De la furia a la calma
El mediador que tarda menos de 90 segundos en neutralizar la ira ajena
Según Douglas E. Noll, mediador que ha trabajado en prisiones de alta seguridad, nuestros comportamientos surgen en el cerebro 750 milisegundos antes de ser conscientes de ello
Es muy probable que en alguna ocasión en su vida haya tenido enfrente a una persona furiosa. Quizá un amigo, su pareja, un familiar o un desconocido cuyo comportamiento iracundo le haya provocado cierta incomodidad e, incluso, miedo ante la imprevisibilidad de sus actos y palabras.
Pues bien, hay quien asegura que se puede reducir a un interlocutor en ese estado en menos de 90 segundos. Y no lo dice de manera teórica (o al menos, no solamente) sino que lo ha testado con presos en cárceles de alta seguridad, con congresistas y empresarios.
Douglas E. Noll, abogado estadounidense de gran prestigio reconvertido en uno de los más solicitados mediadores, «coach» o apaciguador de conflictos, según cada cual, ha desarrollado una técnica cuanto menos sorprendente que permite aplacar la ira ajena con una intervención mínima y dejando el raciocinio y la palabra a un lado. Como lo oyen. Huir de la razón y focalizarse tan solo en las emociones.
«No existe la racionalidad. Los seres humanos somos emocionales, no racionales. Cada decisión, cada comportamiento y cada acción se basa en la emoción, no en el pensamiento racional. De hecho, nuestras decisiones y comportamientos surgen en nuestro cerebro 750 milisegundos antes de que seamos conscientes de ellos. Por eso enseño que no se puede resolver un problema emocional con lógica y racionalidad. Debe usar herramientas emocionales para resolver problemas emocionales, como la ira», explica el experto, que ha plasmado sus conocimientos en el libro «Desescalar» (Arpa Editores).
Después de años en contacto con personas conflictivas, Noll descarta que la violencia humana tenga una carga biológica o genética sino que, en sus palabras, «la ira surge de las violaciones de límites percibidas. La base neurofisiológica de la ira es bastante compleja». Él lo explica de la siguiente manera. Cuando experimentamos ira, los circuitos emocionales en nuestro cerebro abruman la función ejecutiva (corteza prefrontal) y recurrimos a la programación aprendida en la primera infancia. «Los desencadenantes son respuestas aprendidas, automáticas e inconscientes a señales o recuerdos ambientales. Los esquemas de ira se desarrollan como un medio de protección contra las amenazas físicas. Sin embargo, el cerebro tiene dificultades para distinguir entre amenazas físicas y amenazas sociales. Por lo tanto, una amenaza social puede desencadenar el mismo tipo de ira que una amenaza física y provocar la misma respuesta violenta», dice.
Por este motivo, el mediado confirma que algunas personas recurren a la violencia como primer mecanismo de comunicación «porque es todo lo que conocen». «Si uno crece en una familia donde la única emoción es la ira y la única respuesta es la violencia, entonces esa persona solo conocerá la ira y la violencia. Así, su primera y única respuesta será violenta».
Es ahí donde es necesario intervenir para poder modular esa reacción y calmar la tempestad. Es entonces donde entra en juego el sistema límbico, en particular la amígdala, donde está en el centro de la base neurofisiológica de la ira. «La amígdala juega un papel central en el procesamiento de las emociones y la evaluación de amenazas potenciales. Cuando se activa, envía señales al hipotálamo, que activa el sistema nervioso simpático, lo que lleva a la clásica respuesta de ‘‘lucha o huida”. Esto da como resultado la liberación de hormonas del estrés como la adrenalina y el cortisol, preparando el cuerpo para la acción».
