ONG cristiana
El comedor social Santiago Masarnau cumple 25 años: "Desde la pandemia aquí me han ayudado en todo"
Silvia, canaria de 59 años, agradece "la cercanía" en el Centro de Acogida Santiago de Masarnau que duplicó sus usuarios durante la crisis sanitaria provocada por el coronavirus hasta servir 400 comidas al día
Poco antes de las doce de la mañana a las puertas del comedor social Santiago de Masarnau en Batán, un barrio humilde del sur de Madrid, empiezan a juntarse y charlar decenas de personas que vienen a comer. Entre ellas está Silvia, canaria de 59 años, que como cada día ha venido desde la pensión en la que vive en Tirso de Molina junto a una "peruana simpática" en "una pequeña habitación con dos camas, un baño, una neverita y una televisión".
Desde allí Silvia, una señora con buen humor pese al 43% de discapacidad que padece a causa de la Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica (EPOC), va "temprano a desayunar a la capilla y comedor Ave María que está cerca de la pensión": "Después doy una vuelta y vengo en metro al comedor", contaba Silvia sobre el Centro de Integración Social Santiago de Masarnau al que viene "casi todos los días" desde hace tres años "cuando pudimos empezar a salir a la calle después del confinamiento".
"Pasé el encierro en un albergue de Pinar de Chamartín. Fue horrible. Me robaron móviles, zapatillas... cuando pudimos salir varias personas del albergue venían a comer aquí y vine con ellos, así les conocí", recordaba Silvia antes de subir el martes al comedor en el primer piso del centro Santiago de Masarnau de la Sociedad de San Vicente de Paul, una ONG fundada en París en 1833 con presencia 155 países, que desde hace 25 años ofrece en este pequeño edificio en Batán "comida y apoyo social a personas necesitadas", explicaba su director Bernardo López.
"Desde la pandemia aquí me han ayudado en todo. No sólo te dan de comer, te ayudan a buscar trabajo y te dan cursos. Sientes cercanía", contaba Silvia con un acento canario algo angustiado por la revisión médica que espera tras ser operada de un cáncer de pulmón el pasado 18 de abril. "En los primeros análisis parece que no hay metástasis y no necesitaré quimio. Ojalá me lo confirmen".
En pocos minutos, las decenas de personas se han convertido en más de 200 que, como cada día de lunes a sábado, esperan a que llegue las 12 de la mañana en unos bancos a la entrada del centro para almorzar gracias a los 10 voluntarios que ayudan a Teo, cocinero de 61 años. "Son mis pinches. Organizo el menú del día siguiente según las donaciones que nos lleguen. Si traen merluza, pues merluza que te crio", contaba Teo mientras los voluntarios, la mayoría personas mayores, sirven sopa de pescado, merluza y albóndigas desde una cocina con enormes ollas que desprenden un agradable aroma que despierta el apetito. Antes de llegar aquí hace cuatro años, Teo trabajaba "en restaurantes de lujo": "Soy un cocinero al que le gusta cocinar, no hacer trabajo administrativo. Vi una oferta en internet y me contrataron".
Gracias a70 voluntarios, logran cubrir todos los turnos organizados por Ana y Montse, las trabajadoras sociales del Centro de Acogida e Integración Social Santiago de Masarnau. "Aquí atendemos a personas individuales, si viene una familia les derivamos a otros centros", detallaba López sobre este lugar al sur de Madrid en el que trabajan las dos trabajadoras sociales, ocho personas en labores administrativas y cinco limpiadoras financiado con subvenciones públicas que "cada vez cuesta más conseguir" y aportaciones privadas.
María Paz, 79 años, voluntaria en el comedor desde hace cuatro años, habla "mucho con los beneficiarios": "Nos llevamos muy bien. Hoy una señora me ha venido a contar que ha encontrado un trabajo de dos meses". María Paz viene "todos los días a las 9 y media de la mañana porque quiero ayudar dándoles el tiempo que a mí me sobra": "Doblo las servilletas en los cubiertos y después pelar patatas, cortar verduras... lo que me diga el chef. A las 11 paramos a tomar un café y a las 12 empezamos a servir comida". Teo llega antes, a las 7 y media de la mañana, para dar desayunos a decenas de personas que viven en la calle o están en riesgo de exclusión social: "Servimos 10 litros de café y a cada uno le damos cuatro galletas".
"Los sábados les damos una bolsa que pueden administrarse para comer el domingo", explicaba el director sobre este centro por el que pasan "más de 200 personas cada día" y que, durante la pandemia, se convirtió en una referencia de labor social al duplicar el número de comidas hasta 400 diarias. "En España no muere gente de hambre porque estamos nosotros y asociaciones de este tipo, sino ya me contarás cómo podría comer esta gente", añadía López. Andrea es la becaria del centro mientras termina un doble grado de Criminología y Asuntos Sociales: "Les realizo todo el papeleo para que puedan pedir el Ingreso Mínimo Vital. Los extranjeros sin papales lo tienen complicado porque los trámites no son sencillos".
