Educación
Michaela, el triunfo de una escuela a la vieja usanza
El éxito de este centro educativo londinense, conocido como uno de los más estrictos del país, se basa en lemas como «sé amable y trabaja duro»
Michaela Community School es una escuela londinense de educación secundaria que está rompiendo moldes. Se fundó en 2014 como Free School, una figura jurídica que permite estar sostenida con fondos públicos y a la vez tener la libertad para desarrollar un currículo y unos métodos de enseñanza propios. Michaela apuesta decididamente por una instrucción meticulosa y razonada donde destaca la atención de los estudiantes en clases intensas. Uno de sus lemas es «conocimiento es poder».
Michaela valora la tenacidad y la perseverancia sobre la base de un clima de respeto y gratitud: «Trabaja duro y sé amable». Es conocida como la escuela más estricta de Gran Bretaña. Para muchos de sus detractores, que los tiene y en abundancia, esta calificación es un estigma. Pero las reglas en Michaela son claras y deben ser cumplidas; en caso contrario existe un conjunto de consecuencias conocidas por todos. Sin embargo, la escuela, en su defensa, señala que los estudiantes se sienten orgullosos y empoderados. Familias y estudiantes, en gran mayoría de origen humilde, saben que se han enrolado en una apuesta pedagógica que es para ellos un auténtico ascensor social. De hecho, los datos señalan que sus alumnos ingresan en las mejores universidades británicas.
Disciplina y aprendizaje
Michaela apuesta por la transmisión del conocimiento y proporciona las condiciones y las expectativas para que cada alumno despliegue todas sus capacidades. Michaela aspira a recuperar elementos de las escuelas clásicas. «Sin una excelente disciplina, el aprendizaje no puede tener lugar», afirma Katherine Birbalsingh, su directora e impulsora. Ahora bien, la disciplina tiene dos caras. ¿Estamos ante una regulación exterior de los estudiantes que se impone por refuerzo y castigo? O bien ¿estamos ante una auto-regulación orgullosamente aceptada pues ofrece la posibilidad a los estudiantes de pertenecer a un proyecto entusiasmante que les va a conducir a cada uno hasta su propia excelencia? ¿La autoridad del profesor es ganada dado su prestigio docente y personal (auctoritas)? O más bien ¿es una autoridad impuesta en función de las reglas pactadas (potestas)?
El debate está servido; no es extraño que la escuela reciba miles de visitas al año de expertos y curiosos interesados en conocer ese fenómeno. Los profesores imparten las asignaturas a través de la instrucción directa: explican, argumentan y dirigen el trabajo (que es frecuentemente individual). El trabajo colaborativo y el aprendizaje por proyecto no son la norma, ni mucho menos. Ni un atisbo del profesor facilitador que ha puesto en manos de sus alumnos la elección de los contenidos o les ha confiado la construcción de su propio aprendizaje.
Ni la Nueva Pedagogía, ni muchas metodologías educativas novedosas calan en esta escuela. El aprendizaje de los contenidos de memoria no es rechazado sino fomentado. Y también es promovida la contante práctica de la lectura, la escritura, y la intervención oral. Ahí cabe aprenderse poemas de memoria y a su vez la lectura atenta de varias obras de Shakespeare y otros clásicos. En esa dirección cobra importancia la práctica de una esmerada escritura de ensayos reflexivos sobre los contenidos aprendidos. Este estudio concienzudo coincide con el cultivo del silencio y con un clima escolar lleno de urbanidad. El trato de los alumnos entre ellos y hacia el profesor debe estar cargado de respeto.
En Michaela, nadie queda atrás. Se acepta que existen distintos ritmos de aprendizaje, pero aquellos que avanzan más lentamente nunca son arrinconados sino aupados con la misma calidad y dedicación de los profesores en comparación con los estudiantes que avanzan sin problemas.
Una de las bases de esta escuela es lo que podríamos llamar pacto familiar. Las familias se comprometen a acompañar la tarea de la escuela reflejando en casa el estilo Michaela. Y la escuela proporciona a los estudiantes una Cultura, con mayúscula, que por lo menos debe ser respetada por los padres. Pero también importa la cultura de una vida laboriosa, detallista, aplicada y también llena de gratitud.
En esta dirección la escuela se compromete a formar a los estudiantes en el cumplimiento de las normas que incluye las tareas que deberían aplicarse también en familia. Este cultivo de las normas familiares de convivencia se ve reflejado en la comida escolar al que denomina almuerzo familiar. No hay barra de autoservicio, sino que los estudiantes de Michaela se sirven unos a otro en mesas de seis para reproducir el clima del hogar. Son mesas que siempre cuentan con un invitado adulto que espolea para que los temas de conversación sean bastante académicos y relacionados con los contenidos aprendidos esa jornada. Y de la misma forma que se sirven los platos luego se limpia la mesa.
Gratitud y sencillez
En general, en la vida escolar, la gratitud, la sencillez en el trato, y el buen humor son las constantes. Quienes conocen Michaela por dentro señalan que es así. Los estudiantes sonríen, esa es la realidad.
En Michaela, se cursa la educación secundaria (11 a 19 años). El colegio está situado en un barrio humilde de Londres (Wembley), por lo que cuenta con un alumnado frecuentemente no blanco y formado por los hijos de familias migrantes de minorías étnicas de segunda, tercera o cuarta generación.
Pero la insistencia en un identitarismo racial está ausente. Michaela transciende la batalla cultural: el centro no hace militancia política, apuesta por el conocimiento y la cultura.
Consecuentemente la primera pregunta que nos asalta es ¿cómo son las calificaciones de este singular centro escolar? Los informes emitidos por la inspección educativa británica (Ofsted) en 2023 consideran que Michaela Community School es una escuela excepcional y ejemplar en todos los parámetros.
Ignasi de Bofarull es subdirector de posgrado en Educación Clásica y Humanidades, Fundación CLE