Salud
La menopausia sale del armario, ¿es una buena noticia para las mujeres?
En los últimos tiempos parece que no se habla de otra cosa
La palabra «menopausia» es de origen griego y significa, nada más, «cese de la menstruación». Eso en el sentido literal. En el imaginario colectivo la carga de esta etapa natural de la mujer se ha traducido de otras maneras, todas ellas negativas. Falta de deseo, sequedad generalizada, sofocos, osteoporosis, insomnio, mal humor... Como dicen los americanos, «you name it». La asociación de la interrupción de la regla con las siete plagas de Egipto es relativamente reciente. Fue a finales de la década de los 60 del siglo pasado cuando el ginecólogo canadiense Robert Wilson escribió «Feminine Forever», un libro en el que describía la menopausia como una enfermedad «hormonodeficiente» que se podía curar y tratar con el consiguiente aplauso, imaginamos, de la industria farmacéutica, siempre tan presta a fabricar lo que haga falta.
Las décadas que siguieron a esa patologización fueron unas en las que la «enfermedad» se sufría en silencio y casi con vergüenza por lo que implicaba. Sin embargo, de un tiempo a esta parte, digamos, en los últimos siete u ocho años, la menopausia ha salido del armario a lo grande. Se habla de ella en todas partes. Instagram está plagado de consejos, las estrellas de cine se confiesan sin tapujos y la industria farmacéutica se ha vuelto a remangar a ver qué nos puede vender. Esta visibilidad, en principio bienvenida, puede ser un arma de doble filo. Para entender mejor el fenómeno hemos preguntado a dos autoras de sendos libros muy esclarecedores.
Anna Freixas (Barcelona, 1946) acaba de reeditar en Capitán Swing «Nuestra menopausia. Una versión no oficial», publicado por Paidós en 2007. Lo primero que dice esta psicóloga y profesora de Universidad jubilada al otro lado del teléfono es el gran cambio que ha observado en estos 17 años. «La autoconciencia de las mujeres de que esto es un proceso natural ha aumentado mucho, igual que la capacidad para mirar la vida de otra manera y buscarle significado, más allá de si tienes o no tienes la regla. Hoy día hay más interés por este tema, quizás también porque hay muchas más periodistas. La población es menos crédula, más crítica respecto al discurso oficial».
Igual que otras autoras feministas, Freixas sí teme que haya una excesiva patologización de una transición orgánica que acabe beneficiando a los de siempre: «Claro que se ha creado un gran negocio alrededor de todo esto. El cuerpo de las mujeres siempre ha sido un enorme negocio. A todas las edades y con todos los procesos que atravesamos. Es curioso porque siendo las pobres del planeta somos las que engordamos un montón de industrias que viven a costa de nuestra vida y de nuestro cuerpo, de nuestro cuerpo normal. Viven a costa de un proceso natural diciendo que es una enfermedad que hay que ocultar tomando esto o lo otro. Y eso engloba a la clase médica, las farmacéuticas, la moda, la estética... Como si entráramos en la cueva de Alí Babá. La realidad es que la vida sigue, no te has muerto y estás justo en el centro porque te pueden quedar por delante 40 años para disfrutar».
Freixas plantea un abordaje heterogéneo después de haber hablado con 135 mujeres. Como no hay dos menopausias iguales no existe un conjunto idéntico de signos (que no síntomas). «Algunas mujeres tienen dificultades, por ejemplo, por los sofocos, que son el signo más frecuente y afecta al 50 por ciento. Es cierto que hay mujeres que lo pasan bastante mal, en eso estamos todos de acuerdo. Pero que haya una proporción que lo pase mal no quiere decir que forzosamente todas las mujeres lo pasemos mal. Hay muchas que pasan por la menopausia sin pena ni gloria».
