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Feria de Bilbao

Y de pronto nos sorprendió el toreo

Ureña, Urdiales y Escribano cortan una oreja cada uno de muy distinto valor a la corrida de Victorino en las Corridas Generales de Bilbao

El matador Diego Urdiales realiza un pase de pecho a su segundo toro larazon

Ureña, Urdiales y Escribano cortan una oreja cada uno de muy distinto valor a la corrida de Victorino en las Corridas Generales de Bilbao

Bilbao. Quinta de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Victorino Martín, bien presentados en conjunto. El 1º, peligroso e imposible; el 2º, justo de poder y fuerza, con ritmo; el 3º, va y viene sosote; el 4º, movilidad y desigual en el ritmo; el 5º, noble, con mucho temple y gran toro; el 6º, sobrero de Salvador Domecq, complicado y deslucido. Media entrada.

Diego Urdiales, de azul y oro, estocada caída (palmas); pinchazo, estocada, aviso (oreja).

Manuel Escribano, de berenjena y oro, dos pinchazos, estocada corta, aviso, descabello (saludos); buena estocada (oreja con dos vueltas al ruedo).

Paco Ureña, de caña y oro, estocada buena (oreja); pinchazo, tres descabellos (silencio).

Ocurrió. ¡Qué cosas! casi por excepcional nos dejó boquiabiertos. Saboreando lo ocurrido. Ya de salida con el capote. Meció las embestidas del toro a la verónica y la media fue de olé profundo con remate bilbaíno. Hubo quejío. Y todo lo que quieras poner. Urdiales en escena. Fue un soplo de aire fresco, un resplandor de luz en esta tarde plomiza. Ocurrían cosas, ocurrió el toreo. Nos sobrevino poco a poco, lentamente y así nos dio tiempo a deleitarnos. Como no ocurrió como un tren, de esas veces veloces que cuando quieres darte cuenta no sabes qué ha pasado y no te queda nada para llevarte al recuerdo ni tan siquiera a la tertulia del bar de enfrente. En esta ocasión fuimos partícipes de todo, porque “Botijero” y Diego se fueron contando su historia. Midiéndose, cómplices ambas partes, esto es Bilbao y los dos nos jugamos la reputación. Y “Botijero” tuvo un torero hecho, con cuajo, con una versatilidad dentro de su tauromaquia tremenda para inventarse y reinventarse dentro de un mismo pase con la estructura del clasicismo. Vertical, la suerte cargada y, ¡atención! milagro sin que la pierna de salida encuentre un punto de fuga por donde se pierde la propia esencia del toreo (casi como cada tarde hasta estar a punto de convencernos de que eso es el toreo, pero no). Y con esa naturalidad, la de Diego, qué difícil, caminamos de la mano de Urdiales, deleitándonos de los valores tradicionales del toreo adaptándolos a la movilidad del toro, que la tuvo toda, y también lo irregular de su viaje, largo una vez, quedándose a la media vuelta otra. Se entendieron. Se quisieron. Nos lo contaron. Bilbao lo supo ver. Personalidad tuvo la faena. Sin huracanes de aquí y de allá. Torería. Y un natural ya en última instancia, resuelta la faena, de insultante belleza. Un pinchazo precedió a la estocada. Hablar de premios resulta banal. Sudores fríos tuvo que padecer con su primero que era de los que querían carne fresca de principio a fin. Valor sereno del torero. Ay Urdiales, en esta temporada gris, ¿dónde te habían metido?

Doble trofeo se le pidió a Manuel Escribano con el quinto. Hubo algo que fue absolutamente perfecto: la estocada. En todo. La ejecución, el lugar en el que cayó la espada e incluso la lentitud con la que llevó a cabo la suerte. Al más allá envió así a “Mecatero” que fue toro de Victorino Martín que recordaremos y lo haremos por su nobleza, entrega y un ritmo brutal. Para hacer el toreo bueno. El que hace crujir las plazas por los cimientos. Manuel Escribano se fue a recibirlo a la puerta de toriles con el cargador de valor a tope y se jugó el tipo en banderillas a riesgo de quedar cual pincho moruno por centímetros. Aterra la escena, no sé hasta qué punto necesaria. Cuando llegó el momento del encuentro, el toro era divino. Hubo entonces comunión en una faena de mucho temple y ligazón que conquistó al público.

Tuvo también buen ritmo en las telas el segundo aunque las fuerzas más que justas. Al paso tomaba el engaño de Escribano, que sacó un natural muy compactado y el resto de faena se le fue en busca del dorado, en busca del toreo de esa magnitud. Se le cruzó la espada después.

El camino recto, el de verdad tomó Paco Ureña con el tercero. Tan recto y tan de verdad que se cobró una estocada tremenda, en la misma yema y de rápido efecto. La estocada por sí misma valía el premio. Y lo valió. Paseó el torero murciano un trofeo. Atrás dejaba el diestro una faena entusiasta, voluntariosa con un victorino que iba y venía, sin grandes tormentos ni alegrías. El sexto fue un sobrero de Salvador Domecq con más problemas que la mayoría de los Victorinos. Qué cosas, como que ver torear como hoy (o ayer) sea casi una excepción en la rutina de las ferias. Tres trofeos entregó ayer el presidente. Cada uno de un planeta distinto. Lo que no queda en los números (orejas) y nos conmueve es lo que mantiene vivo esto.