Feria de Bilbao
Paulita, un «renacido» con personalidad propia
El maño vuelve a aprovechar su oportunidad en Valdemorillo; esperanzador Martín Escudero
Valdemorillo (Madrid). Segunda de la Feria de la Candelaria. Se lidiaron toros de Monte La Ermita, de buena, aunque desigual, presentación. El 1º, manejable; el 2º y el 5º, con bondad y movilidad, pero sin entrega; el 3º, noble y con clase; el 4º, bravo toro, con codicia y a más en el último tercio; y el 6º, sin humillar, nunca se empleó ni descolgó. Tres cuartos de entrada.
Paulita, de grana y oro, estocada (saludos); y estocada ligeramente desprendida (dos orejas).
Víctor Barrio, de marino y oro, media, aviso, tres descabellos (saludos); y pinchazo, estocada baja (oreja).
Martín Escudero, de marino y oro, pinchazo, estocada baja, aviso (oreja); y dos pinchazos, estocada casi entera (saludos).
De vuelta a la vereda en los albores de una nueva temporada, con ese perenne punto de partida que es siempre Valdemorillo, Luis Antonio Gaspar «Paulita» demostró ayer una vez más, que como si de la oscarizada historia del renacido trampero Hugh Glass se tratara, sabe relanzar su carrera cual ave fénix en esta Feria de la Candelaria. Faena con personalidad de dos orejas para el maño y esperanzador toque de atención de Martín Escudero, que gustó y deja muchas ganas de volver a verle anunciado con un notable encierro que ofreció posibilidades. Serio y con cuajo, el cuarto de Monte La Ermita –herrados todos con el pial de Carmen Segovia–, fue un gran toro, que sacó su fondo de bravura en el último tercio de una faena que creció exponencialmente en su tramo final. Paulita se rompió a torearlo, muy entregado, llevando siempre cosidas las embestidas. Más y mejores, los derechazos. Le dejó la muleta muy puesta y tiró de la res, que tuvo bastante profundidad, para engancharlo una y otra vez. Todo con mucha transmisión y emoción. El final, ligando en un palmo de terreno en redondo, vibrante. Poderoso. Los tendidos rugieron. Se volcó sobre el ensortijado morrillo y hundió el acero con efecto fulminante.
Antes, con dos largas cambiadas y un templado saludo a la verónica, meciendo con suavidad el percal, rompió plaza con un enrazado primero, que derribó en el encuentro con el caballo y tomó con transmisión la muleta del aragonés. Algo descompuesto y brusco, pero por abajo y con clase, tuvo emoción, mientras duró. Lástima que apenas nos diera para tres series. Paulita hizo un esfuerzo y dio la cara en una faena en la que sobresalieron dos tandas de derechazos, especialmente la segunda, rotunda, maciza y de mano baja. A izquierdas, no hubo tanto acople, pero se vio al diestro más relajado y dejando algunas pinceladas de mucho sabor con un animal al que ya siempre tenía que provocar la arrancada. Saludó una ovación tras una buena estocada.
Se hizo presente Martín Escudero con un ajustado quite por saltilleras en el tercero, buen toro, a pesar de sus feas hechuras. Tuvo fondo y nobleza en las manos de un matador joven, de reciente alternativa, al que se le apreció sin embargo una versión muy mejorada. Convencido, seguro de sí mismo, menos encorsetado y añadiendo esperanzadores detalles a ese concepto valeroso y de quietud ya conocido. Bien en los toques, hubo temple y reunión en todo el trasteo, del que destacaron dos tandas. Una por cada pitón. Lo mejor, tres naturales muy largos, de ensueño, y el de pecho de pitón a rabo. Pese al pinchazo inicial, oreja de ley.
Corroboró esa nueva imagen con el sexto, un galán muy serio por delante, que no concedió ni una sola embestida, a arreones, por abajo. La cara siempre por las nubes, mostrando sus dos puñales, mirando y midiendo al madrileño constantemente. Para apostar y estar muy de verdad. Sin titubeos. Tuvo la Puerta Grande en las manos, pero marró con la tizona.
Poco pudo hacer Víctor Barrio con el segundo, bajo y engatillado, muy bien hecho, que tuvo movilidad y humilló pero no tuvo demasiada transmisión. El segoviano fue acortando las distancias y se le vio cómodo entre los pitones, pero fue una labor que apenas tuvo calado en los tendidos por la irregular condición de su oponente. Volvió a repetir en esas cercanías con el acapachado y manejable quinto. Logró robarle una oreja como premio a una labor tesonera, en la que porfió con un animal que tomaba la pañosa una y otra vez, con movilidad, pero sin entrega alguna. Terminó de calentar a los tendidos con unas ceñidas bernadinas y paseó el trofeo en una tarde en la que no hubo resuello para el aburrimiento. Como Paulita, torea poco, pero nunca se aburre. Su afición perdura y él, como el de la película, renace una y otra vez. De Oscar.
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