Noll apunta a la corteza prefrontal, específicamente la corteza prefrontal ventromedial, que resulta esencial para regular y modular las respuestas de ira. «Esta zona es la que está involucrada en la toma de decisiones, la regulación emocional y el control de los impulsos. El daño a esta área puede provocar impulsividad y dificultades para controlar la ira, como se ve en algunas afecciones neurológicas. Los neurotransmisores como la serotonina y la dopamina también son clave en la modulación de la ira. La serotonina está asociada con la regulación del estado de ánimo y los niveles bajos se han relacionado con una mayor agresión e impulsividad. La dopamina, por otro lado, influye en el procesamiento y la motivación de la recompensa, y los desequilibrios en los niveles de dopamina pueden contribuir a los comportamientos agresivos».
Cuando este experto habla de desescalar lo hace a todos los niveles y ámbitos, no solo en personas tendentes a la violencia. Ayuda a rebajar la furia de los adolescentes o calmar las broncas de pareja. «No hay una situación que sea más compleja que otra. Tanto los adolescentes, como un reo de una prisión de alta seguridad son fáciles de desescalar», confiesa. Y de hecho afirma que, si se tienen las herramientas adecuadas, se consigue en menos de 90 segundos.
«Calmar a una persona enfadada suele llevar menos de 90 segundos. Elegimos 90 segundos para el título del libro porque la verdad probablemente no sería aceptada. Le quedará claro una vez que haya experimentado el etiquetado de afecto y haya visto la magia», asevera.
Del enfado a la humillación
Y es que lo que plantea para conseguir su objetivo de rebajar revoluciones emocionales es etiquetar los sentimientos del prójimo, ignorar sus palabras e identificar sus sensaciones. Conectar con lo que está sintiendo y hacerle preguntas clave, directas, alejadas del «yo» y así hacerle entender que existe una compresión. De hecho, él reduce a tan solo nueve los estados emocionales que puede experimentar el ser humano: enfado, miedo, angustia, asco, aflicción-vergüenza, humillación, abandono y rechazo.
«El afecto es el sentimiento básico de agrado o desagrado que experimentamos a lo largo del día. El modelo de los nueve afectos, desarrollado por Sylvan Tomkins, incluye dos afectos positivos, un afecto neutral y seis afectos negativos. Todos los afectos se pueden medir por su intensidad, como baja, moderada e intensa. Las emociones surgen como una construcción cognitiva, al igual que un artista usa una paleta de colores básicos para crear colores complejos. De manera similar, el cerebro toma el afecto básico de la experiencia en todo tipo de combinaciones e intensidades, y etiqueta esas experiencias como emociones. Por lo tanto, podemos tener un conjunto relativamente simple de afectos básicos y tener un número infinito de experiencias emocionales».
Identificarlos y etiquetarlos es la clave para frenar una espiral de violencia. Y eso es algo que según Noll todos podemos hacer. «Cuando una persona que se pone a gritarte, está furiosa y contrariada. Está experimentando emociones muy intensas que dirige contra ti, con razón o sin ella. Puedes elegir entre dejarte llevar tú también por la escalada emocional o desescalar a la otra persona y averiguar cuál es el verdadero problema», sentencia.
Tres pasos para desescalar, según Noll
►Ignorar las palabras pronunciadas: las personas enfadadas dicen cosas feas y malvadas. Si atiendes a las palabras pronunciadas, es muy probable que se disparen tus propias emociones. Fácilmente te verás arrastrado al torbellino originado por el conflicto. Ignora las palabras para centrarte en las emociones.
►Descubre la experiencia emocional. Los seres humanos tenemos un repertorio limitado de emociones: enfado, miedo, angustia, asco, aflicción-vergüenza, humillación, abandono y rechazo. Hay partes de nuestro cerebro que reconocerán, identificarán y etiquetarán por nosotros sin esfuerzo las emociones. No es algo que vaya a requerir de nuestro poder de concentración; sucederá de un modo natural.
►Usa frases declarativas en segunda persona: La gente suele usar frases con el sujeto en primera persona («yo») para escuchar de forma reflexiva. Por ejemplo: «Yo creo que estás sintiendo enojo». Esto no funciona muy bien para etiquetar afectos.
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