Opinión
El reto de la supervivencia económica
El antiguo orden económico mundial se descompone, quizá por su éxito espectacular, pero todavía es posible que se reinvente y sobreviva al avance del iliberalismo
Joseph Alois Schumpeter (1883-1950), uno de los economistas más influyentes del siglo XX, pregunta en su libro, bastante premonitorio, «Capitalismo, socialismo y democracia»: «¿Puede sobrevivir el capitalismo?» El autor, austríaco de nacimiento y americano de adopción, se respondía a sí mismo y decía: «No, no puede», aunque enseguida dejaba en el aire su propia afirmación y explicaba que el capitalismo moriría víctima de su propio éxito.
Bastantes años después, el semanario británico «The Economist», acaba de adaptar de alguna manera las palabras de Schumpeter para afirmar que «puede parecer que la economía mundial, respaldada por el fuerte crecimiento en Estados Unidos, puede sobre vivir a todo lo que se le presente». «No puede», concluye con laconismo una de las hasta ahora Biblias del liberalismo. «The Economist» sostiene que «la desintegración del antiguo orden es visible en todas partes». Explica que los logros de las décadas de 1990 y 2000 –el punto culminante del capitalismo– «no tienen parangón en la historia»: cientos de millones salieron de la pobreza en China, la mortalidad infantil en el mundo es menos de la mitad que en 1900 y el porcentaje de muertos en conflictos alcanzó un mínimo del 0,0002% en 2005, 40 veces menos que solo en 1972.
Sin embargo, el iliberalismo, unido a un posible regreso al poder de Donald Trump y la permanencia de Vladimir Putin pueden provocar más que un caos y «los asuntos mundiales descenderán a su estado natural de anarquía que favorece el bandidaje y la violencia».
La visión apocalíptica de «The Economist» llega en vísperas de las elecciones europeas, quizá las más importantes de la historia de la Unión Europea, pero incluye, como esperanza, el guiño final schumpeteriano. Igual que el capitalismo se transformó en la segunda mitad del siglo XX para sobrevivir, ahora tendría que hacer algo similar para superar las incertidumbres actuales. En ese escenario, la Unión Europea afronta también grandes desafíos. Dos italianos, por encargo de la Comisión Europea que todavía preside Ursula von der Leyen, que siempre mira con buenos ojos a Pedro Sánchez –al menos hasta ahora–, han elaborado dos informes, que incluyen recomendaciones, sobre el futuro de la Unión y cómo sobrevivir. Por una parte, Enrico Letta, exprimer ministro de Italia, en un extenso documento titulado «Mucho más que un mercado», explica que el proyecto europeo, nacido tras la II Guerra Mundial, era el de un mundo pequeño, pero que ahora hace falta un proyecto europeo para un mundo mucho mayor. Europa tendrá que construir su futuro en un mundo con al menos tres grandes gigantes, que pugnarán por algún tipo de liderazgo, Estados Unidos, China y Rusia.
Mario Draghi, también exprimer ministro italiano y expresidente del Banco Central Europeo (BCE), que ahora preside Christine Lagarde, es quizá más directo que su compatriota Letta y plantea que «un cambio radical es necesario». Draghi explica que de las 50 mayores empresas tecnológicas del mundo, solo cuatro son europeas (la holandesa ASML, la alemana SAP, la británica ARM y la francesa Schneider). Insiste que el gran reto europeo es la competitividad y que, frente a los proyectos iliberales de encerrarse en sí mismos defendidos por líderes extremos –de izquierdas y de derechas– la solución es abrirse al mundo y competir, sobre todo en innovación y calidad, lo que no significa –como en otros tiempos– reducir salarios.
Casi al mismo tiempo, un tercer italiano, Piero Cipollone, miembro del Comité Ejecutivo del BCE, habla de «la tragedia europea en el horizonte» y para superarla propone aprovechar «las oportunidades económicas que ofrece la transición verde». Reclama una respuesta rápida y contundente al cambio climático y, como defiende desde hace tiempo el BCE, seguir adelante con las reformas bancarias y completar la unión de los mercados de capitales, ahora muy débil.
Las elecciones europeas del próximo domingo tienen algo de diabólico. Indicarán hacia dónde quiere ir la Unión Europea a corto plazo, pero también medirán la fuerza interna –en cada país– de diferentes opciones políticas, que miran con lupa su entorno más cercano y se olvidan de las luces largas, que son las que aclararían el horizonte. El riesgo iliberal está aquí, como lo está también en los Estados Unidos, y puede alumbrar un nuevo orden económico mundial con demasiados nubarrones. Los agoreros y los profetas de las catástrofes viven una época dorada y es cierto que hay signos muy preocupantes en los panoramas nacionales e internacionales, pero siempre está ahí la opción liberal de reinventarse para sobrevivir, como apuntó Schumpeter.
Los tipos de interés bajarán, pero tampoco demasiado
El Banco Central Europeo (BCE), que preside Christine Lagarde, bajará los tipos de interés –un cuarto de punto, que no es lo mismo que un 0,25%, pero esa es otra historia– el próximo jueves, día 6 de junio. Cualquier otra cosa, no solo sería una sorpresa, sino que provocaría alguna convulsión en los mercados, que es algo que el BCE intenta evitar. Eso no significa, como ha dicho Philip Lane, miembro del Comité Ejecutivo del BCE, que estén garantizadas otras bajadas del precio del dinero.
El zumo de naranja y la alternativa de la mandarina
El mal tiemo y las enfermedades en Brasil, que es el mayor exportador de naranjas del mundo, han disparado hasta cifras récord el precio de la fruta y, como consecuencia, el del zumo de naranja envasado, una gran industria mundial. Los fabricantes han empezado a explorar la posibilidad de utilizar mandarinas como sustitutivo, desde que los futuros del zumo de naranja rozaran los cinco dólares la libra, que es el doble del precio del año pasado.
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