Sevilla
José María Manzanares: «Mi tauromaquia cambió desde que murió mi padre»
Vive casi seis meses al año recluido en el campo salmantino, a 700 kilómetros de su familia, preparando la temporada. El viernes vuelve a verse las caras con Madrid y atiende en exclusiva a LA RAZÓN a pocos días de la cita en la Monumental de Las Ventas con toros de Victoriano del Río, junto con Sebastián Castella y Cayetano.
Vive casi seis meses al año recluido en el campo salmantino, a 700 kilómetros de su familia, preparando la temporada. El viernes vuelve a verse las caras con Madrid y atiende en exclusiva a LA RAZÓN a pocos días de la cita en la Monumental de Las Ventas con toros de Victoriano del Río, junto con Sebastián Castella y Cayetano.
Se encierra. Aislado. A 700 km de lo que más quiere y más anhela: sus tres hijos y su mujer que viven en Alicante. Durante casi seis meses se alimenta de las videollamadas. Y las visitas furtivas en ambas direcciones con billete de vuelta antes de perder la concentración. En el campo salmantino, en la finca del apoderado Toño Matilla, tiene el cuartel general. Ahí se encierra con parte de la cuadrilla. El invierno es largo, duro y tedioso. De ahí eso de que cuando estás empezando te olvidas, o ni tan siquiera sabes, que «a más triunfos, más sacrificios».
Acaba de venir de casa, y ha hecho el viaje de noche, justo a la vuelta de torear en Nimes. «Dejé a los niños dormidos y me vine». Así tantas veces. Hace unos días que toreó en Madrid, acaba de pasar por la plaza francesa nimeña y el próximo viernes le espera de nuevo San Isidro, donde compartirá cartel con Castella y Cayetano para torear la corrida de Victoriano del Río. A pesar de que son las once de la mañana, la casa está a oscuras, sobre la mesa un refresco con mucho hielo y el humo de un cigarrillo. De entrada, impone. Es como si dentro de esa casa se condensara el miedo, la tensión, la responsabilidad y la soledad de esta gente durante todo el invierno. A pesar de que es primavera, llueve y hace frío. «Imagínate cómo son aquí los inviernos», dice, mientras se pone el abrigo y nos aventuramos bajo la lluvia. Le queda casi una semana por delante antes de afrontar de nuevo Madrid. Las Ventas, esa plaza que siempre va escrita en mayúscula cuando hablamos de las emociones. Y hay muchas. Como los toros. Aquel vestido, con el que pasó a la historia en la faena a «Dalia» es el primero que nos recibe al entrar a la casa: «Se lo regalé a mi apoderado. Mira cómo está la hombrera de destrozada de la salida a hombros...». Hubo un antes y un después en aquella faena y aquella tarde. «Toreé como le hubiera gustado a mi padre, como él quería, esa tarde significó muchas cosas», recuerda. Nos adentramos en el salón de la finca para hablar largo y tendido. Josemari encadena los cigarros y los pensamientos. Reposado. Maduro. Inquieto. Madrid en el infinito. Y ese infinito acercándose. De manera trepidante. Hasta estallar entre los recuerdos y un presente inminente.
–¿Compensa tanto sacrificio?
–Cuando empezaba no era tan duro, porque no tenía a mis niños. Ellos lo cambian todo. Pero así lo viví yo con mi padre.
–¿Cómo lo recuerda?
–Yo viví feliz. Le echábamos muchísimo de menos y cada vez que venía era una fiesta. Y luego con cuatro o cinco añitos empecé a viajar con él en las vacaciones. Y con José Mari, que es el más mayor, ya quiero empezar a hacerlo.
–¿Le gusta que vayan a verle?
–Sí, aunque sí me preocupa que no me coja para que no sufran.
–En la cima del toreo, ¿también se tienen inseguridades?
