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Catolicismo

El Papa negocia la libertad de la Iglesia en Mongolia

Francisco reivindica en sus primeros discursos en el país asiático un acuerdo bilateral para que los católicos puedan vivir su fe y realizar su labor social sin trabas

En su primera jornada de agenda pública en Mongolia, Francisco ha entonado un canto a la libertad religiosa. No solo para elogiar el marco democrático de un joven país que supo lograr su independencia del comunismo sin derramamiento de sangre. En las alocuciones que han pronunciado este sábado, tanto ante las autoridades como ante la minúscula comunidad católica, ha reivindicado la necesidad de que la Iglesia actúe sin trabas en los próximos años. Porque, si Asia es hoy por hoy el continente en el que se multiplican los cristianos y las vocaciones, este país ubicado entre Rusia y China se convierte en una susceptible potencia creyente. Si hace treinta años apenas había una veintena de católicos, hoy son más de 1.500 y ya cuentan con los dos primeros sacerdotes nativos.

Por eso, no resulta baladí que ante el presidente Khürelsükh Ukhnaa, el pontífice argentino solicitara su visto bueno a «un acuerdo bilateral entre Mongolia y la Santa Sede» que permita «alcanzar las condiciones básicas para el desarrollo de las actividades ordinarias en las que está comprometida la Iglesia católica». Entre ellas, además del culto, se encontrarían la educación, la sanidad, la asistencia, la investigación y la promoción cultural.

El encuentro entre el jefe del Estado y el Obispo de Roma ha tenido lugar en una mañana más bien fresquita. Esperando la llegada de Francisco a la plaza Sükbaatar, así nombrada para recordar al héroe revolucionario mongol que declaró en el 1921 la independencia de Mongolia de China, un vistoso destacamento del ejército mongol con uniformes históricos ha tomado posiciones en la plaza delante del enorme monumento dedicado a Gengis Kahn y otros héroes nacionales.

Puntuales, han ido tomando posiciones el presidente de Mongolia, los miembros del Gobierno y el séquito papal. A las nueve en punto se ha avistado al Papa a bordo de un coche de alto nivel. Se han sucedido la interpretación de los himnos nacionales, el homenaje a las banderas, el desfile de la guardia de honor y la presentación de las delegaciones. A continuación, Francisco y Ukhnaa han salido hasta la base del monumento a Gengis Kahn y desde allí han saludado a la pequeña multitud que se había reunido en la plaza.

Después de una visita de cortesía del Papa al primer mandatario mongol, que iba vestido con una ritual túnica de gala, ambos se han dirigido a la sala Gran Mongol donde ha tenido lugar el intercambio de discursos. El presidente ha glosado los diversos momentos a través de los siglos, de las relaciones entre el Gran Imperio Mongol y la Sede apostólica, concluyendo que la visita de Francisco constituía «una nueva página en la historia de nuestras naciones y dará una contribución excepcional al estrechamiento de nuestras relaciones y cooperación».

De puntillas

Francisco, por su parte, ha sido muy generoso en el que fue su primer discurso a la nación, calificándola de «fascinante» y «majestuosa». «Aquí estoy –dijo, hablando en italiano– a la puerta, peregrino de la amistad, llegando de puntillas y con el corazón alegre, deseoso de enriquecerme humanamente con vuestra presencia». El pontífice ha armado su reflexión en torno a las ger, las viviendas nómadas tradicionales de la región.

El Papa ha encumbrado al pueblo mongol como un ejemplo de convivencia y respeto, en tanto que «desde la antigüedad hasta el presente ha sabido custodiar las propias raíces, abriéndose, especialmente en los últimos decenios, a los grandes desafíos globales del desarrollo». El Obispo de Roma ha apreciado tanto su «activa adhesión» a las Naciones Unidas, su compromiso por los derechos humanos y por la paz, así como su rechazo a la pena de muerte y su «determinación a detener la proliferación nuclear y a presentarse al mundo como un país sin armas nucleares».

A renglón seguido, y con la mirada puesta en sus vecinos en plena crisis con Ucrania, el Papa ha recordado este sábado que «Mongolia no es sólo una nación democrática que lleva adelante una política exterior pacífica, sino que se propone realizar un papel importante para la paz mundial». Fue entonces cuando Jorge Mario Bergoglio ha incidido en la defensa de la libertad religiosa en la Constitución aprobada hace tres décadas, que fue capaz de superar «la ideología atea que se creía obligada a extirpar el sentimiento religioso, considerándolo un freno al desarrollo».

«Las religiones, cuando se inspiran en su patrimonio espiritual original y no son corrompidas por desviaciones sectarias, son a todos los efectos soportes fiables para la construcción de sociedades sanas y prósperas», ha defendido el Papa en Mongolia. En este sentido, Francisco ha sacado pecho de la labor de la Iglesia en el país «en espíritu de servicio responsable y fraterno». Y es ahí cuando solicitó a las autoridades que los católicos «no tengan dificultad para poder ofrecer siempre a Mongolia su contribución humana y espiritual, en beneficio de este pueblo».

Esta misma defensa de la labor eclesial en la nación de la estepa asiática estuvo presente en el mensaje que ha compartido con los con los obispos, sacerdotes, misioneros, consagrados, consagradas y agentes pastorales en la catedral de San Pedro y San Pablo. A los cristianos mongoles les ha invitado a no «difundir un pensamiento político», sino a «testimoniar con la vida».

En una referencia que iba dirigida a los responsables políticos, el Sumo Pontífice ha expuesto que «los gobiernos y las instituciones seculares no tienen nada que temer de la acción evangelizadora de la Iglesia, porque no tiene ninguna agenda política que sacar adelante». Y ha rematado con otro aviso a navegantes: «El Evangelio no crece con el proselitismo, el Evangelio crece con el testimonio». A la par, el Papa ha hecho hincapié en que «la Iglesia se presenta ante el mundo como una voz solidaria con todos los pobres y los necesitados, no calla ante las injusticias y se compromete con mansedumbre a promover la dignidad de cada ser humano».