Sociedad
El tabú del suicidio
¿Hay que hablar sobre el suicidio? ¿Es necesario romper el estigma y sacarlo a la luz social? La reciente muerte de la esquiadora Blanca Fernández Ochoa devuelve este tema al primer plano
Suicidio. La palabra nos sobrecoge. Es una de las hipótesis que se baraja como causa más probable de la muerte de Blanca Fernández Ochoa y, como dijo hace unos días el periodista Carlos Alsina en su programa de Onda Cero «Más de uno», «la única que a los medios nos produce reparo llamar por su nombre». Cualquier comunicador que haya tocado el tema convendrá con él que rehusamos hablar de esta posibilidad por las dos razones que expone: «Hay una tradición –cada vez más discutida– que dice que si los medios hablamos de los suicidios, estos aumentan. Y la segunda es que sentimos que al decir que una persona se suicidó estamos manchando de alguna manera su memoria y dañando a su familia».
Con su reflexión, Alsina ha abierto un debate necesario al que ha querido sumarse LA RAZÓN cediendo la palabra a algunos de los profesionales con más crédito. ¿Debemos dialogar sobre el suicidio? ¿Sirven los eufemismos? ¿Es momento ya de romper su estigma? «Claro que tenemos que hablar –avanza Pilar Conde, psicóloga y directora técnica de Clínicas Origen–, hay que sacarlo de la oscuridad social. Esto no va a provocar que nadie ponga fin a su vida, sino que permitirá conocer el riesgo y ayudar a la persona con intención suicida».
Vayamos por partes. El primer riesgo al que alude Alsina cuando expone su primera razón es el efecto Werther, que toma su nombre de una novela de Goethe, publicada en 1774, en la que el protagonista acaba quitándose la vida por amor. Muchos jóvenes de la época se suicidaron de formas similares y algunos países llegaron a retirar la novela. En 1974, el sociólogo David Phillips demostró que, cuando New York Times publicaba en portada alguna noticia relacionada con el suicidio, los casos en EEUU se disparaban durante el mes siguiente.
Así ocurrió también en abril de 2017, inmediatamente después del estreno de «Por 13 razones». El suicidio de niños de entre 10 y 17 años aumentó un 28,9%. La serie, en la que la protagonista cuenta sus motivos para quitarse la vida, es la muestra más romanticona y falaz de esta decisión. Aunque el efecto imitativo de la conducta suicida es complejo, los expertos fijan ahora su vista en la imagen heroica que se está ofreciendo de una mujer que busca una muerte placentera abrazada a su montaña. Similar al suicidio que Virginia Wolf, que sufría trastorno bipolar, usó como analgésico para aliviar el terror que le provocaba enloquecer.
«El simplismo puede provocar que la persona valide ese pensamiento que estaba contenido y hacer que reviente. Pero esto no significa que un suicidio lleva a otro», advierte Conde, quien añade que no hay que tener miedo a publicar la información. «Al contrario, si el mensaje es correcto, un buen manejo de la información puede hacer cambiar de opinión». Andoni Anseán Ramos, presidente de la Fundación Española para la Prevención del Suicidio y de la Sociedad Española de Suicidiología, lanza un mensaje: «Según como se trate, la información puede promover o prevenir». Y frente al efecto Werther, contrapone el efecto Papageno, inspirado en un personaje de «La flauta mágica», de Mozart, al que disuaden de morir tres espíritus infantiles. «Bien tratada –explica–, la noticia de un suicidio puede tener un impacto positivo y preventivo en personas en riesgo. Según como la presentes, puedes conseguir una actitud de empatía y compasión con la persona que sufre, de manera que perciba que hay otros modos de canalizar su sufrimiento». Anseán tiene claro que hay que hablar, y mucho, del suicidio, pero no en las páginas de sucesos. «Es tan fácil como huir del amarillismo y del morbo, presentando un enfoque positivo y contando historias de recuperación que alienten a los demás a expresar el calvario que puedan estar pasando».
Datos escabrosos
El catedrático de Psiquiatría José Giner Ubago lamenta que la muerte de Fernández Ochoa no reciba el mismo trato ejemplar y delicado que la enfermedad de la hija del entrenador Luis Enrique. «Insistir en los detalles –añade– es una malsana costumbre que recuerda a aquellos viejos confesores que se regocijaban en los pormenores de sus feligreses pecadores. ¿Qué necesidad hay de contar a los ciudadanos si había o no pastillas de litio junto al cadáver? ¿De qué sirven las insinuaciones, los trapos sucios o los datos escabrosos? De nada. No solo estamos vulnerando la intimidad de la víctima y el respeto de la familia, sino que la información ofrecida así genera pánico inmediato en la población que tiene que tratarse un trastorno bipolar u otras enfermedades psiquiátricas. ¿No habría sido suficiente con dar la información y punto? Es solo una cuestión de ética profesional».
