Investigación
¿Qué sería de los perros en un mundo sin humanos? Un grupo de investigadores da la respuesta
Los canes fueron domesticados por primera vez en algún momento entre 40.000 y 15.000 años atrás, y desde entonces, han sido fieles compañeros del ser humano a lo largo de su historia
Aunque cuando pensamos en un perro nos viene a la cabeza la típica imagen de nuestro fiel amigo acompañándonos en nuestro día a día. Lo cierto es que únicamente el 20% de los canes viven como mascotas, mientras que el 80% restante son granjeros, callejeros o salvajes. Esto nos hace sospechar que la inmensa mayoría de los cánidos en la actualidad viven por sí mismos, sin precisar tanto de nuestra ayuda y compañía. Pero, ¿serían capaces de sobrevivir en un mundo sin nosotros?
En octubre de este mismo año, un nuevo estudio ha descubierto los albores de la exploración de las conexiones biológicas, evolutivas y sociales que compartimos con los perros y, a su vez, nos ha planteado una gran pregunta: ¿Qué pasaría con ellos en un mundo sin humanos? Los científicos Jessica Pierce y Marc Bekoff imaginaron cuál será el futuro escenario cuando los canes tengan que valerse por sí mismos sin nuestra compañía, ese futuro los plasmaron en un libro llamado “A Dog’s World: Imagining the Lives of Dogs in a World without Humans”, publicado por la Universidad de Princeton. La Sra. Pierce es bioética y filósofa en el Centro de Biotética y Humanidades del Campus Médico Anschutz de la Universidad de Colorado, y el Sr. Bekoff es profesor emérito de ecología y biología evolutiva en la Universidad de Colorado.
Lo primero que puede venir a la mente al pensar en tan distópico futuro puede ser la imagen de cientos de animales conquistando la ciudad, como vimos en la última cuarentena, cuando decidimos dejar el espacio público de la metrópoli para frenar la propagación del coronavirus.
Los perros fueron domesticados por primera vez en algún momento entre 40.000 y 15.000 años atrás, según datos arqueológicos, y hoy en día hay aproximadamente 1.000 millones de ellos en el planeta, lo que los convierte en una de las especies más pobladas de la Tierra. Aunque solo 471 millones de esos perros son mascotas, los humanos gastaron alrededor de 103,6 mil millones de dólares en su cuidado en 2020, según la Asociación Estadounidense de Productos para Mascotas. Los perros se pueden encontrar en todos los continentes, un crecimiento asombroso que no sería posible sin nosotros. “La gente a menudo lleva perros con ellos a partes del mundo donde los perros no vivirían de otra manera”, escriben Pierce y Bekoff.
Los perros pastores terminan en la Ciudad de México y los galgos encuentran hogar en Alaska. Aunque los perros boyeros de Berna no están bien adaptados a la vida en el desierto, la gente en Phoenix, Arizona, todavía los eligen como mascotas, “porque creen que tienen una disposición suave o porque les gustan los abrigos tricolores”, escriben los autores. De hecho, los seres humanos han preparado a los perros para que sean totalmente dependientes de sus dueños. Los entornos con temperatura controlada significan que el pelaje de un perro, diseñado para condiciones ambientales específicas, no tiene más que sentido estético. Los autores atribuyen gran parte de la culpa a las personas de la falta de habilidades de supervivencia de los perros, y no solo por sus cómodas condiciones de vida. La cría ha infligido mucho daño a la viabilidad de los canes como especie. Las razas que tienen problemas para dar a luz de forma natural y sin intervención humana, como los bulldogs, que tienen canales de parto inusualmente estrechos y cachorros con cabezas desproporcionadamente grandes, probablemente se extinguirían. “No existe un clima o hábitat posthumano en el que sobrevivan los bulldogs”, escriben los autores. Y gran parte del “malware” estético que los humanos han introducido en las poblaciones de perros a través de la reproducción (caderas caídas, pelaje excesivamente largo, patas rechonchas) podría resultar perjudicial, si no fatal.
“Un carlino no puede lograr tanta variación en la expresión con su cola rizada o su cara aplastada y arrugada como lo haría un perro pastor”, escriben los autores, lo que dificultaría la comunicación efectiva con lobos y coyotes. Su destino, lamentablemente, sería como aperitivo canino. En general, los perros con más probabilidades de sobrevivir serán, o se convertirán, en perros callejeros, parecidos a los perros salvajes de hoy, con una constitución mediana, orejas puntiagudas, hocicos largos y pelaje rojizo o marrón de longitud media. Aunque no todo lo que le hemos transmitido a los perros los debilita. Los perros son particularmente perceptivos e inteligentes en cuanto a órdenes se trata, escriben Pierce y Bekoff. Y vivir con nosotros solo ha mejorado eso. Los perros no solo aprenden órdenes como “ven, siéntate, quédate” o “gira para comer”. También aprenden que “si intentan algo y no son recompensados, deben cambiar su comportamiento y probar otra cosa”, escriben los autores.