–Cada año es peor. Esa es una frase que decía mi padre y yo pensaba cómo va a ser peor si cada vez sabes más y estás más asentado... Y él me decía, ya te darás cuenta.. Y tenía toda la razón, porque la exigencia es mayor, también la tuya propia, porque buscas la perfección... Ahora cada tarde es un juicio y cada vez más exigente. Y gestionar todo eso que esperan de ti es complicado.
–¿Es importante la estabilidad emocional delante del toro?
–Crucial. Tú no vas a jugarte la vida igual teniendo una vida en paz y feliz que teniendo problemas. Hay días que estando todo perfecto no eres capaz de trasmitir. Trasmitir por tus emociones y no por el miedo. El miedo que un aficionado puede ver entre un toro y un torero no tiene nada que ver con la emoción que produce un torero cuando estremece por la transmisión artística. Para mí eso es lo más difícil.
–¿Y esa capacidad se tiene a punto todos los días?
–No. Y si se finge la gente se olvida de lo que ha visto en cuanto acaba la corrida. –Una faena de la intensidad de «Dalia» en Madrid, ¿cómo pasa por el cuerpo?
–Te pasa con mucha intensidad y a la vez como si no estuvieras. Ese día me sentí tan dentro de mí que fue como si no estuviera, sobre todo por esa conexión entre toro y torero.
–¿Y el público?
–Sí. Esa tarde lo hubo todo, pero casi nunca estoy pendiente del público, porque te aleja de lo verdadero y te acerca a lo fácil para intentar agradar.
–¿Cuántas tardes le ha vuelto a pasar por la cabeza sentado en este sofá?
–Muchas. Y sobre todo corriendo, entrenando de salón y los días que estoy de bajón pienso en aquella tarde.
–¿Cómo es esa resaca emocional?
–Brutal. Esa felicidad me duró casi un mes. Todos los días, sobre todo por las noches, me quedaba solo y empezaba a recordar y tenía las emociones del momento. Ha sido la faena que más me han durado las emociones.
–¿Un antes y un después?
–Otras faenas me han gustado mucho, pero esa cambió un poco todo, porque mi tauromaquia cambió desde que murió mi padre. Intenté mejorar muchas cosas, que él me decía que mejorará y el año que faltó, en el invierno de 2014, dediqué mucho tiempo a ese tipo de cosas. «Dalia» fue en 2016 y estaba en ese proceso de cambio, en el toreo todo es muy lento y me vi como mi padre y mi abuelo querían que fuese toreando, más asentado, más natural y con más profundidad. Quizá fue la más especial, por los sentimientos y porque hacía poco que se había ido mi padre.
–Con el paso del tiempo, se va sumando también percances. ¿En qué momento se encuentra?
–Lo que más me molesta es la espalda, la mano ya estoy acostumbrado. He pasado trece operaciones y tengo movilidad reducida. Pero la espalda lo sufro mucho. Llevo dos operaciones en la zona lumbar y una en la cervical.
–Y con suerte que se lo vieron a tiempo.
–Sí, tenía el disco fuera de su sitio y me desplazaba la médula. Por eso fue la urgencia de la operación, cualquier golpe me hubiera dejado una paraplejía.
–¿Derivado de cogidas?
–El doctor piensa que sí. Hago memoria y pienso en un tentadero donde Victoriano que me cogió una vaca tres veces... Bueno y luego te salen otras más. Son muchas.
–¿Le sigue molestando?
–Sí, pero ahora de una manera normal, lo que pasa es que al torear amortiguas mucho con las lumbares.
–¿Cuántas operaciones lleva?
–La cornada, las trece de la mano, dos de la espalda, una de las cervicales... unas diecinueve... Pocas cornadas, pero muchas intervenciones.
–¿Le asusta que le pase factura en un futuro?
–No, pero cuando acabo de torear tengo dolores y tengo 36 años.
–¿Qué no soporta hacer el día que torea?
–Estar con personas que me pongan nervioso.
