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Atrapadas por el temporal
Las primeras luces del Alba atravesando la escotilla de mi camarote anunciaban nuestra despedida del Orient Express, el Catana 58 en el que nos habíamos embarcado cuatro días antes en Marbella con la intención de cruzar el Atlántico. La noche anterior, tras el brutal enfado de Selçuk, Raquel no quiso dormir sola y se acomodó en mi cabina. Estaba preocupada pero tras nuestras habituales reflexiones nocturnas, se tranquilizó. Le recordé que en nuestro perfil de Crewbay, la página web que nos había puesto en contacto con el turco, no ocultamos que fuéramos fumadoras si bien aceptábamos no fumar a bordo, lo que habíamos respetado en todo momento, incluso en travesías de más de diez horas.
► 1. Los sueños cumplidos de Ángela Portero
► 2. Buscando barco desesperadamente
► 3. El destino había jugado sus cartas
Nos desperezamos y Raquel, preocupada, me dijo que iba a hablar con Selçuk en un último intento de reconducir la situación. Yo sabía que era inútil y me negaba a pedirle perdón. No era una cuestión sólo de orgullo: no me fiaba del turco ni estaba dispuesta a regalarle los oídos a un hombre que, a gritos y de malas maneras, nos había echado del barco en mitad de la noche en un país extranjero. Dejé la puerta abierta del camarote para escuchar la conversación mientras empezaba a hacer la maleta. Aunque les oí hablar en un tono tranquilo enseguida me di cuenta que el turco no estaba dispuesto a dar marcha atrás. Había que trazar un plan B a marchas forzadas.
La situación era complicada y nuestras expectativas de encontrar un barco en la pequeña marina de Salé para cruzar el Atlántico, o al menos, llegar a Canarias, eran prácticamente nulas. Nuestro natural optimismo ya se había desplomado vencido ante la desoladora realidad. Todavía estaba demasiado reciente los quince infructuosos días buscando barco en Las Palmas y después de la experiencia con los dos turcos, el keniata y este último, teníamos claro que en la mar como en tierra hay demasiados lobos con piel de cordero.
Por si fuera poco, el temporal que se avecinaba amenazaba con dejarnos aún más aisladas. Estábamos atrapadas. En unas horas, el puerto de Salé se cerraría al tráfico marítimo durante más de una semana. Los policías nos habían explicado que, se formaría un mini tsunami, con olas de seis metros, en la entrada del río Bu Regreg, en uno de cuyos remansos, se situaba la marina de Salé.
Teníamos dos opciones: coger un vuelo de Casablanca a Las Palmas y volver a empezar, buscar un barco en la marina de Salé y esperar a que amainara el temporal o irnos a Assilah, refugiarnos en mi casa y en nuestros amigos hasta encontrar una solución. En cualquier caso, era dar marcha atrás.
Raquel regresó al camarote con gesto derrotado. Yo, sonreí: “¿De verdad que quieres irte con este energúmeno?. Si nos tenemos que ir de aquí es por algo. ¿Te imaginas estar dos semanas en medio del Atlántico solas con él?. Anda, vámonos a Assilah! Dios o Alá proveerán”. Raquel pareció animarse, ante la perspectiva de pasar unos días en nuestra querida Assilah y muy seria me dijo: “Ni un turco más, así nos maten”.
Una vez hicimos el equipaje y recogido nuestros camarotes, subimos al salón del Catana. Allí, con gesto serio, esperaba el capitán. Tenía prisa por zarpar. No quedaban muchas horas para que bloquearan la entrada y salida de barcos por el río y empezaba a ponerse nervioso. Revisé a conciencia todo el salón, recogiendo mis cargadores, ordenando mis cámaras, guardando el ordenador y todo lo que tenía desperdigado por allí. No me inmuté cuando empezó a meterme prisa. El tiempo jugaba ahora en su contra y demorarme un poco era mi particular venganza.
Cuando ya creyó que habíamos acabado, recordé la enorme compra que Raquel y yo habíamos hecho en Marbella. Maldije los más de doscientos euros que nos habíamos gastado en compra para el barco y que teníamos que dar por perdidos. Decidí coger el jamón de Jabugo y el resto de embutido, parte de la carne, mi cafetera italiana y por supuesto, el vino y las botellas de ginebra y ron. Aún así, se me olvidó coger la minipimer que habíamos comprado para poder hacer gazpacho, las especias y las garrafas de aceite de oliva virgen. Cuando, por fIn, acabamos de recoger todo, el turco estaba ya de los nervios.
Adnan y Amal, dos ángeles al rescate.