Mientras que el año pasado vinieron a comer al menos una vez 1.495 personas, la mayor parte mayores de 45 años, a las que dieron 40.000 comidas, en 2020 pasaron por este comedor social 3.000 personas. "La mitad de los que vienen les conocemos, ya les teníamos registrados en nuestro sistema. El resto son nuevos. La mayoría, unos tres de cada cuatro, son inmigrantes", detallaba López sobre este local que también ofrece cursos de geriatría para cuidar ancianos, cocina e informática. Carlos Lafarga, director de comunicación de la Sociedad de San Vicente de Paul, subraya que "ofrecemos atención con el servicio médico, el ropero y los talleres de formación de 40 horas": "El curso de geriatría tiene cuatro talleres y reciben un diploma para buscar empleo".
Antes de la pandemia, Silvia nunca había ido a un comedor social: "En un tiempo hice mucho dinero como cocinera en Madrid. También he sido camarera y teleoperadora". Sin embargo, Silvia dejó su trabajo de cocinera por otro mejor en otro restaurante que había encontrado días antes del confinamiento. "El día antes de firmar el contrato con el nuevo restaurante, España se confinó y me quedé en paro sin poder acceder a ayudas". Como Silvia, cada uno de los beneficiarios de la labor social de esta ONG cristiana acarrea una historia de vida complicada. "Aunque suele ocurrir, a veces alguno se pone nervioso, discute o da gritos, pero les digo que aquí se viene a comer, piden disculpas y todo vuelve rápido a la normalidad".
Ahora este comedor es su "gran apoyo" mientras sigue preocupada por su hijo esquizofrénico de 21 años, antes usuario del centro Santiago Masarnau, que desde hace un par de meses vive en un centro para personas con enfermedades mentales en el barrio La Latina. Silvia busca trabajo como teleoperadora: "Tengo la Enfermedad Obstructiva Crónica, EPOC, y me ahogo en la cocina".
De los tres cursos de formación que imparten gratuitamente, geriatría es el que más "logra su reinserción", subrayaba Ana. La trabajadora social explicaba que "las personas que no tienen papeles deben ir a la economía sumergida": "Aunque, por desgracia, la mayoría de usuarios no logra salir de la exclusión social, aquellos que lo consiguen nos dan muchísima energía para seguir".
Florín nació huérfano en Bucarest hace 40 años y es uno de la treintena de personas que está realizando el último de los 4 cursos de geriatría. A Florín le encanta aprender "la forma de cuidar a los ancianos", como demuestran las cinco aplicaciones sobre el cuerpo humano que tiene descargadas en su móvil y enseña ilusionado. Durante las charlas en los bancos de la entrada antes y después del almuerzo, Florín se ha hecho amigo de Ana, hondureña de 53 años que llegó a España hace cinco meses después de "una temporada desempleada en Honduras", dónde dejó a sus dos hijos que "ya están grandes" de 28 y 24 años y a su hija de 21 años que está "estudiando en la universidad": "Vine a probar para intentar enviarla dinero para sus estudios", contaba el miércoles después de comer con su voz fuerte y optimista de acento hondureño.
El presidente en España de la Sociedad de San Vicente de Paul, Juan Manuel Buergo, recuerda "la angustia de los días de pandemia", cuando el comedor social Santiago de Masarnau se convirtió en un faro entre tanta oscuridad: "Empezamos a recibir el doble de usuarios y logramos dar 400 comidas al día, 330 más o menos en el centro y otras 70 en albergues, pensiones y a personas sin techo. Recuerdo dejar bolsas en muchas puertas". Buergo resumía en una palabra los valores de esta fundación que cuenta con un millón y medio de voluntarios y 800.000 socios en 155 países: "Cercanía".
Buergo destacaba que "tratamos de ser la mano que les permita levantarse" a las 120.000 personas a las que atienden en España y a más de 30 millones de personas a las que asisten cada año en los cinco continentes: "Somos una ONG formada por laicos católicos no ligada a la Iglesia católica, pero unidos a la Iglesia a través de la oración". Buergo detallaba que "somos una sociedad jurídicamente autónoma de la Iglesia católica en su constitución, organización y gobierno interno: "Nos regimos por la Ley Orgánica de Asociaciones. Mantenemos una estrecha relación con la Iglesia católica. Apoyamos iniciativas de la Santa Sede".
Tras enseñar su diploma del tercer curso de geriatría, Florín, que lleva años viviendo en la calle, sonreía: "Las personas mayores me hacen conocer a Dios". Tras 16 años en este centro, Ana destacaba que "no se qué tiene este sitio pero los usuarios se adhieren muy bien, incluso gente de calle".
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