–¿Y quién le pone nervioso?
–Estar con personas que no conozca bien, bien, bien...
–Un entorno de mucha confianza a la fuerza entonces.
–Ya me conocen y si no hablo no pasa nada.
–¿Le cambia mucho el carácter?
–No, no... Me pongo más serio y callado, más el día de antes y el mismo día. Me da por tumbarme, sobre todo en los sitios importantes... Me suelo meter en la cama y taparme hasta arriba o me voy al sofá con una manta y solo se me ven los ojos y ahí estoy con mi gente que me hace compañía.
–Pero, ¿no solo?
–No no, tampoco puedo estar solo. Entonces tengo que estar con ellos, sin yo hablar, pero sentir que están ahí... Y ahí me quedo y que no me hablen (se ríe)... Los pobres... Las primeras veces decían «nos vamos»... Y yo les decía «no, no quedaos». ¡Hasta que lo han entendido!
–¿Qué quiere que pase el viernes?
–Lo que más deseo es que haya buena vibra, el público no siempre es igual, que haya buena energía.
–¿Es supersticioso?
–Estoy quitándome. Mi padre lo era muchísimo, yo heredé todo y estoy intentando quitarme cosas, porque es horroroso.
–¿Pasa Madrid y cambia la perspectiva de la temporada?
–Hasta que llega Bilbao hay un descanso mental.
–¿A qué tiene miedo?
–A dejar de disfrutar o tener ilusión.
–¿Le ha pasado?
–En algunas tardes. Pero cuando llegue de verdad es mejor no torear.
–¿Asusta afrontar una retirada?
–No, yo creo que se puede disfrutar del toreo de una manera más relajada, aunque es verdad que luego la vida te parece sosa, es muy aburrida. Yo disfruto con mis niños y con mi familia... Pero no hay nada con esa intensidad. Espero que en ese momento estén mis niños... No sé.
Yo creo que para torear necesito estar muy bien físicamente, entonces supongo que cuando no lo sienta así me daré vergüenza. O no sé si esa percepción cambia y cambias esa exigencia por estar a gusto delante del toro. Y fue una de esas cosas que no le pude preguntar a mi padre antes de que se fuera.
–Ahora que ha pasado el tiempo. ¿Se van cumpliendo cosas que le dijo su padre?
–Todo lo que me ha dicho se ha cumplido. Las peleas que teníamos de cuando no le hacía caso y por qué no le hacía caso. Siempre ha tenido razón en todo lo que me ha dicho, en unas cosas más y en otras menos, pero sí. Él ha sido muy sabio y ha sabido canalizarme muchas experiencias, que eso ha sido muy positivo. El punto negativo ha sido la exigencia y las comparaciones, pero he tenido lo bueno que es el mejor mentor, aunque en su día yo no pudiera hacerle caso por joven, luego te das cuentas de muchas cosas.
–¿Se ha sentido muy comparado?
–Ahora no. Pero al principio era un calvario y lo pasaba fatal. Te estoy hablando de novillero y los primeros años de matador. Hasta que tú no logras que la gente te vea como un torero aparte, no como el hijo de Manzanares, se pasa mal. Te exigen mucho por ver cómo es el hijo de Manzanares. La parte fácil es que al principio vas a torear, pero tienes el doble filo de que te miran con lupa desde que apareces en el patio de cuadrillas hasta que te vas, como eres el hijo de Manzanares, automáticamente el que te ve se acuerda de tu padre con todos esos años y figurón del toreo y tú estás recién llegado. Es una comparación muy injusta y natural. Nunca voy a ser mi padre ni voy a conseguirlo. Y entonces viene la decepción. Y así un día y otro. Hasta que llega la aceptación o el rechazo y entonces tú ya puedes empezar a sacar tu toreo.
–¿Cómo es en ese tiempo la relación con su padre?