Selçuk ya había demostrado su falta de caballerosidad la noche anterior pero corroboró su falta de educación al no hacer el más mínimo ademán para ayudarnos a sacar del barco nuestro voluminoso equipaje. Sólo tuve que gritar Adnan desde la cubierta para que nuestro vecino marroquí saltara de su lancha, aún somnoliento y con el pelo revuelto, y empezara a desembarcar nuestras pertenencias. Fue una lección de humanidad y saber estar que dudo que Selçuk apreciara.
Preguntamos a Adnan si podíamos dejar nuestras cosas en su pequeña lancha, cuya eslora no superaba los seis metros. Él con esa hospitalidad y amabilidad que define a los hombres de Alá nos dijo que su casa era la nuestra y que podíamos contar con él para lo que necesitáramos. Nos confesó, que al escuchar los gritos de Selçuk, había permanecido despierto por si necesitábamos ayuda. La quietud de la pequeña marina y su extraordinario dominio del inglés y el español, habían permitido a Adnan enterarse de todo lo acontecido en el Orient Express. Sólo cuando volvió a reinar el silencio de la noche, pudo conciliar el sueño.
La lancha de Adnan, en la que vivía desde hacía unos años, contaba con un único espacio interior a modo de camarote, ocupado en su totalidad por una cama y, una bañera exterior que hacía las veces de zona de estar. Desde la popa, la mirada de Selçuk transmitía desdén y prepotencia, pero pude apreciar su enfado y sorpresa cuando escuchó nuestras risas y las de Adnan, tratando de colocar los bultos en aquel humilde barquito que estaba atracado junto al imponente Orient Express.
Tras acomodar nuestro equipaje, hambrientas y preocupadas, invitamos a Adnan a desayunar a uno de los muchos restaurantes que bordean la marina. Nos sentamos en una lujosa terraza desde la que divisábamos el acceso al muelle dónde estaban atracados el Orient Express y el barco que contenía todas nuestras pertenencias. Adnan nos dijo que que podíamos quedarnos en su barco a dormir o en la casa de su madre, situada estratégicamente enfrente de la marina. Cuando vimos que Selçuk abandonaba el muelle para dirigirse a capitanía marítima, Adnan se ofreció incluso a hablar con él con el único objetivo de ayudarnos.
Pero nosotras teníamos que mirar hacia adelante y buscar otra solución. Le preguntamos a Adnán si había algún barco en Salé que se dirigiera a las Canarias, escala obligada para todos los veleros antes de cruzar el Atlántico. Nos dijo que había un catamarán de una pareja americana con los que había entablado una cierta amistad, ya que llevaban un par de semanas en la marina, ofreciéndose a presentarnos. Dicho y hecho. En cuanto acabamos de desayunar y mientras veíamos al Orient Express zarpar, nos acercamos al lugar dónde atracaban los americanos.
Adnan que encabezaba la comitiva, saludó desde el muelle en inglés y un sonriente Damon salió a la cubierta. Unos segundos después, lo hacía su esposa, Marcie. Para evitar hablar del espinoso asunto del tabaco y justificar nuestra incómoda situación habíamos acordado entre todos una convincente explicación que tampoco se alejaba mucho de la realidad. Raquel tomó la iniciativa y les explicó que estábamos buscando un barco para ir a Canarias ya que nos habíamos visto obligadas a desembarcarnos ante la decisión del capitán de continuar navegando hacia Canarias pese al temporal. Viendo el precioso catana que abandonaba la marina enfilando el río, Damon sorprendido arqueó las cejas y preguntó: ¿Estabais navegando en el catamarán del americano que acaba de zarpar? Sí, pero el capitán es turco-contestamos al unísono Raquel y yo, como si aquello pudiera explicarlo todo.
Damon y Marcie nos hicieron algunas preguntas más y parecieron comprender rápidamente nuestra situación. Compartían con nosotras nuestro reparo a la imprudencia del capitán turco de navegar con un aviso de fuerte temporal. Nos dijeron que volviéramos más tarde para hablar tranquilamente. Supusimos que la pareja quería decidir en privado si nos aceptaba a bordo.
El plan B estaba en marcha pero era necesario, un plan alternativo, por si los americanos rechazaban nuestra petición, no ya de navegar con ellos al Caribe, sino de lo que podíamos considerar casi asilo humanitario.
De Salé a Kenitra, por tierra y marcha atrás.
Raquel escribió un whatsapp a su amiga Amal, natural de Kenitra, una ciudad a media hora en coche de Rabat, por si se encontraba allí pese a residir en Marrakech y yo, a mi amigo Rafa para avisar de nuestra posible llegada a Assilah. Aprovechando la wifi de la marina, nos pusimos a buscar en las páginas web si había algún barco en Marruecos que buscara tripulación para cruzar el Atlántico y miramos precios y horarios de vuelos a Las Palmas por si acaso teníamos que regresar volando a Canarias.
