Psicología

La mentira del síndrome postvacacional

Es innegable que el fin de las vacaciones tiene un efecto en nosotros. ¿A qué se debe?

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¿Qué tienen en común el síndrome postvacacional, el síndrome del impostor y el síndrome del restaurante chino? La respuesta es bastante sencilla y directa: ninguno existe. A los humanos nos encanta clasificarlo todo y subclasificar las clasificaciones en categorías incluso más estrictas. Así es como conseguimos enfrentarnos al mundo, imponiendo fronteras suficientemente acertadas, aunque nunca perfectas. Sin embargo, esta tendencia que nos ha llegado a permitir abordar el estudio de la naturaleza, nuestro cuerpo y nuestra psicología, tiene sus límites y si no frenamos nuestra inercia podemos llegar a convertirnos en algo así como aquel propietario de un martillo que, con él en la mano, solo es capaz de ver clavos. Esta obsesión es lo que hay tras la famosa medicalización.

Se denomina medicalización a la compulsión que sufre nuestra sociedad para calificar toda desviación de la norma como una enfermedad y, por lo tanto, su consecuente intención de tratarla. Encontrarse mal no es un problema en sí mismo, sino un indicador de un posible problema subyacente. Las enfermedades son lo realmente preocupante, pero en otras ocasiones, el malestar puede presentarse por motivos bien diferentes. El entorno nos afecta y en ocasiones vivimos experiencias que generarán en nosotros ese malestar: el fallecimiento de un familiar, un despido, un desamor… Hasta cierto punto, puede considerarse fisiológico un malestar derivado de estas experiencias y no necesita tratamiento de ningún tipo salvo casos muy particulares o cuando este no desaparece en un tiempo prudencial. Del mismo modo, sucesos más banales, pero igualmente desagradables, pueden desencadenar en nosotros un malestar poco específico sin que estemos ante un verdadero problema médico o psicológico. Ese es el caso del síndrome postvacacional.

Haberlo haylo, pero no es un síndrome

Si tuviéramos que recoger todos los síntomas relatados por los supuestos afectados por el síndrome postvacacional, nos encontraríamos con una lista difícil de abarcar. Tal vez podríamos empezar por la pereza, o quizá por ese hastío donde faltan ganas para hacer absolutamente nada y que los psiquiatras denominan anhedonia. Esto podría acompañarse con, dolor de cabeza, náuseas, irritabilidad o puede que labilidad emocional, pasando del llanto a la risa en poco tiempo. Si gustamos, podemos aderezar todo esto de insomnio o bien todo lo contrario, somnolencia durante la jornada laboral. Las combinaciones son ilimitadas y, como si fuera un self-service, cada quién puede llenarse el plato a su gusto.

Por supuesto, estos síntomas son reales, no es eso lo que los expertos ponen en duda, ni mucho menos. El verdadero problema es, como hemos visto, su falta de especificidad se trata de síntomas y signos que pueden presentarse con todo tipo de situaciones y, de ellos no puede derivarse un síndrome concreto, como podría ser el postvacacional. De hecho, son parecidos a los que ocurren en otras situaciones de tensión, como un cambio de trabajo, un nuevo jefe, una boda que se acerca, un embarazo, una ruptura inminente, etc. Estas se conocen como “situaciones de adaptación al estrés”. Aparece un nuevo estresor en nuestra rutina y nuestra manera de llevarlo será determinante para que no haga demasiada mella en nosotros.

De psicólogos y sindicatos

De hecho, llevémoslo un paso más allá. El síndrome postvacacional no es la única quimera que se presenta como patología sin serlo. Algunos cuadros clasificados como depresiones están causados por estímulos externos sostenidos en el tiempo que justifican perfectamente los síntomas propios del trastorno, ya no como una patología, sino como una reacción fisiológica normal al estrés. Las malas condiciones laborales son un gran ejemplo de ello: en determinadas ocasiones muy concretas la psicoterapia y la psicofarmacología no parecen resultar y el motivo es, a veces, que no pueden hacer el papel de un sindicato.

Cuando no se respetan los horarios, no se remuneran las horas extra o se trabaja en un entorno cargado de tensión y gritos, parece absolutamente lógico que, ante la amenaza de volver a la rutina, el estrés desencadene toda esa caterva de síntomas incómodos, ese malestar que nos emperramos en llamar síndrome postvacacional. Entonces, asumiendo que, si bien existen los síntomas, estos no cumplen los criterios para ser considerados un síndrome, sino tan solo manifestaciones de situaciones de adaptación al estrés, la pregunta es obligatoria. ¿Qué podemos hacer para lidiar con ello?

Cómo gestionar el falso síndrome

Pues, aunque parezca contradictorio la respuesta es: acudir a un psicólogo. Por supuesto que esos síntomas no son patológicos, pero se deben a nuestra forma de gestionar el estrés y en algunos casos pueden llegar a ser muy desagradables. Podríamos compararlo con caminar descalzo por la ciudad. Claramente no es una enfermedad ni un síndrome, pero resulta incómodo y nos convendría acudir a un experto que nos diera las herramientas necesarias para gestionar mejor la situación, ya fuera un zapatero que nos confeccionara un par de zapatos o un psicólogo que nos ayude a gestionar las situaciones de adaptación al estrés.

No hay parches o sustitutos para la atención y los consejos de un profesional de la salud mental, pero son incontables los motivos por los que una persona puede encontrar dificultades para acudir a uno, en especial en un sistema de salud público donde la presencia de los psicólogos es escasa. Por ese motivo, nunca está de más recordar algunos buenos hábitos que pueden ayudar a amortiguar la reentrada en el estresante mundo laboral. Por un lado, como hemos indicado, muchas personas asocian ciertas alteraciones en el sueño, algo previsible cuando, de un día para otro, pretendemos cambiar nuestros horarios. Durante las vacaciones nos esponjamos, trasnochando y durmiendo hasta tarde, tiempos incompatibles con la jornada laboral. Tras acostumbrar a nuestro cuerpo a una rutina cómoda, no podemos frenarlo en seco. Conviene, por ejemplo, mantener una correcta higiene del sueño e ir normalizando nuestros horarios unos días antes de enfrentarnos a la oficina.

Así mismo, si nos limitamos a recordar los buenos hábitos de vida, no debemos olvidar recuperar la buena alimentación que, tal vez, no debimos haber descuidado durante las semanas de vacaciones. Y de la mano de la alimentación viene la actividad física. El sedentarismo es uno de los factores que desestructura la correcta arquitectura del sueño. Ninguno de estos consejos pasa necesariamente por la medicación o la psicoterapia y el motivo es el que ya hemos repetido hasta la saciedad, no es una patología. Los éxitos cosechados por la medicina han fomentado que veamos todo a través de un prisma de enfermedades y tratamientos, pero parte del poder de estas disciplinas sanitarias consiste en trazar fronteras claras entre lo que es patológico y lo que no. El siguiente paso del progreso biosanitario estará ahí, en superar la fiebre de las clasificaciones.

QUE NO TE LA CUELEN:

  • No todo lo que se presenta como un síndrome lo es. Enfermedad, trastorno, síndrome, disfunción, patología, son palabras técnicas con un sentido muy concreto. Pese a que se hayan popularizado en nuestra sociedad, no debemos consentir que se deformen hasta perder su significado. Los tecnicismos no son solo clasismo intelectual, como algunos defienden, sino una forma eficaz de comunicar ideas complejas y cargadas de matices que pueden pasar desapercibidos para la población general. Usarlos con propiedad es tarea de todos y desterrar expresiones como síndrome postvacacional forman parte de ello.

REFERENCIAS (MLA):