«Tres bodas de más»: Clásica y gamberra

En una misma escena, sin apenas un respiro, «Tres bodas de más» puede homenajear a «La fiera de mi niña» y a los hermanos Farrelly, como si el vínculo entre la «screwball comedy» y la comedia gamberra fuera más orgánico de lo que buena parte de la crítica ha querido admitir. Es la mayor virtud –la de hacer convivir al clasicismo con los desechos y nostalgias de la contemporaneidad– de una película que, felizmente, se toma la molestia de trabajar los gags sin olvidar la construcción de personajes, que, aunque muy básicos, funcionan como un reloj. Javier Ruiz Caldera ha aprendido bien la lección de Apatow y compañía, y sus referentes –con la espléndida «La boda de mi mejor amiga» a la cabeza, e Imma Cuesta como ejemplar réplica hispánica de Kristen Wiig– respiran a gusto en un filme que, trufado de bromas políticamente incorrectas, nunca se avergüenza de su vocación comercial.

Caldera y sus guionistas exprimen los infinitos microclímax de una situación que cualquier espectador ha vivido, adecúan los banquetes a las exigencias de la historia, dibujan una galería de personajes secundarios bastante memorables –con mención especial a Paco León y Rossy de Palma– y siguen las leyes de la comedia romántica de toda la vida. Si el despertar a la independencia emocional de esta patosa científica, experta en langostas y en dejarse humillar por los hombres, está predestinado a gustar es porque, hablemos claro, es tremendamente divertido.