Fuimos a hablar con Damon y Mercie, esta vez, ya solas. Nos ofrecieron un café y entramos en el catamarán. Les contamos nuestra experiencia asegurando que podíamos ayudarles con las guardias nocturnas y ocuparnos de la limpieza y cocina. Damon quería aprender español y nos ofrecimos a darle clases. La química fue inmediata: transpiraban simpatía y bondad. Nos invitaron a navegar con ellos, de momento sólo hasta Canarias ya que tenían un medio acuerdo cerrado de tripulación. Como ya nos habíamos hecho a la idea de pasar unos días en Assilah les pedimos dejar parte de nuestro equipaje en el barco hasta que pudiéramos zarpar de Salé.
Poco después, Amal contestó entusiasmada que venía a recogernos y Rafa nos brindó su casa de Assilah a pesar de que, ese mismo día, se iba a Barcelona. Por su parte, Adnan nos ofreció la vivienda de su madre, bien para dejar el equipaje o quedarnos a dormir. Su madre, al tanto de nuestras vicisitudes, ya estaba preparando el tradicional cus cus de los viernes y nos esperaba a comer.
Estábamos organizando nuestro equipaje en medio del muelle ya que en la pequeña lancha de Adnan era imposible hacerlo, cuando apareció Amal con su amplia y franca sonrisa, derrochando amor y con una enorme caja de pastas marroquíes para agasajarnos. Nos sentíamos afortunadas de estar en Marruecos, abrumadas recibiendo el calor y la hospitalidad de sus gentes, siempre dispuestas a ofrecer lo mucho o lo poco que tengan, incluso a los desconocidos.
De visita en Salé y Chellah, dos antiguas ciudades romanas.
Enfrente a la marina, en la casa de Adnan, nos recibió su madre y Amina, la suegra de uno de sus hijos, que también estaba invitada a comer. Adnan era policía de la guardia real y hasta hacía unos años había trabajado al servicio del Rey Mohamed VI. Un grave accidente le había obligado a pedir la baja permanente y aún se veía con nitidez la enorme cicatriz que recorría su cabeza. Su amor por el mar y la pesca, le habían llevado a comprar un barco de motor, en la que vivía desde que se separó de su mujer.
Después de comer, Adnán nos mostró desde la azotea de su casa la puerta de la antigua medina de Salé, cuyas murallas antes protegían el antiguo puerto que se encontraba en su interior. El puerto había sido el impulsor del crecimiento y la riqueza de la ciudad que se expandió y unió con Rabat, situada a la otra orilla convirtiéndose en la República de las dos orillas dirigida por corsarios y dedicada a la piratería.
Pero fue en 1775 cuando el llamado terremoto de Lisboa provocó un tsunami que desvió el curso del río Bu Regreg, inhabilitando su puerto y causando la decadencia económica de la, hasta entonces, próspera república pirata.
Nos despedimos de la familia de Adnan para recorrer con Amal Chellah, la antigua ciudad romana que más tarde se convertiría en necrópolis de los benimeries, situada a dos kilómetros de Salé. Protegida por una muralla y una impresionante puerta flanqueada por dos torres semi-octogonales, el espectacular recinto tiene una extensión de diez hectáreas. Además de los vestigios romanos, allí se encuentra la mezquita de Abu Yusef, erigida en 1284, un minarete y varias salas funerarias en las que están enterrados, desde que finalizara su construcción en 1339, la dinastía. No pudimos ver el Hamman (baño árabe) ya que se encuentra en plena restauración pero pudimos disfrutar de un maravilloso atardecer en este ancestral oasis que es sin duda uno de los grandes atractivos quienes visiten la actual capital de Marruecos.
Ya anocheciendo nos dirigimos a Kenitra, dónde nos esperaba la madre de Amal, que nos abrió las puertas de su recién estrenada casa, una villa moderna a las afueras de la ciudad. Aunque nuestra idea era irnos a Assilah no podíamos rechazar la hospitalaria invitación de Amal y su madre, para pasar unos días con ellas y conocer Kenitra.
La madre de Amal nos recibió con té a la menta y un amplio y delicioso surtido de pastas marroquíes. Tras tomar el té y ponerla al día de nuestras aventuras, nos instó a relajarnos en el hamman, algo a lo que Raquel y yo no podíamos resistirnos. El baño árabe es siempre un enorme placer pero además, es que con todo lo ocurrido desde la noche anterior, no habíamos tenido tiempo ni modo de ducharnos. La tenue luz ahumada en vapor, el calor que emana el suelo y la pared del baño , nos llevó a un estado de relajación y bienestar indescriptible. Estábamos agotadas y tras cenar, Raquel y yo nos acostamos en la habitación de Amal, reconfortadas por los mimos y el amor de su familia. De la pesadilla de la noche anterior en Salé al plácido y profundo sueño en Kenitra sólo habían pasado veinticuatro horas. De nuevo, volvíamos a soñar...
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