Viajes
Así es el increíble viaje en el tren más largo del mundo
Está en Mauritania, y cruza el desierto del Sáhara con toneladas de hierro y los que tengan tiempo a subirse. Los vagones de este tren suman un total de 2,5 kilómetros, convirtiéndolo en una de las pocas formas que existen para alcanzar el lado Este del extenso país norteafricano.
La definición del tiempo
Es curioso advertir cómo la percepción del tiempo en el continente africano es radicalmente distinta a la que tenemos en Occidente. Mientras que aquí corremos ajetreados de lado a lado, casi sin mirar por dónde miramos, como esclavos o adoradores del tiempo, allá el tiempo no domina a los hombres, sino que son los hombres quienes dominan el tiempo. Nada ocurre por obra del tiempo, sino que son los propios hombres quienes parecen decidir el momento de sus acciones. Este giro suele provocar desesperación en el viajero novato, hasta que pasado un tiempo logra acoplarse a esta nueva forma de vivir, tan sabia y reposada.
Este es un gran poder del que nosotros carecemos. Antes de lanzarnos a investigar este asombroso ferrocarril que recorre el trecho que separa el Sáhara con la ciudad costera de Nuadibú, es imprescindible entender este concepto del tiempo. Así, cuando queramos subir a él, no nos desesperaremos por las largas horas aguardando a escuchar su silbido.
Dos kilómetros y medio con alta densidad de hierro
La vía de tren se inauguró en 1963, poco después de descubrir ricas minas de hierro en el corazón arenoso del Sáhara, y es gracias a ella que numerosos habitantes de las zonas más aisladas de Mauritania consiguen conectar con el mundo exterior. Las carreteras, la carretera que conecta con el pueblo minero de Zuérate (40.000 habitantes) no siempre está visible debido a la presencia de las arenas caprichosas arrastrándose hasta cubrir largos tramos de asfalto, los desvíos pueden ser de cientos de kilómetros en ocasiones. Por eso, este tren que fue diseñado para abastecer de hierro a los países Europeos y China, cumple desde su primer viaje una segunda función. Esto también es habitual en África. No importa qué medio o producto, es habitual que sea utilizado para múltiples causas, a veces ni siquiera necesita usarse para lo que originariamente fue construido.
El Tren del Hierro, sus inmensos dos kilómetros y medio conformados por hasta doscientos vagones, se ve habitualmente abordado por locales y aventureros para cruzar Mauritania. Fácil, barato y seguro, reduce considerablemente las opciones de quedarse atascado en la fina arena de la carretera. No hace falta más que acomodarse como buenamente se pueda sobre las 84 toneladas de hierro que transporta cada vagón. El resto del camino solo toca esperar.
El viaje
Las noches del desierto pueden ser gélidas, los días abrasa nuestra carne el calor. El polvo, siempre presente, serpentea hasta colarse en los recovecos de nuestra ropa. Por eso es importante, si alguno llega a subir a este tren, llevar consigo una manta que podrá comprar en el mercado de Zuérate y llevar alguna mascarilla o pañuelo que le tape la boca. El resto del cuerpo puede ensuciarse (y se ensuciará, inevitablemente) sin problema. El fino polvo de mineral de hierro es como la arena, parece encontrar placer en el refugio de nuestra ropa, y rápidamente tiñe piel y cabello de un tono rojo oxidado.
Tras diecisiete horas de viaje a una velocidad de 50 kilómetros por hora, la mayor parte durante la noche, el tren arriba a la ciudad de Nuadibú, se detiene unos minutos en la entrada de la ciudad para dar tiempo a que los pasajeros puedan apearse, y continúa impenetrable su rumbo hasta el puerto. Descarga y vuelve a las dunas. Vacío de carga es más cómodo viajar en él, aunque las carreras para subirse suelen poseer ciertas trazas de locura. Cabras, gallinas, sacos y cajas, personas, todos se empujan y pugnan por conseguir un buen sitio en los quince minutos que dura la parada.
Familias, animales y descerebrados
Del mar al desierto, del agua al hierro, el tren sigue su ruta indiscutible todos los días del año, sin descanso, como una enorme bestia de acero resollando sobre las vías. Ninguna definición lo explicaría mejor que el testimonio de uno de sus viajeros: «Imagínate un vagón de ferrocarril europeo de la década de 1.970, despojado de todo lo que tenga valor: puertas, vidrios, asientos, amortiguación, luces, inodoro… Toma ese esqueleto de vagón de tren y añade una capa de polvo que cubra todas las superficies. Luego piensa en que está abarrotado hasta el punto de ser peligroso, con equipajes y mercancías amontonadas en los pasillos, agujeros en la mayoría de las paredes exteriores, un olor a suciedad pura y, finalmente, elimina cualquier ilusión de comodidad o limpieza… y ahí está: un vagón de pasajeros del tren de hierro de Mauritania».
Y sobre sus hondos vagones se acomodan alegremente familias, animales y aventureros descerebrados.