Feria de Bilbao
Bilbao y ese preocupante rumbo...
«Lagunero», de Jandilla, el toro de más clase de la feria, y Fandiño maquillan el final de fiesta
«Lagunero», de Jandilla, el toro de más clase de la feria, y Fandiño maquillan el final de fiesta
Bilbao. Última de las Corridas Generales. Se lidiaron toros de Jandilla, bien presentados en general. El 1º, noble y manejable; el 2º, de extraordinaria clase; el 3º, sobrero del mismo hierro, noble pero justo de raza; el 4º, de corta arrancada y pegajoso; el 5º, deslucido; el 6º, buen toro, con mucha vibración y repetidor. Menos de media entrada.
Diego Urdiales, de azul pavo y oro, estocada punto delantera, descabello (saludos); estocada que hace guardia, estocada (saludos).
Iván Fandiño, de verde manzana y oro, media, descabello (vuelta al ruedo); estocada (saludos).
David Mora, de rosa y oro, cuatro pinchazos, estocada, aviso (silencio); pinchazo, estocada, aviso (saludos).
Nos íbamos de Bilbao con más dudas de las que vinimos. Hay territorios sagrados, que además alimentan el invierno. Intocables en la memoria ante los recuerdos. Y Bilbao es uno de ellos. De ahí que duela más ver cómo este año Matías, el presidente, rebajó la importancia de plaza tan intensa, que tanto pesa desde esa arena negra que acongoja desde arriba, con dos orejas livianas, las que fueron a parar a Padilla y en menor medida a Adame, cómo igualó sin medida faenas antológicas o, lo que es peor, cómo negó la fuerza arrolladora de un José Garrido, que ha salvado los muebles de las Corridas Generales, a pesar de él. Hubo polémica por el mano a mano improvisado que no debió ser, han embestido pocos toros y menos público en los tendidos. Estábamos ante el final de la edición 2016 y la corrida de Jandilla maquilló el día del adiós con dos toros importantes. Una despedida con el doblete de Urdiales al frente. Y ver al riojano, sin trofeos, fue una auténtica delicia. El concepto, que tenerlo ya es mucho decir en estos tiempos, y ser fiel a él, ni les cuento. Intentó ayudar a un primero, que era manejable pero duró poco, poquísimo, a pesar de que Urdiales le plantó la faena con lealtad absoluta y pureza en las formas. Medido, asentado y muy torero. La faena del cuarto no fue para las grandes masas pero sí para disfrutarla. Era pegajoso el toro, como si se quisiera quedar siempre en la muleta y corto de arrancada. Tan torero y de verdad que nada de lo que ocurría ahí abajo era en balde.
Iván Fandiño se las vio con un toro de extraordinaria calidad que fue el segundo y llamado «Lagunero». Un ritmo descomunal, de principio a fin, nobleza, entrega y humillación. Toro de gran calado, para recrearse. Un desafío al temple. Fandiño se encontró con el toro en pasajes muy despaciosos, muy a gusto y templado. Y la gente lo disfrutó. El presidente, una tarde más, desatendió la petición del público. El quinto fue un toro descastado y deslucido con el que el torero vasco porfió en una faena seria y asentada.
Mora había pasado con discreción con un tercero de escaso fondo, el sexto fue el toro vibrante y encastado del encierro, y casi de la feria, que se cuentan con los dedos de la mano. Trasmitió mucho y el diestro se acopló en una tanda de derechazos con esa volcánica embestida que no era fácil. Después hubo intermitencias y en el último tramo el toro dejó de rematar el viaje. La espada no fue. Y el triunfo tampoco. La tarde, con contenidos, se iba en balde. Feria extraña esta de 2016. Para meditar en el largo invierno y si puede ser recuperar el rumbo.