Después de siglos de vivir entre humanos, los perros se han convertido en agudos observadores del comportamiento humano. Han aprendido “a través de prueba y error la mejor manera de dar forma a sus propias respuestas para obtener lo que necesitan de nosotros o para evitar experiencias desagradables”. Esta capacidad de aprender y adaptarse a cambios novedosos, y hacerlo rápidamente, sería tremendamente ventajosa en un mundo que es radicalmente diferente del que tenían los perros con los humanos. Pero, en general, es probable que hayamos hecho más daño a los perros que bien, desde desalentar un comportamiento que sería beneficioso por naturaleza, como ladrar, cavar, olfatear y correr rápido, hasta criarlos para que tengan una apariencia física concreta más que un bienestar físico. “Los perros podrían estar mejor sin nosotros”, escriben los autores. Sin los humanos, los perros estarían “liberados de las limitaciones de ser clavijas cuadradas forzadas en agujeros redondos, de ser perros que se espera que vivan y actúen como personas peludas”.
Un planeta de perros
En este escenario, los perros contarían con cierta ventaja frente al resto de especies animales. Básicamente porque hasta entonces habrían sido los animales más próximos al ser humano, por lo que estarían teóricamente más preparados para saber dónde encontrar comida o moverse por el territorio que antes nosotros habitamos junto a ellos. Los primeros días de ese mundo sin nosotros se desenvolverían a la perfección debido a la gran cantidad de sobras alimentarias que habría a su disposición. El despilfarro de alimentos que actualmente se mide en toneladas (los hogares españoles desechan 25,5 millones de kilos de alimentos a la semana) jugaría a su favor. Pero, “el fin de los recursos alimentarios humanos representaría el desafío de supervivencia más importante para los perros”, afirma Pierce en un artículo publicado en “Aeon” en el que detalla alguna de las ideas de su nuevo libro. “Debido a que los perros son conductualmente flexibles, y debido a que su dieta es bastante generalista, probablemente podrían sobrevivir con una amplia gama de comestibles, desde plantas, bayas e insectos hasta pequeños mamíferos y aves, y quizás incluso con algunas presas más grandes. Sus planes de alimentación dependerían de su lugar de residencia, su tamaño y la forma de su cuerpo”, explica.
“Tendrán que navegar por ecosistemas complejos con los que pueden no estar familiarizados y tendrán que establecer relaciones con otros perros y animales con los que podrían coexistir, cooperar y competir”. Este hipotético escenario “arroja luz sobre quiénes son los perros en sus propios términos, distintos de su papel cultural como mascotas obedientes (o no tan obedientes)”, escriben Pierce y Bekoff.
Ahora bien, “los primeros años después de la desaparición humana les supondría un enorme desafío de supervivencia debido a la abrupta pérdida de apoyo humano, y probablemente habría un importante número de decesos caninos”, recalca la experta. Los que más difícil lo tendrían serían, evidentemente, aquellos que han estado acostumbrados a la vida doméstica y a depender de sus amos, aquellos que para nada se acostumbraron a la soledad o al hecho de tener que lidiar con otros perros o animales. Pero, al final, la vida se abriría paso, y “tras algunos años complicados”, los perros se acabarían adaptando a su nueva realidad. Incluso, según Pierce, muchos de ellos regresarían a los patrones de comportamiento de sus hermanos los lobos, recuperando sus habilidades específicas para buscar comida, aparearse o llevarse bien entre ellos para atacar y defenderse en grupo.
Sin embargo, no podrían borrar la experiencia de haber convivido con los humanos tan fácilmente. Al igual que los perros nacieron como resultado de ese proceso evolutivo largo y dilatado en el tiempo de domesticación, su regreso a una naturaleza puramente salvaje o lobuna no sería cuestión de años, sino de siglos. “La desaparición de los humanos no les haría rebobinar en su domesticación”, resuelve la científica. “Primero atravesarían un proceso de “salvajización” a medida que se adaptan a su nueva vida autónoma”. Por otro lado, no volverían a ser fieras de forma grupal, sino individual atendiendo a la experiencia y características de cada uno.
“Una vez que todos los perros se hayan liberado de la selección natural dirigida por los humanos durante el tiempo suficiente que haría falta, se volverían secundariamente salvajes”, añade Pierce. “¿Cuántas generaciones de reproducción canina libre de la influencia humana serían necesarias para que ocurriera una reavivación de los perros?”, se pregunta. Esto, hasta ahora es una incógnita, pues “nunca podríamos saber la respuesta a este experimento biológico”.
“No es muy alentador pensar en un mundo en el que ya no estemos aquí”, concluye Pierce. “Pero hay muchas razones para creer que, cuando nos vayamos, los perros sobrevivirían y la vida continuará. Y es saludable para nosotros, en estos momentos, dejar de situarnos en el centro de la creación. Cuando lo hagamos, puede que encontremos un pensamiento no antropocéntrico real y fructífero. Al imaginar qué sería de los perros sin nosotros, podremos obtener una nueva perspectiva de quiénes somos ahora y cómo son nuestras relaciones con ellos para sacar un beneficio común y compartido”.