–Él me conoce mejor que yo. Había desencuentros, porque yo no le hacía caso.
–¿Rebeldía?
–Lo que pasa entre padres e hijos. Que el padre lo sabe todo y no quiere que el hijo cometa los mismo errores. Y los hijos nos creemos los más listos del mundo y no queremos que nos den la tabarra y él tenía ese carácter tan especial y cómo yo no le iba a hacer caso. Pero tú no aprendes con los errores de los demás. Es necesario equivocarte muchas veces.
–¿Se parece a él?
–No, él era más especial que yo. Yo soy muy cariñoso y alegre, con mi gente eh, pero él tenía una cosa entre misteriosa y... no sé... Estaba sentado ahí y no podías dejar de mirarle. Era su forma de hablar, de moverse. Era alguien que lo captaba todo. Brutal.
–¿Le ha quedado algo por preguntarle?
–Muchas cosas. Era muy gracioso. Yo le decía, papá me pasa esto. Y él me decía, no te preocupes hijo esto es por esto, esto y esto y se soluciona con esto. Como era muy obsesivo consigo mismo, intentaba siempre comprender qué le había pasado y cuál era la manera de solucionarlo.
–¿Cree que hay futuro?
–Depende de los jóvenes. Aguantar arriba es un nivel de sacrificio tremendo. A mí ahora mismo me gustaría estar con mis niños y no puedo. Cuando estás empezando te olvidas de que a más triunfos más sacrificios. Si te relajas, tienes que sacrificarte cinco veces más para seguir mejorando.
–¿Qué papel juega el dinero en esta historia?
–Llega un momento en tu carrera que toreas si vas a gusto.
–¿Sabe por cuánto se juega la vida?
–Hoy en día no. No me gusta hablar de esas cosas ni estar pendiente. Tengo a mi equipo de confianza, que llevan muchos años conmigo, Coque y Toño, saben cómo voy a gusto a los sitios y eso lo que a día de hoy me merece la pena.
–Cuando se tiene todo, ¿por qué se torea?
–Por amor.
–¿Y no hay miedo a perderlo?
–Sí, y sigo yendo a Madrid, Sevilla, Bilbao... Pero es una cuestión de amor propio y responsabilidad. No lo sería en caso contrario. Además, lo que se siente en esas plazas no se siente en otras. Es una putada, se pasa fatal, te quieres morir, se sufre muchísimo, pues sí, pero qué sería el toreo sin Sevilla, Madrid, Bilbao, Nimes...
–¿Lo pasa hoy peor que hace diez años?
–Mil veces peor, porque ahora soy consciente de todo.
–¿Es usted animalista?
–Amo a los animales y, sí, me siento animalista. El día después de torear en Madrid murió mi perrita y esta semana estoy fatal. En mi casa duermo con mi mujer y tres perros. Me gusta tener animales, porque dan cosas buenas. Son cosas muy distintas que te gusten las corridas de toros o no y que seas animalista, pero para saberlo tienes que saber de lo que hablas y estar liberado de prejuicios.
–¿Está de moda ser antitaurino?
–Creo que la moda está pasando o igual soy yo el que paso. Pero no noto ese ataque tanto. En el mundo del toro todo el mundo se cree con el derecho de juzgarnos sin saber. Hay gente, incluso políticos, que han seguido ese camino. Demuestran ignorancia y eso tiene poco valor.
–¿Cree en la igualdad entre el hombre y la mujer?
–Nuestro mundo ha sido machista antiguamente, pero creo que es más culpa de la sociedad en general que de nuestro gremio. Creo que las mujeres son brillantes, son diferentes al hombre porque tienen otra manera de ser. De hecho, la que consigue mi estabilidad es mi mujer y antes lo fue mi madre. Yo no estaría aquí si no fuera por ellas. Hay profesionales, mujeres, que me han hecho mucho bien. No creo que sea cuestión de hombres o mujeres, sino de personas.
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