Viajes
Bahamas. Atardecer en un yate de lujo
Elparaíso en la Tierra está en Bahamas: sus aguas de color turquesa, su arena blanca y fina y sus pequeñas islas con vegetación tropical fueron en antaño refugio de piratas. Una de las formas de disfrutar de este rincón del planeta es hacerlo a lo “bucanero”, pero en versión siglo XXI: alquilar un yate de lujo para recorrer las playas más desconocidas y atracar en los puertos de las localidades más concurridas. Antes de nada, un apunte de viajero experto: la mejor opción es un catamarán de bajo calado para acceder a las calas escondidas donde los yates de “charter” no pueden entrar.
Tras escoger el barco, el siguiente paso es pensar cuál será el itinerario a elegir en el archipiélago de coral, ya que la oferta es amplia y no deja indiferente a nadie. Dado que la estancia será a bordo, una de las paradas obligatorias queda en Las Exumas, una cadena de cayos que se encuentran dispersos a lo largo de 100 millas a través de un inmenso mar azul. Aquí uno se deleita con la soledad que ofrecen los pequeños motículos de arena blanca y escasa vegetación que aún no han sido invadidas por la civilización moderna. También hay arrecifes vírgenes y la playa Coco Plum es un lugar perfecto para encontrar conchas marinas o caparazones.
Entre una cala y otra, lo mejor es disfrutar de un cóctel preparado por el servicio de cocina de a bordo, que viene incluido en el “pack todo lujo” de este tipo de embarcaciones, junto al resto de la tripulación. Lo de menos es relajarse en un jazzuci bajo las estrellas en mitad del Atlántico, porque lo exclusivo es que el chef del yate diseñe un menú con los principales atractivos de la mesa bahameña y éste sea servido en una de las playas rosadas de Eleuthera, una de las islas más bellas de Bahamas, alargada (de hecho, es la más extensa del archipiélago). En la misma orilla, con la brisa marina y el ir y venir de las olas como telón de fondo, el paladar se deleita con el sabor del conch, un molusco grande de carne blanca y firme, que se sirve crudo aderezado con jugo de limón y otros condimentos, junto a langostas, cangrejos y pescados. Todo ello regado por un buen vino, de esos de edición limitada o, quizás, acompañado por un ron ligero, muy típico de las islas. No hay que perder la oportunidad de bucear por sus cristalinas aguas para conocer a los tiburonesnodriza, con sus grandes aletas dorsales y acariciarles la espalda. Bajo el mar también se debe echar el ancla para admirar los peces exóticos, los arrecifes de coral de increíbles colores y junto a un casi ilimitado número de sorpresas escondidas en la cueva submarina de Thunderball Grotto. Y, tras estos chapuzones, también se debe dejar tiempo a lo que se esconde en tierra firme. Atracar en Barbados nos permitirá disfrutar del estilo de vida caribeño. De ahí a la exuberante bahía conocida como Wallilabou, su belleza natural junto con la tranquilidad relajante y el bosque protector que rodea la zona te hacen sentir como en el cielo. Para saborear la gastronomía local es imprescindible coger mesa en Shirley’s at the Fish Fry, una colección de pequeños restaurantes ubicados cerca de GeorgeTown.
El lugar donde se retiraba Hemingway
Francisco. Cantante
He estado en tres ocasiones en Bahamas. La primera vez llegué de la mano de unos amigos de Miami en su barco. Fue una experiencia única. Jamás había estado en un país así. Se respira paz. De hecho, es la isla a la que se Hemingway se retiraba por escribir. Es el paraíso en la Tierra: por el color de sus aguas, por sus cielos estrellados, por sus impresionantes corales... No se puede explicar con palabras. Es cierto que no es muy grande, pero ahí está precisamente su encanto. Recuerdo que, por aquel entonces, mi amigo no paraba de comprar pollos. ¿Las aves? Sí. Eran para los nativos. Allí están acostumbrados a comer uno de los nuestros mayores manjares: el marisco. Pero no suelen hacer lo mismo con la carne. Por eso, cambiamos filetes por langostas. El atardecer es uno de sus puntos fuertes. Sobre todo, cuando acudes a alguna de sus larguísimas playas para dar de comer a los delfines. El ocaso, el sonido del mar y la compañía hicieron de este viaje uno de los más especiales de mi vida. Por supuesto, he vuelto a repetir. Las otras dos fueron igual de impresionantes. Éste es un destino que guarda tanto secretos que nunca es capaz de aburrirte. Principalmente, porque aquí no existe la misma contaminación que en España, por lo que las noches son un auténtico festival de estrellas. Ahora, estoy pendiente de regresar.
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