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Feria de Bilbao

Roca Rey: intratable

El peruano corta dos orejas al sexto de la tarde y abre la Puerta Grande de la plaza de toros de Bilbao

Roca Rey sale por la Puerta Grande en Bilbao / EFE larazon

Roca insulta, agrede, acosa, es un bestia, un monstruo, todo ello traducido a códigos taurómacos capaces de convertir el toreo, reconvertirse, ilusionar y crearlo cuando estaba todo por perdido. Cuando otra mansada más nos estrangulaba y andábamos a punto de lanzar un SOS sin consuelo. Y ahí estaba él. Pasados por poco los 20, en mitad del ruedo, en mitad de la nada, con el capote por la espalda y multiplicando el riesgo al jugar, justo antes de la llegada del toro al cuerpo, con el viaje del toro, ahora por aquí o por allá, sin importar la inercia ni los puñales de acero. Todo en un órdago a un más difícil todavía. Juega Roca, con el toro, con las emociones del público, con lo que a la mayoría nos asusta, incluso nos hace volver la cara. Juega. Y se divierte. Y entre tanto hace el toreo. Y cada día más denso de matices. Vinieron unos estatuarios de terrenos infranqueables a ese sexto. Saben en el Perú que él no va a rectificar, pero el toro había desistido a su enigmática condición de bravo casi ya al empezar. Y miró a tablas y se fue derecho. Tan manso y rajado como tantos, para qué hablar. A ese sexto, que ya se las veía felices en tablas no le quedó otra que embestir. Una demoledora verdad le aplicó Roca para obligarle a ello. La verdad del cite, de la colocación, de echarle los vuelos, de dejárselos muertos cuando el toro se quiere ir y presentárselos otra vez en medio de su huida. Acosándole. Sin más alternativa que ser cómplice de su triunfo en Bilbao con una embestida humillada y vibrante. Aquí y allá buscó toro Roca siempre como el adicto la droga. Y encontró. Y montó faena. Mágica por ser casi de la nada, por esa sensación de dominio, de llenar la escena, de controlar una situación casi caída en desidia. Remontó la faena. Y la tarde. Se perfiló en la suerte suprema y pinchó arriba antes de meter la estocada de rápido efecto. En el camino de la rectitud había ido la suerte. Y la faena. Se pidió el premio y Matías, el presidente, sin pensárselo, soltó las dos. Agua para el sediento. Pronto y en la mano había querido tenerlo con el tercero, que tuvo buena condición, por abajo, pero desistió sin vuelta atrás y se rajó. No perdió nunca la cualidad de humillar ni Roca de arrear. Intratable torero.

Esa faena al sexto fue un fogonazo que arrasó todo. Nos quedaron cenizas mentales para reconstruirnos. De ahí sacamos los matices que tuvo la faena de Castella al primero, que se estrellaba en el peto, porque no era capaz de hacer pelea de bravo por abajo. Luego tuvo movilidad y repetición en esas medias arrancadas en las que el francés quiso igualar las muchas desigualdades del toro. El quinto manseó sin sonrojo. José Garrido sustituía a Cayetano. Se fue a portagayola con el segundo y justo en la larga el toro se descordó e imagen lamentable. Esas cosas que nadie quiere y menos después de ese esfuerzo. El sobrero de Encinagrande se empeñó en mantener el guión de manso y Garrido se esmeró con un quinto de noble y media arrancada, con el que se pegó un arrimón tremendo. Luego llegó un huracán, llamado Roca Rey y arrasó todo.

Bilbao. Séptima de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Victoriano del Río y Toros de Cortés, 1º y 4º, desiguales de presentación. 1º, repetidor y de desigual ritmo; 2º, sobrero de Encinagrande, rajado y manso; 3º, de buena calidad pero sin duración; 4º, rajado y manso; 5º, a la espera, de media arrancada y noble; 6º, manso, rajado, pero embiste por abajo con humillación. Dos tercios de entrada.

Sebastián Castella, de azul marino y oro, pinchazo, aviso, estocada trasera (saludos); estocada desprendida (silencio)

José Garrido, de verde botella y oro, estocada baja (silencio); media baja, aviso (saludos).

Roca Rey, de blanco y plata, media, descabello (saludos); pinchazo, aviso, estocada (dos orejas).