La supuesta pérdida de la libido es otro de los temas recurrentes y conllevaría una suerte de luto por dejar de ser un objeto de deseo sexual. De nuevo, esta veterana psicóloga niega la mayor: «Toda la orquesta organizada alrededor de la menopausia apunta a que tiene que haber un duelo sexual, pero el hecho de que ya no se tenga la regla no quiere decir que desaparezca el disfrute. Éste puede darse a los 50, a los 60 e, incluso, a los 70 si tienes con quién compartirla. O tú sola también. Vivimos en una sociedad patriarcal que prima un modelo de belleza que se detiene a los 30 o 40 años y luego nos quedan otras cuatro o cinco décadas de vida, así que imagínate».
Freixas plantea una oportunidad más que un problema. «Cuando se cierra la fábrica de hijos puede abrirse el parque de atracciones. Así que llega un momento en que tienes que decidir si vas a vivir pidiendo perdón por existir, por no tener 20 años o centrarte en poseer tu cuerpo, tu sexualidad y todo lo bueno que se te presente por delante. Es una oportunidad de recuperar la voz. A lo largo de la vida, las niñas, como dice Carol Gilligan, pierden la voz para mantener las relaciones. Y ahora las mujeres la recuperamos muy satisfechas. ¡Cuántas mujeres dicen eso de “yo ahora ya no me callo’’!».
¿Y a ellos qué les ocurre? El descenso de testosterona a partir de los 50 en el hombre es drástico y también viven cambios intensos. «Ellos también tienen andropausia, aunque no es tan llamativa como la nuestra porque no sangran. Detrás de ese proceso estarían cosas como esos hombres que con 50 dejan a sus parejas de toda la vida en busca de una persona muy joven que creen que va a animar su potencia sexual alicaída. Luego ven que su problema no está en la chica o la mujer con la que están sino en su capacidad de modificar su sexualidad, que ya no es la que tenían a los 20. Hay hombres que saben recorrer ese camino, se redefinen y renegocian con su pareja. Esto requiere una reflexión y un autoconocimiento».
En el lado de la Medicina, la ginecóloga Alberta Fabris (Venecia, 1983), del Zentro Empatía y coautora de «Señoras. Una guía integral de la salud en la menopausia» (Arpa), señala que muchas mujeres acuden a consultarle preocupaciones sobre su vida sexual. «Hay mucha vida sexual después de la menopausia, contrariamente a lo que siempre se ha dicho. Experimentar menos líbido es algo de lo que son conscientes las mujeres que han tenido una sexualidad llena. Ahora proliferan tratamientos para devolvernos el deseo de antes sin cambios y algunas terapias hormonales actúan sobre la libido. Creo que podemos y debemos reflexionar sobre cuánto de cultural es evitar envejecer, y escuchar a cada persona, sus necesidades, y ofrecerle información para que elija qué hacer o qué no».
Fabris también cree que hay un serio riesgo de patologizar la pérdida de la menstruación. «El peligro es que se genera sufrimiento en las mujeres. Se transmite la idea de que los cambios no son fisiológicos, normales, si no que hay que tratarlos. Que nuestro envejecer, a diferencia del de los hombres, necesita no de entendimiento, cuidado, estudios científicos, sino de tratamientos para evitarlo. Dependiendo del poder adquisitivo de cada una se buscan tratamientos caros, no siempre con evidencia científica, y se llenan las cajas de quien ofrece soluciones milagrosas para ser eternamente jóvenes». Como explicaba hace unas líneas Freixas, esta ginecóloga cree que hay tantas menopausias como mujeres. «En consulta veo mujeres con culturas y mochilas vivenciales muy diferentes. Muchas ya han pasado esa etapa sin ningún malestar. Y otras muchas, antes de la menopausia (doce meses sin regla), quieren saber si cambios en su periodo, dificultades en quedarse embarazadas, dolor y síntomas de lo más diversos son debidos a ella. Aunque se hable más sigue habiendo miedo y la mayoría preferimos quedarnos en la etapa potencialmente fértil, con los ciclos y sus hormonas, que conocemos aunque tenga sus pros y sus contras».