Después de esto, a Anseán le sorprende el remilgo con el que se buscan eufemismos para hablar sin herir sensibilidades: «fue encontrado sin vida», «se desconocen las causas de la muerte» o «desaparición voluntaria». «En esta situación de desesperanza, no considero que sea una decisión totalmente libre y voluntaria. Se dice suicidio igual que al que no ve se le llama ciego. Lo que no se puede es tratarlo como un suceso y empañarlo en morbo y amarillismo». Considera que esta es una ocasión de emplear la información como un instrumento eficaz de prevención y no en oportunidad para sumar audiencias. «Los suicidios de personas mediáticas deberían aprovecharse para lanzar mensajes positivos desde la perspectiva de una enfermedad más, que se supera siempre que la persona con pensamiento suicida encuentre ayuda y recursos».
Las directrices de la OMS son muy claras: hay que hablar de suicidio con rigor, sin sensacionalismo y sin detallar el métodos. En términos de prevención, la información es una medida contra el suicidio porque permite hacer llegar a la persona la posibilidad de una esperanza de futuro. Javier Jiménez Pietropaolo, psicólogo facultativo del Cuerpo Nacional de Policía y ex presidente de la Asociación para la Investigación, Prevención e Intervención del Suicidio (AIPIS), hace hincapié en no mencionar el método. Según un estudio del Consejo Audiovisual de Cataluña, hay 1,8 millones de resultados en la red que son peligrosos para personas en riesgo suicida. «También los niños y adolescentes buscan en internet modos no dolorosos de quitarse la vida. ¿No es suficiente motivo para tratar el suicidio con delicadeza y sensatez?».
Problema de salud pública
Así opina también Valentín Rodil, teólogo y psicólogo experto en duelo en la UCP San Camilo: «El suicidio es una mala solución a un problema, pero debe abordarse como un derecho muy personal. El efecto llamada no es la noticia en sí, sino las maneras. En Tres Cantos, por ejemplo, se dio el caso de cuatro suicidios seguidos de jóvenes en el mismo punto de una vía de tren. En Cuéllar, varios ahorcamientos seguidos a causa de la difusión del modus operandi». Por eso, considera oportuno desterrar viejas ideas y ofrecer información respetuosa con la persona que lo ha hecho y empática con el dolor de la familia. «Eso incluye ahorrarse los detalles».
Los expertos coinciden en que el suicidio es una forma de muerte más, un problema de salud pública imposible de ocultar. Creen que el debate abierto por Alsina es positivo porque sirve para sacar a la luz muchas debilidades. «La conducta suicida es muy compleja. El único denominador común es la visión distorsionada de la realidad y, sin embargo, en la carrera de Psicología ninguna de las 55 universidades que existen en España te enseñan nada sobre esto. Los profesionales no están preparados y los psicofármacos no te curan el dolor emocional», advierte Jiménez. «Los medios de comunicación deben difundir que hay que tomar cartas en el asunto, mostrar el profundo sufrimiento que deja en sus seres queridos y dejar claro que en el momento del suicidio su visión de la realidad está distorsionada».
Por el impacto tan brutal que producen casos como el de Fernández Ochoa o la confesión pública que hizo la alpinista Edurne Pasabán sobre sus intentos de suicidio, Anseán considera que deberían remover conciencias y llevar la prevención a las agendas de las políticas sanitarias, sociales y educativas. «La muerte de Blanca debería ser un revulsivo para empezar a hacer las cosas de otro modo».
Todavía, según estos profesionales, hay que desprenderse del estigma que acompaña al suicidio, algo que viene de muy lejos. «En España –indica Jiménez–, el suicidio ha sido castigado por los estamentos, hasta el punto de privar a estas personas de una misa de difunto o un enterramiento digno. Durante 1.500 años fue pecado y arraigaron sentimientos de culpa, vergüenza y juicios de valor que aún arrastramos». Con esta misma idea concluyó Alsina su monólogo radiofónico: «Probablemente lo primero que tenemos que cambiar es eso –el reproche que tenemos interiorizado, incluso la vergüenza injustificada– para poder saber más, entender mejor, enfocar mejor, un asunto dramáticamente humano».
Los cuerdos, y no los locos, son quienes se matan
Es la conclusión a la que llegó el sociólogo Émile Durkheim en su obra «El suicidio» y, según la OMS, cada 30 segundos alguien decide quitarse la vida. Más de 800.000 personas al año. Por depresión, fracasos o mil avatares de la vida. En España es la primera causa de muerte no natural. Casi 4.000 fallecimientos anuales, el 75% de los cuales son masculinos. Según la psicóloga Pilar Conde, esto es así porque al hombre le cuesta más «levantar la mano» para pedir ayuda cuando se encuentra en ese bucle de desesperación. Además, utiliza métodos más cruentos para quitarse la vida, lo que hace que el intento resulte eficaz. El riesgo está más latente en jóvenes de entre 15 y 29 años, una franja de edad especialmente vulnerable en la que el suicidio se convierte en segunda causa de muerte. En ellos concurren su mayor impulsividad y una autoestima aún a medio construir. Son datos que muestran que el suicidio nos concierne a todos.
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