente a la experimentada por el conjunto nacional, ahora, con la sequía, limita nuestra ansiada convergencia. Un ejemplo más de lo efímeras que pueden resultar las ventajas competitivas en este nuevo mundo económico plagado de cines negros. Lo que obliga, ahora más que nunca, a fortalecer nuestras instituciones mientras se promueven estrategias exitosas de diversificación económica, especialmente en aquellos sectores de la economía del conocimiento y de la industria 4.0, digitalizada y automatizada. El mundo digital, a día de hoy, representa un buen refugio contra las calamidades terrenales.

Ante este nada halagüeño panorama, consuela recordar que nuestra tradición judeocristiana nos habla de que la adversidad puede también ser germen de futuros éxitos. Idea expuesta descarnadamente por el Padre apologista de la Iglesia, Tertuliano, al afirmar que la sangre de los mártires sería semilla de nuevos cristianos. Incluso el Padre de la Iglesia latina, San Ambrosio, nos alecciona sobre la necesidad de desconfiar de las situaciones de bonanza excesiva, que suelen ser antesala de desgracias. Buen ejemplo de ello es como, según la tradición, obligó a sus seguidores a abandonar apresuradamente una casa, en la que nunca había calamidad alguna, justo antes de su rápido derrumbe.

La historia económica cuenta con múltiples ejemplos de territorios que salen de las crisis más diversificados y competitivos internacionalmente. De hecho, como resalta la ensayista Naomi Klein, cualquier crisis se puede convertir en ventanas de oportunidad sociales para acometer reformas, con una ciudadanía más proclive a probar nuevas recetas, aunque, a diferencia del fatalismo que propugna la autora, no existe un determinismo anti social en las mismas.

Para ello, el primer paso es aprovechar la ventaja indiscutible que en estos momentos cuenta nuestra comunidad autónoma frente a otros territorios. Concretamente la estabilidad política, alejada de extremismos de salón. Para la mayoría de las comunidades autónomas, el año 2023 está siendo un año electoral con posibles sobresaltos en sus ejecutivos, gobiernos noveles o malavenidos, incluso en ocasiones, con amenazas de pronta repetición electoral. Andalucía cuenta, en cambio, con un Gobierno con el rodaje ya finalizado, que está obligado a alcanzar la velocidad de crucero en este segundo semestre.

Pruebas de ello estamos ya observando con la aprobación de los presupuestos a finales del año pasado, hito que, más que probablemente, no se conseguirá a nivel nacional, o con la necesaria nueva Ley de la Función Pública, la apuesta decidida por las renovables –especialmente destacable la Alianza Andaluza del Hidrógeno Verde– o la garantía de la siempre útil paz social tras la firma del Pacto Social y Económico por el Impulso de Andalucía.

Pero es hora de apretar el acelerador. Empezando por perseverar en la mejora de la eficacia y eficiencia de nuestro sector público. Las encuestas del CIS, las buenas, nos dicen que ningún objetivo levanta mayor consenso entre la población española, independientemente de su querencia política. Son necesarios nuevos y mejores sistemas de incentivos que motiven al servidor público, así como desarrollar un verdadero sistema de evaluación de políticas públicas, cuya primera tarea sea optimizar el mejorable retorno a largo plazo de los fondos europeos y proseguir con la aprobación de un nuevo y ambicioso decreto de simplificación administrativa.

Los principios anteriores deben llevarse a cada uno de los ámbitos competenciales autonómicos, desde la educación a la justicia y la sanidad, pasando por las políticas sociales, incluyendo la dependencia. La variedad y complejidad de las reformas necesarias exigirá una coordinación económica, además de la lógica política, para darle una coherencia conjunta, que multiplique sus efectos. Por nuestro tamaño, tiene sentido un émulo de los Consejos Nacionales de la Productividad, que la Comisión Europea demanda a los países.

En resumen, la estabilidad política es una clara oportunidad que no se debe desaprovechar por inacción o pereza, como de nuevo nos recuerda el pensamiento cristiano, en este caso con la parábola de los talentos de los evangelistas San Mateo y San Lucas.